𝚅𝚒𝚛𝚞𝚜 | 𝙱𝚊𝚔𝚞𝚐𝚘𝚞 𝙺𝚊𝚝𝚜𝚞𝚔𝚒

IX

—¡Kirishima, Sero!

—¡Katsuki!

Los ojos rubí del cenizo observan con terror como sus mejores amigos son rodeados por errantes, los koseis completamente descontrolados los tienen en desventaja, cada vez más y más de ellos se unen a la horda que rodea al pelirrojo y al azabache y las posibilidades de que salgan de allí con vida disminuyen con rapidez, Katsuki intenta moverse, sin embargó. Un par de manos sujetan con fuerza sus piernas evitando que se pueda mover, aquello lo frustra.

—¡Suéltame hijo de puta!

Grita con enojo, Shigaraki niega apretando el agarre, está así pues sabe que sujetarlo de otra zona de su cuerpo lo haría enfadar más. Aún cuando tiene la intención se contiene, no es el momento ni el lugar.

—Ellos ya están perdidos bakugõ. —Expresa con simpleza, cosa que al cenizo le genera arcadas.

—¡Me vale una hectárea de mierda si están perdidos o no, son mis malditos amigos así que déjame ir!

Escucha gruñidos y los gritos de los otros más abajo, intenta impulsarse con sus explosiones, sin embargó. No puede, es como si estuviera atado al suelo, atado de tal manera que se le hace prácticamente imposible ir hacia ellos.

—¡Déjame ir! —Sigue moviéndose bruscamente, cuando por fin logra librarse de las manos del albino no lo duda y brinca de los restos del edificio.

Los ve cada vez más y más pegados a la pared que les impide moverse, Kirishima solo tiene activado su don para proteger a Sero y evitar que las mordidas le hagan algo, pero ninguno puede hacer mucho más de eso, los diferentes quirks en ataque simultáneo los dejan prácticamente indefensos.

—¡Shima!

Grita cuando ve que el Umbrekeable del pelirrojo finalmente se acaba y este es mordido, pronto Sero es el siguiente en acabar bajo los cuerpos y el rubio siente su sangre tan helada, como si acabará de ser sumergido en hielo.

Sus explosiones fallan y termina tirado cerca de los escombros de algún edificio aledaño a ese que los retiene, escucha como la carne es abierta y los huesos son partidos como si se tratara de un mondadientes, su respiración se acelera y su pulso se hace más y más débil, como si él muriera con ellos.

—¡Malditos bastardos!

Levanta la voz llamando la atención de los errantes que están alrededor de los cuerpos, estos rápidamente se alejan para dirigirse al cenizo. Este se mantiene inmóvil, con las lágrimas cayendo con rapidez mientras sus manos toman un tono naranjo, cierra los ojos. Está completamente listo para dejarse atrapar.

¿Verdad?