–¡Feliz día, abuela! –exclamó Bonnibel emocionada, abrazando a la anciana en silla de ruedas–. ¡Te traje un regalo!
–¡Oh! –exclamó la mujer con una sonrisa.
Leda Boucher, alguna vez una mujer independiente y mordaz, había experimentado un drástico cambio tras su resurrección en el hospital. Aquella vitalidad que la caracterizaba se desvaneció y sus habilidades para hablar se vieron gravemente afectadas. Ahora, confinada a una silla de ruedas, su vida transcurría en un centro especializado, dependiendo de cuidados que antes nunca hubiera imaginado necesitar.
Bonnie sacó de la caja una pequeña muñeca hecha de hojas de maíz e hilo rojo.
–Es como las que solíamos hacer –dijo, colocándola en las manos temblorosas de su abuela.
–Es un hermoso regalo, ¿verdad? –comentó Maggie mientras tomaba las manijas de la silla de ruedas, y las tres se encaminaban hacia el jardín.
La anciana acarició la muñeca con ternura.
–Fuimos a visitar a mamá al cementerio antes de venir a verte –le informó la niña–. Quitamos la maleza y le pusimos algunas flores frescas.
Leda parecía ajena a sus palabras, perdida en el acto de acariciar la muñeca, murmurando palabras ininteligibles. Bonnie sabía que había momentos en los que su abuela no reconocía a las personas y, en otros, ni siquiera se reconocía a sí misma. Pero Maggie le había aconsejado tratarla con cariño y normalidad, pues aunque las palabras fallaran, el amor aún podía comunicarse.
–¡Uf! Esa subida ha sido como escalar el Everest –dijo Maggie, abanicándose con la mano mientras se dejaba caer en el banco del jardín. Comenzó a masajear sus anchas rodillas, y Bonnie se sentó a su lado, observando cómo los pequeños pájaros picoteaban semillas en la tierra.
–Maggie...
–¿Si, cariño?
–¿Podrías contarme más cosas sobre mi madre?
La mujer se volvió para mirarla con sorpresa, pues ya habían pasado la mayor parte del día intercambiando anécdotas sobre Rea.
–Por supuesto –dijo con una sonrisa comprensiva–. Déjame pensar un momento...
La mañana era fresca y despejada. Desde allí tenían una hermosa vista del amplio bosque que rodeaba Blackwood. A Bonnie le gustaba ese lugar, aunque sabía que su abuela probablemente odiaría vivir en cualquier otro lado que no fuera su casa.
–Rea era una persona muy sociable –comenzó a decir Maggie–. Le encantaba el arte y amaba cuidar de las plantas. Su huerta era una de las más hermosas que he visto jamás –se detuvo a pensar por un segundo– ¿Conoces la historia detrás de tu nombre?
–La del conejo –respondió Bonnie asintiendo.
Su abuela se la había contado hacía algunos años.
Cuando era pequeña, el sueño de su madre era convertirse en una gran pintora, por lo que Leda la envió a una escuela de arte para niños. Pero lo que ella no sabía era que aquella no era una escuela ordinaria, sino que allí estudiaban niños expertos en diversas formas de arte, como el dibujo y la pintura. El primer día, cuando el profesor les pidió que recrearan sus pinturas clásicas favoritas, Rea, intimidada por las obras de sus compañeros, solo pudo dibujar un conejito.
Ese día quedó grabado en la memoria de su madre, quien abandonó la escuela y su sueño de ser artista, pero continuó dibujando conejos en los márgenes de las hojas cuando tomaba notas.
–Quiero saber algo que no sepa –pidió la niña, deseando conocer más.
Después de un momento, vio a Maggie sonreír mientras recordaba algo.
–Como Rea era una madre soltera –comenzó a decir–, tu abuela y yo solíamos turnarnos para acompañarla a las clases de preparación para el parto. El día que me tocó asistir pusieron un video del nacimiento de un bebé, y mientras todas las parejas se abrazaban y lloraban de felicidad, me acerqué a tu madre quien tenía los ojos llorosos y se cubría la boca. –un gesto de vergüenza anticipada apareció en su rostro–. Yo pensé que estaba emocionada y la abracé fuerte, tal vez muy fuerte... ya que en ese momento ella me vomitó encima.
Ambas comenzaron a reírse a carcajadas. Bonnie no sabía aquella historia, que de alguna manera pareció llenar el pequeño vacío en su corazón donde yacía la imagen borrosa de su madre.
–Fue una lluvia de amor maternal –bromeó con las mejillas enrojecidas por la risa.
–Oh, si, ese día fue inolvidable –expresó Maggie con alegría, luego se dirigió a Leda–. ¿Lo recuerdas?
La anciana movía afirmativamente la cabeza, aunque probablemente no comprendiese de qué estaban hablando.
–Tu abuela se burlo de mi por años –sostuvo Maggie con un suspiro nostálgico.
Bonnie conocía a su abuela y estaba segura de que si pudiera, todavía encontraría maneras de meterse con Maggie. Asi era ella, una mujer sin tapujos, vibrante y que solía bromear constantemente, aunque su humor tal vez no fuera del agrado de todos. Una madre, una abuela, una amiga. Una mujer extraña, para muchos, y una figura temida por otros. Por supuesto que Maggie y Bonnie no creían en nada de lo que aquellas noticias amarillistas decían sobre ella. Habían esparcido mentiras de las cuales el pueblo parecía haberse alimentado y luego escupido en su cara en forma de insultos y rumores maliciosos. Pero ella conocía a su abuela y sabía que su amor era tan grande que solo lo usaría para proteger a las personas que amaba, como lo había hecho con Rea.
Maggie también habíadefendido a la anciana desde el principio y su nombre, "Maggie Jones",era sinónimo de moral intachable y honestidad en Blackwood. Si ella creía queLeda era una buena persona, nadie se atrevería a llevarle la contraria, almenos no en su cara, ya que Leda había sido como una madre para ella.
–¿Y tú madre? –preguntó la niña de pronto, dándose cuenta por primera vez de queMaggie nunca hablaba sobre ella–. ¿Cómo era?
Aquello pareció descolocar a la mujer.
–Bueno... –comenzó a decir con el rostro contrariado–. Eligió no quedarse acuidar de sus hijas. No estaba capacitada para eso.
–¿Así como la madre de Ava? –preguntó Bonnie.
Maggie arqueó las cejas.
–Te he escuchado decirlo por teléfono.
–Jay a veces me recuerda a ella –dijo con la mirada ausente–. Inmadura eirresponsable. Pero supongo que tuvo a Ava demasiado joven... Siempre intentéayudarla, pero sé que en ocasiones fui demasiado dura, pero ¿qué otra cosapodía hacer?
En ese momento pareció percatarse de que estaba hablando de más y cambiórápidamente de tema.
–Bueno, pero esa clase de cosas no son importantes –se apresuró a decir–. Loimportante es que ya casi es hora del té, y ya sabes quién se pone de mal humorsin su té de vainilla. Enseguida regreso.
La vio alejarse con paso apurado, como si estuviese huyendo. Bonnie odiaba quecontinuara tratándola como a una niña. A pesar de que había demostrado ser másresponsable ahora, parecía que nadie se fiaba de ella para tratar temas deadultos. Por supuesto que estaba agradecida con Maggie por haberlas acogido aella y a su abuela, pero también sabía que, a pesar de que su nuevo hogar eracálido y tenía todo lo que ella necesitaba, en ocasiones reinaban los silenciosincómodos y los cambios abruptos de conversación. En casa de las Jones abundabandemasiados secretos, y en aquel momento un impulso inquietante la llevó aquerer desvelarlos.
La mirada extraña de Leda la sacó de sus pensamientos.
–¿Estás bien, abuela?
La señaló con sus dedos arrugados y exclamó:
–¡Sangre!
Bonnie no tenía ningún rasguño o cortadura, probablemente sólo estuvieseconfundida otra vez, pero antes de poder explicárselo Leda volvió a jugar consu muñeca, a la cuál le había puesto el nombre de Elena.
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La risa de la Bruja (borrador)
Novela JuvenilSaga "El Lobo" Libro 2 "La risa de la bruja" Ha pasado más de un año desde el incidente del matadero. Una pista reveladora. Una muñeca atada con hilo rojo. Y una frase del pasado que revelará el presente: "El Lobo Negro desgarrará la carne y tritu...