–¡Madre mía! –gritó Caye más alto del volumen de la música. Y es que Cayetana y yo habíamos ido muchas veces a las fiestas de los pueblos, que eran... pues eso, fiestas de pueblo. Nada que ver con el agobio y barullo en el que nos encontrábamos en ese momento. Cayetana miraba hacia todos lados, en busca de un hueco entre la multitud para poder tener su espacio personal, pero suerte con eso. En el pueblo todo era distinto; venían conocidos de otros pueblos y te sentías arropado, con gente conocida aunque no te llevaras con ellos, sabías que si algo pasaba siempre habría alguien que te ayudara, en cambio allí...
–Esto es una discoteca de verdad, en el centro de Madrid, con su gente y su música –asintió Iván, en su salsa. De todos era el que más fiestas había frecuentado y se notaba que conocía a gente, porque incluso nos habían dejado pasar sin pagar nada gracias al amigo de un primo del novio de no sé quién. O al amigo del novio del primo de... bueno, que habíamos entrado de gratis.
–Hay mucha gente –gritó Caye en respuesta, no del todo convencida de el agobio que eso suponía.
–Esto es Madrid, no tu pueblo –respondió Rocío en respuesta. –Aquí lo raro sería que no hubiera gente –aclaró.
–Yo tenía entendido que en Madrid en verano no queda nadie.
–Sí, menos gente es cierto que hay, pero la poca que queda aprovecha a venir a estos sitios, te lo aseguro –le dije bailando.
Lo estábamos pasando de maravilla, era un sitio bastante amplio, con un escenario donde el dj nos ponía música que nos gustaba casi siempre y la gente se movía y saltaba y reía. Nosotros nos habíamos tomado dos copas y ya se nos había hecho suficiente, porque la vuelta a casa, si no, iba a ser bastante dura.
–¡Me voy a mear! –chilló Iván, y las cuatro nos quedamos cantando a todo pulmón una de mis canciones favoritas.
Y en esas estábamos cuando nos dimos cuenta de que un chico se nos había puesto a bailar en nuestro grupo, literalmente, con nosotras. Intentamos ignorarlo pero se dio cuenta y se acercó más a nosotras. Nos quedamos un poco sorprendidas al principio, sin saber muy bien qué hacer, y el chico no dejaba de mirar y sonreírnos como si nos conociera de toda la vida, pero estaba muy borracho y se notaba.
–¡Vamos a por otra! –señalé el vaso vacío para que entendieran mi intento de fuga. Comenzamos a movernos entre la gente, un poco angustiadas por el chico extraño, y cuando llegamos a la barra pudimos respirar un poco mejor al ver que ya no estaba.
Pero nos duró poco cuando vimos que nos había seguido y nos quería invitar a una copa.
–¡Camarero, una ronda de chupitos también para las chicas guapas! –pusimos cara de asco y fui yo la que, envalentonada por el alcohol que aún tenía en el cuerpo, supuse, dio la cara por todas.
–¡Tío, que no queremos más! –grité más alto que la música, intentando no sonar muy borde porque quién sabía qué podría hacer. –¿No has notado que estábamos intentando que te fueras?
–¡Qué sí, que yo invito, tomaos una conmigo, venga! –me guiñó un ojo y tragué saliva porque el chico parecía bastante... no sé, peligroso, como quieras decirlo. Me provocaba escalofríos y nos acababa de joder toda la fiesta, estaba segura.
–Que no queremos nada tuyo –añadió Caye.
–Anda, no seáis tontas, que yo os la pago –siguió insistiendo, y me di cuenta de que ese chico estaba sobrepasado por lo que había bebido. Y a saber qué más.
–No necesitamos tu dinero, gracias, pero vete a molestar a otro lado –hice aspavientos con la mano indicando que no queríamos que siguiera a nuestro lado. Es que era eso o sacarle el dedo, y mira que me estaba conteniendo.
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Patio compartido
Humor¿Quién me iba a decir que en cuanto me independizase conviviría con el mismísmo diablo? Abril no es exactamente el prototipo de triunfadora que tenemos en la cabeza, pero oye, hace lo que puede. Y sí, Abril soy yo, una graduada en lenguas muertas q...