26-BONNIE

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La casa de las Jones siempre irradiaba una sensación hogareña. Maggie constantemente cocinando y Ava y Bonnie probando todas sus recetas. Cada vez que Bonnie llegaba de la escuela, lo primero que hacía era era olfatear el aire en busca de los distintos aromas: jengibre, lima, ajo, pimientos o chocolate. Se le hacía agua la boca. En ocasiones, después de cenar, las tres se acomodaban sobre el gran sofá de flores rosas a mirar la novela romántica de Maggie, por la cual Bonnie y Ava fingían desinterés. Maggie las arropaba con una larga manta en la cual entraban las tres juntas y traía palomitas con sabor a canela. Sin embargo, últimamente Maggie se encontraba demasiado ocupada para cocinar o ver novelas, hablando a escondidas por teléfono y discutiendo con Jay, aunque ella no estuviera la mayor parte del tiempo. Una noche, Bonnie la encontró escapándose por la puerta trasera y supuso que estaría saliendo con alguna "nueva conquista", como había escuchado decir a Maggie. En cuanto a Ava, todavía estaba enojada con ella, por lo que ya no hacían cosas juntas. A Bonnie le costaba rechazar sus ofertas para ir al Pink Palace o jugar algún juego de mesa, así que probablemente el castigo de silencio que le había aplicado terminaría en unos días. Con la casa mayormente vacía, Bonnie se reconfortaba admirando el cuaderno de su madre. Veía una y otra vez las páginas, sus dibujos y símbolos, y siempre encontraba algún nuevo dignificado que darle. Como por ejemplo, aquel dibujo de un árbol alto y lleno de extrañas flores, con el año en que Bonnie nació escrito en él. Era el olmo rojo de su antigua casa, por el que Vynx le había preguntado. Pero había algo más en el dibujo, una marca en una parte específica del árbol.
Ava apareció bajando la escalera, bostezando a pesar de ser cerca del mediodía del domingo.
–¿Hay algo para comer? –le preguntó desde la cocina. Un minuto después salió con un plato repleto de sobras–. ¿Crees que esto esté en buen estado? –le preguntó enseñándole el resto de un postre–. Oh... ¿Sigues con eso de no hablarme? Bueno, pues algún día tendrás que hacerlo, o sino, ¿cómo vas a molestarme? –bromeó. En ese momento, su móvil comenzó a sonar–. ¿Rachel? Si, ya estoy en camino, lo juro. El árbol no va a irse a ninguna parte, tranquila. Nos vemos allí en diez minutos. ¡No! Mejor que sea en quince minutos.–dicho eso, salió disparada hacia su habitación.
¿Árbol...? Ava y las demás irían a buscar el árbol. Su árbol.
¿Qué es lo que estarían buscando? Si su madre lo había dibujado, debía de ser algo importante. Tal vez algo relacionado con los diarios de su tía abuela, Agatha. Sea lo que fuere, no podía dejar que Ava lo encuentre primero y lo escondiera, o peor aún, lo destruyera.
Ava bajó diez minutos después, acelerada.
–¡Demonios! Olvidé que no tengo bicicleta ¡Rachel va a matarme! –parecía hablar sola mientras Bonnie la observaba ir de acá para allá–. ¡Deberá ser el autobús entonces! –tomó su chaqueta tornasolada y abandonó la casa de un portazo. En cuanto cruzó la puerta, Bonnie tomó el Walkie Talkie.
–¿Cole? ¿Me escuchas? Tenemos un 10-33 en progreso –dijo a través de la radio–. Repito, 10-33 en progreso. Se requiere asistencia inmediata. "Cabeza de algodón de azúcar" amenaza el "proyecto Cisne".
Esperó un momento y luego oyó decir a Cole:
–Copiado, 10-04. ¿Necesitas que vaya?
–Negativo. Pasaré por ti en dos minutos. Cambio y fuera.

...

Bonnie y Cole se agacharon detrás de unos arbustos, cerca de lo que alguna vez fue su casa en el corazón del espeso bosque. A pesar de que las paredes aún mostraban las cicatrices del incendio que la había devastado, la estructura aún se mantenía en pie. Fue por la parte de atrás que ambos se escabulleron, escondiéndose en el bosque, mientras Ava, Rachel, Lonnie y Vynx estaban muy ocupadas cavando la tierra para percatarse de su presencia.
–Intenta cavar más profundo –ordenó Vynx–. No, allí no. Allí. ¡Te he dicho que allí! ¡Oh, por amor de Dios! ¡Lo estás haciendo todo mal!
–Si nadie la calla, voy a golpearla con la pala –amenazó Lonnie, quitándose el sudor de la frente.
–Debemos estar buscando en el lugar incorrecto –dijo Rachel, absorta. Se acercó a uno de los agujeros y comenzó a escarbar con las manos.
–Rach, allí no hay nada –Lonnie tomó sus manos y la ayudó a levantarse–. Hemos estado buscando por horas, tal vez sea hora de irnos.
–Leda probablemente se ha equivocado –añadió Ava–. ¿Verdad, Vynx? –pero Vynx no parecía tan segura–. ¿Verdad? –Ava le dio un codazo.
–Tal vez –dijo sin convicción.
–¿Qué les parece si vamos a comer algo? –preguntó Lonnie–. Yo invito.
–¡Que bien! –exclamó Ava–. ¡Muero de hambre!
Las oyeron alejarse, y en cuanto estuvieron seguros de que estaban solos, salieron de su escondite. Se acercaron al árbol de largas ramas y corteza rojiza.
–Ayúdame a subir –pidió Bonnie. Puso su pie entre las manos de Cole y se impulsó hasta llegar a de una de las ramas del olmo.
–¿Qué crees que haya escondido allí?
–Lo sabremos pronto –contestó la niña. Logrando sentarse sobre una rama ancha y comenzando a inspeccionar el árbol con detenimiento en busca del escondite de su madre.
–¿Por qué tu abuela les dijo a ellas que cavaran si el tesoro estaba en el árbol? –Cole hacía demasiadas preguntas aquella tarde–. ¿Crees que después de encontrarlo, podremos ir a volar las cometas?
El muchacho había insistido en traer dos, en caso de que los encontraran husmeando por allí. De esa manera tendrían una excusa. Pero tal vez solo quería ir a jugar con ellas. Bonnie no respondió; en su lugar, introdujo la mano en un oscuro agujero no muy profundo. Palpó su interior hasta que sintió una superficie rugosa y metálica. De repente, un enorme ciempiés negro se deslizó por su mano, provocando que lanzara un grito de sorpresa y tirara la caja roja.
–No se ha roto, ni siquiera se ha abierto –observó Cole, un minuto después.
–¡Ahí! –Bonnie saltó del árbol para tomar la pequeña llave que había caído sobre la tierra.
Cole le pasó la caja oxidada y ella la examinó. Tenía los extremos redondeados y al frente llevaba escrito un cartel.
–"Cápsula del tiempo, enterrada en..." –Bonnie sonrió. Además de estar escrito el año de su nacimiento, su madre había dibujado un pequeño conejito que decía "Felices dieciocho años, pequeña Bonnibel. Ahora no tan pequeña ¿verdad?".
–¡¿Una cápsula del tiempo?! ¡Uau! –exclamó Cole–. Me pregunto qué contendrá.
Se sentaron al lado del pequeño aljibe de piedra y Bonnie tomó aire antes de insertar la pequeña llave y hacerla girar.
Clic.
El olor de un recuerdo inexistente se mezcló con las flores secas y las bolsitas aromáticas del interior. Junto a ellas reposaba una fotografía de su madre y de su abuela, seguida de una tira fotográfica instantánea. En esta última, su madre y un hombre, cuya identidad reconoció segundos después, hacían caras bobas.
–Creo que es mi padre –dijo enseñándoselo a Cole.
–¿Thackery? Que nombre tan peculiar –leyó el muchacho debajo de la fotografía–. ¿Por qué no hay fotografías suyas en tu casa? Creo que nunca he escuchado a nadie hablar de él.
–Él y mi madre eran mejores amigos. –comenzó a explicar Bonnie–. La ayudó a quedar embarazada cuando se lo pidió. Luego se marchó para servir a una zona de combate. Desafortunadamente, falleció no mucho después de que lo hiciera mi madre.
–Oh...
–Mi abuela quería que se casaran, pero ellos eran solo amigos. Así que
se negó a que hayan fotografías de él en la casa. O era mi padre, o no era nada.
–Entonces, ¿nunca antes lo habías visto?
–Si, sólo una vez por internet –dijo Bonnie, analizando el rostro de Thackery–. Se veía tan distinto, era una fotografía del ejército. ¿Crees que nos parecemos en algo?
–Creo que ambos tienen las mismas orejas –contestó luego de compararlos. Aquello hizo sonreír a Bonnie. Depositó delicadamente las fotografías fuera de la caja y fue disfrutando de cada tesoro que encontraba. Desde caracolas y hermosos botones, hasta el broche de oro de abejorro. Leyó una carta que le había dejado su madre mientras Cole exploraba los alrededores para darle un momento a solas. Cuando él regresó, Bonnie todavía secaba sus lágrimas.
–¿Estás bien?
Asintió. Casi había podido oír la voz de Rea preguntándose qué clase de mujer sería Bonnie, y compartiendo todos su sueños y esperanzas sobre su futuro, prometiendo que la amaría eternamente sin importar qué. Mientras Cole la ayudaba a volver a colocar todo en el interior de la caja, captó algo en el fondo. ¡La base era falsa! Ambos se miraron intrigados. Dentro de ella se encontraba una segunda carta, firmada por su abuela, con su nombre real "Leda Boucher", y algo más envuelto en una pañuelo aterciopelado de color verde oscuro.
–Un secreto dentro de otro secreto... –murmuró Cole, girando el anillo para verlo bajo el sol. Tenía un símbolo similar al de una luna menguante, pero ubicada con las puntas hacia arriba, como si fueran brazos que se estiraban al cielo, envolviendo un pequeño círculo en medio.
Inmediatamente Bonnie comenzó a leer la carta en voz alta.


La risa de la Bruja (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora