Capítulo 17

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Cuando tuvimos todo ya colocado en el coche Caye y yo dimos el último vistazo a la casa antes de salir.

–Luces apagadas, ventanas cerradas y llaves en la mano –repasó mentalmente mi amiga, haciendo un tintineo con las llaves para que las viera.

–Sí, ¿has mirado si todo en la cocina está cerrado y apagado? –le pregunté por tercera vez. Y mira que era consciente pero...

–Ay, que sí. Vas a tener que ir al médico a que te miren eso del TOC eh, me tienes cansada ya. ¿Cuántas veces vas a mirarle el pañal al niño cuando lo tengas para ver si se lo has cambiado?

–Lo hago inconscientemente, me da miedo que cuando salgamos se prenda fuego en la casa o se cuelen o algo así.

–Sí yo te entiendo, pero que con que lo mires una vez vale, no hace falta que lo mires cinco. Si has apagado el fuego una vez no se va a encender solo, de verdad que no. Ni que hagas fotos. En serio, ¿es eso necesario? –se extrañó al verme con el teléfono apuntando los botones apagados de la vitrocerámica.

–¡Déjame a mí con mi TOC y vete a arrancar el coche, anda! –le hice aspavientos con la mano y ella bufó y se marchó.

Una vez que tuve todo recogido y fotografiado, y no, no es broma, emprendimos un viaje a recorrer media España solo porque Cayetana se había encaprichado de Iván. Pero si le preguntas esa no va a ser su explicación sino; es que nunca he ido y me gustaría conocerlo. Ya... conocer Madrid, dice.

–¿Y cómo pensáis dormir? –le pregunté, intentando hacerme la tonta de lo que seguro que acabaría pasando.

–Pues yo contigo en tu antiguo cuarto –explicó como si fuera obvio. –Seguro que es más cómodo que como la última vez, todos ahí en cama redonda. Y con masaje y agua incluido, si te acuerdas bien.

–Hay una cama de ochenta, no sé si estás esperando más de lo que es –y era verdad, ahora que me había acostumbrado a mi gran cama se me haría raro volver a dormir en una pequeña y encima con otra persona. Bueno, y encima con Cayetana, que mira que era también de lo más incómoda para dormir la tía.

–Bueno, tú no te preocupes por eso ahora, ya veremos allí –antes de poder responderle nada una canción comenzó a sonar en la radio y la subió. Iba a ser un viaje muy largo, pero con Caye seguro que nada aburrido.

Cuando quedaban veinte minutos para llegar sonó mi teléfono y le pedí que mirara quién era, ya que pensé que serían los chicos, pidiendo que cogiéramos cena para todos.

–¡Oh, pero qué mono! –soltó en tono cursi.

–¿Ya te está soltando Iván alguna de sus frasecitas para ligar? Es patético, he oído unas cuantas y da pena verle, ahí tan grandote y tan bobalicón que...

–Que no, tonta, que ha sido a ti –me sonrió dulcemente. –Te ha comprado una flor.

–¿Qué dices ahora? ¿Iván comprando flores? Eso sí que es patético –sacudí la cabeza y ella suspiró.

–Que no. Ethan ha sido el que te ha comprado una flor –explicó.

–¿Perdón? –enarqué una ceja y continué mirando la carretera.

–¡Que sí! Te ha puesto; he visto una flor y me acordé de ti. Te la he comprado.

–Que Ethan me ha comprado una flor... –fue más en señal de incredulidad que pregunta.

–¿Qué le digo, qué le digo? –sacudió el teléfono nerviosa.

–Tú nada, es mi teléfono. Déjalo ahí luego le respondo yo –apreté el volante con fuerza sin saber ni qué iba a responderle yo. ¿Quién se creía para comprarme flores? Era como... como...

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