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Al día siguiente me levanté más temprano de lo común. No quería ver la cara de mi padre.

Pensé en despertar a Will igual de temprano pero se me hizo muy injusto. Además , estaba enojado conmigo.

O eso creía, pues no me había hablado en todo el día de ayer y cuando salí a pedirle un aventon él ya se había ido. Así que sí , efectivamente estaba enojado conmigo.

Después de mucho tiempo pensando sentada en la entrada de mi casa, me di cuenta que lo único que me quedaba era ir en bici a la escuela. Rendida, me dirigí a la bodega y saque la bicicleta ochentera color verde de mi madre.

Solía usarla a menudo, antes de quedar embarazada.

Llegué a la escuela a las seis treinta, estaba cansada y sudada. Lo bueno es que hoy tocaba Físico dos horas y después podía meterme a las duchas.

Dejé mi bicicleta en el estacionamiento asignado y me colgué la mochila en el hombro mientras entraba a las instalaciones. El pasillo principal daba miedo por tan desolado que estaba.

Era de las primeras en llegar, sorprendentemente.

Me fijé en las personas que estaban en el pasillo, frente a sus casilleros. Un chico de primer año, con unos grandes cachetes rosados. Una porrista rubia y con unos grandes y gruesos lentes de pasta.

Un chico de noveno grado con el cabello pintado de azul y delineador en los ojos. Un grupito de chicas de primer año pertenecientes al diario escolar.

Y casi al fondo, una melena rosa pastel.

Suspiré sorprendida por el color e hice una mueca.

Ugh, rosa.

Me acerqué lentamente a la chica de cabello rosa y toqué su hombro. Al voltearse me enseñó sus dientes en una sonrisa.

-¿Qué te parece? -mi amiga sonrió y señaló su cabello entusiasmada. Le sentaba muy bien con su piel clara.

-¿Rosa? -ella hizo una mueca y asintió.- Se ve bien, en ti, claro.

Su sonrisa volvió y titubeó al volver a hablar.

-Estaba pensando que tu también podrías pintarte el cabello.-le miré horrorizada.

Nunca en mi vida me pintaría el cabello. Negué sin pensarlo dos veces.

-Anda. -me miró con ojos suplicantes y volví a negar.

Mientras Kat trataba de convencerme acerca de pintarme el cabello, los estudiantes empezaban a llenar el pasillo y se dirigían a sus respectivos casilleros.

-Podrías pintarlo de tu color favorito -volvió a insistir Kat.

-El circo ya cerró, amiga.

Dí media vuelta, en señal de negación y ella me agarró del brazo. Justo cuando iba a voltear ví entrar a Will, en su cara se reflejaba una expresión de molestia y desconcierto. Iba a un lado de Bethany, la zorra del salón.

Ella era la típica plástica.

Pechos operados, trasero operado, liposucción, cabello teñido de rubio y labios con botox. Ni siquiera tenía veinte años. Según las lenguas, las operaciones fueron regalos de cumpleaños.

¿Por qué todas debían ser rubias? ¿Acaso era un fetiche que las morenas o castañas no entendíamos?

Observé sus manos entrelazadas y mis ojos se abrieron de sorpresa. Sentí un dolor en el pecho, como si lo perforaran. Atrás mío, Kat seguía tratando de llamar mi atención, pero en un momento dado dejó de hacerlo y llevó su mirada a lo que si llamaba mi atención.

Complaciendo a Papá. EN EDICIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora