Capítulo 3

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Ace estaba pegada a la parte trasera de un edificio, con la respiración agitada y ruidosa mientras luchaba por agarrarse. Había conseguido alejarse bastante de los mordedores, lo que le dio la oportunidad de hacer una pausa y recuperar el equilibrio.

Se encorvó, con las palmas de las manos apoyadas en las rodillas, e inspiró para recuperar el aliento. Aún podía oír los gemidos de los muertos, que le hacían saber que no podría detenerse por mucho tiempo.

Se estaba armando de energía para continuar, pero su mente estaba atascada en la calle donde había dejado a Merle. Intentó pensar si había algo que pudiera hacer, algo que debería haber hecho. Tal vez dar la vuelta. Tal vez tomar tierra firme, ver si estaba atascado en algún lugar.

Escuchando los gemidos de los caminantes, tratando de medir su distancia, oyó algo más.

No estaba segura de si era real, de si realmente lo había oído, pero juró por su vida que había oído el chirrido de unos neumáticos. Venía de detrás de ella, donde había dejado a Merle.

Ace se irguió y volvió a escuchar. Cuando lo oyó, soltó una sonora carcajada, casi desplomándose.

Uno de los coches. Tenía que ser él. Merle debía de haber conectado uno en caliente o algo así. 

Ace se rió para sus adentros y se puso una mano en el estómago para sostenerse. Se convenció de que era él y de que lograría salir de la ciudad. Encontraría a su hermano y seguirían su camino. Volvió a reír por el hecho de que ahora probablemente robaría a su grupo, ya que ella no estaba allí para impedírselo.

La risa de Ace se detuvo en seco cuando volvió a oír gemidos procedentes de su costado. El ruido había alejado a algunos mordedores, pero los rezagados se acercaban a ella.
Se pasó una mano por el pelo y volvió a respirar hondo antes de ponerse en marcha. Otra vez sola.

Ace intentó no pensar en ello. Lo único en lo que tenía que pensar era en salir de aquella ciudad abandonada. Aunque había perdido su compañía, volvería a su camino para encontrar a Frankie.

Cuando Ace pareció poner al menos media milla de distancia entre ella y el último mordedor que había visto, aminoró la marcha. Tirando de la mochila, sacó una botella de agua y dio lentos sorbos respirando con dificultad.

Quería parar, necesitaba descansar, pero no quería estar tan cerca del centro cuando volviera a oscurecer. No tenía muchas opciones para refugiarse y lo mejor que podía hacer era buscar un lugar en el bosque. Tal vez trepar un árbol.

Puso las manos en las caderas, resoplando por el calor de Georgia, cuando por fin llegó a las vías del tren.

Ace detuvo su marcha ahí y se quitó la mochila, la dejó en el suelo y se agachó junto a ella. Hurgó en ella y sacó su pistola, comprobó cuántas balas quedaban en el cargador y volvió a meterlo rápidamente. Le quedaba más de medio cargador, pero quería llevarlo encima para emergencias, ya que se dirigía un poco más lejos de la ciudad.

Se tomó su tiempo para levantarse y estirar la espalda dolorida para aliviar la tirantez, y volvió a echarse la mochila sobre los hombros. Cuando echó a andar, cogió su pistola y se la metió en la cintura, suspirando.

Ace había vuelto a enfundar su cuchillo antes, dejando que sus oídos y sus ojos vigilaran, pero no se sentía cómoda teniéndolo en las manos mientras caía el sol.

La puesta de sol era impresionante, pero últimamente todo en la naturaleza le parecía raro. ¿Tal vez por eso su espalda estaba doliendo de nuevo? ¿Porque algo pasaba con la naturaleza? O tal vez sólo fuera una excusa para no tener que admitir que podría estar enfermando de nuevo.

The Sharpest Lives | ESPAÑOLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora