Capítulo 10

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El día siguiente lo había reservado para Cayetana. Habíamos pensado en ir a la playa que teníamos a veinte minutos de casa aquella tarde, pero antes de eso sus padres me habían invitado a comer para volver a verme. Preparé una mochila con todo lo necesario para la tarde en la playa y me dispuse a salir hacia casa de mi amiga.

Ellos habían sido como mis segundos padres. Ojalá todo el mundo pudiera tener unos padres como los de Caye. Eran increíbles.

Llamé al timbre y mi amiga abrió antes de que volviera a hacerlo.

–¡Siempre tarde! Vamos, vamos que te estamos esperando. –¿Tarde? ¿Qué tarde, si eran las once de la mañana? Eso era ir con mucho tiempo de antelación. Pero conociéndolos seguro que estábamos más rato hablando que comiendo, y quería ir con tiempo para poder terminar después de comer e irnos. Hacía mucho tiempo que no iba a la playa. Para mí, era como estar en casa, y, aunque Madrid hubiera estado bien, no pude dejar de sonreír al pensar que volvía a estar aquí. Podría ir a la playa cada día si me apetecía.

Cayetana, ansiosa por alguna razón que desconocía, me cogió el brazo y me apremió para entrar, cerrando la puerta con el pie.

–Cayetana, son las once de la mañana, no sé a qué hora has empezado a comer tú, pero en el mundo normal comemos a la una o dos, incluso hay gente que a las tres.

–Sí, ya, ya lo sé –recorrimos todo el pasillo y el salón en menos de dos segundos, y cuando llegamos a la puerta de la terraza la abrió con gesto triunfal. Unté las cejas y la miré como si estuviera loca. Aunque un poco loca sí estaba.

–¡Sorpresa! –gritaron unas cuantas voces en el patio. Me giré y vi a la familia de mi amiga sonriendo y aplaudiendo. Sus padres, abrazados, me sonreían como si acabaran de ver a su hija volver de la guerra, y sus tres hermanos como si estuvieran entre enfadados y divertidos.

–¿Qué es esto? –pregunté mientras iba hacia ellos, con la duda en los ojos.

–Una bienvenida –Caye sonrió abiertamente.

–No era necesario –aquella sorpresa, bienvenida, o como ellos quisieron llamarlo, me pilló totalmente desprevenida. Aquella familia era increíble.

Me acerqué a sus padres, que estaban algo más adelantados que sus primos, y me dieron dos besos cada uno.

–Estamos tan contentos de que hayas vuelto, cariño –su madre se apartó de mí y me peinó con sus dedos. –Estás tan guapa.

–No hace tanto que vine al pueblo –dije, recordando que iba en cuanto podía a pasar unos días. Aunque era cierto que mis vacaciones eran limitadas.

–Sí, pero ahora estamos de celebración de verdad, porque te vas a quedar ya, ¿no? –su padre miró a su hija, que estaba contenta. Ay, Caye, cómo te quiero.

–Sí. Esa es la idea –asentí con ganas. Volver a ver a su familia y saber que era real... lo hacía más increíble todavía.

–Bueno, ¿y nosotros qué somos? ¿Arbustos? –Hugo se cruzó de brazos, cansado de que no le prestara atención. Rodé los ojos. Hugo, era el mayor de sus tres primos, el más prepotente y el que más bueno estaba también, con un toque de tipo duro pero un amor por dentro, aunque jamás lo admitiría. Nos sacaba unos pocos años, pero siempre que venían nos habíamos portado todos como niños chicos.

Me acerqué para abrazarle y este me apretó entre sus brazos. Entre sus grandes brazos de oso.

–Me estás ahogando –exhalé como pude en sus brazos. Este me soltó y me miró con gesto duro.

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