Eran las nueve de la noche del lunes y Lonnie se hallaba tendida en el sofá. El cansancio del día anterior todavía le pesaba. Odiaba las estúpidas festividades familiares, cada una de ellas. Había intentado entregarle a su madre las galletas que Rachel y ella habían horneado, como una ofrenda de paz, pero Charlotte ni siquiera las había tocado. Asi que ahora se encontraba cenando las galletas duras, además de quemadas, mientras su madre dormía. Ese era uno de los mejores momentos del día, cuando Charlotte viajaba al mundo de los sueños y Lonnie podía gozar de cierta tranquilidad. Sin embargo, esta sensación no era completamente real, ya que de alguna manera, seguía sin poder sentirse segura en su propia casa. Era como si el espíritu de su padre aún deambulara por los pasillos, aguardando el momento oportuno para abalanzarse sobre ella. Hacía unos meses atrás, Ava había aparecido en su puerta con unas ramas extrañas e incienso para hacer una "purificación" del lugar. Por supuesto, aquel intento había resultado en vano. La opresión persistía, retorciéndole las entrañas y erizando los vellos de su nuca. Pero decidió no tocar más el tema temiendo que Ava pudiera proponer alguna otra alocada solución, como un exorcismo de la casa, o algo similar.
El lugar reposaba en silencio, a excepción de la película que había puesto en la televisión pero en cuyo argumento ni siquiera había reparado. Era imposible concentrarse, pues su mirada continuaba desviándose de manera involuntaria hacia el despacho de su padre. Sus pertenencias continuaban allí, a excepción de las que se había llevado la policía luego de su muerte. Desde entonces, había intentado en repetidas ocasiones sugerir la idea de deshacerse de todo aquello. Sin embargo, cada vez que tocaba el tema, Charlotte estallaba en ataques de ira o se sumía en días de depresión, lo que llevó a Lonnie a cerrar la puerta del despacho una tarde y no volver a abrirla desde entonces. No obstante, la persistente idea de que tal vez aquella puerta cerrada era la responsable de su malestar y su perpetuo estado de alerta, la acechaba. Era como si ese pequeño rincón de la casa estuviese vivo y respirase, y con cada bocanada que daba se hacía más grande, tan grande que todo parecía estar salpicado de su oscura presencia. Un pensamiento fugaz cruzó la mente de Lonnie. ¿Y si fuera ella quien alimentaba a ese monstruo invisible? ¿Alimentándola de alguna manera con su ausencia, con los latidos apresurados de su corazón cuando pasaba por su puerta, disminuyendo la marcha sigilosamente, como solía hacer para evitar que su padre percibiera su presencia?
En ese momento, una sensación repentina de coraje la impulsó a tomar el picaporte, decidida a no continuar alimentando a aquello, fuera lo que fuese.
La puerta hizo un extraño gruñido, como si se estuviese adentrando en la boca hambrienta de algún ser. El corazón le latía con fuerza y sus labios se habían secado. Encendió la lámpara de pie, que con su luz anaranjada generaba sombras alargadas que parecían querer esconderse de ella. La habitación era pequeña, contaba con un escritorio principal, un sillón de cuero, un matafuego, un locker y un viejo archivero. No había ningún tipo de recuerdo de ella ni de Alex, ni siquiera una de su madre, tan solo una gran fotografía de Ray, su padre, ubicada en la pared frente al escritorio. Sostenía una escopeta en alto y sonreía orgulloso.
Él nunca la dejaba entrar a aquella habitación y Lonnie solía pasar horas pensando en los secretos oscuros que posiblemente ocultara en los cajones. Por lo que una vez, de pequeña, se animó a entrar y comenzó a curiosear por el lugar, pero su padre llegó minutos después y la encontró en el acto. Ella fingió una excusa tonta y hasta aquel día todavía recordaba sus palabras amenazantes: "No le mientas a un policía porque sabrá que estás mintiendo. Pero, sobre todo, nunca me mientas a mí, porque veo todo lo que pasa en esa cabecita tuya, y la próxima vez que me mientas, ten por seguro que te daré una paliza". Recordaba aquello porque hasta ese entonces su padre nunca le había puesto un dedo encima, solamente a su hermano, pero cuando él desapareció de la escena, no tardó demasiado en hacerlo.
Lonnie se acercó a los cajones con cierto recelo, abriendo uno tras otro mientras su nerviosismo iba en aumento. Abrió bruscamente el locker y puso de cabeza el archivero. Una mezcla confusa de emociones comenzó a apoderarse de ella, su respiración se volvió agitada, casi al punto de hiperventilar. No sabía qué estaba buscando, pero sus manos se movían con desesperación. Era como si toda la rebeldía y frustración que había acumulado a lo largo de los años hacia su padre finalmente hubieran hallado una vía de escape a través de sus manos. Empezó a arrojar lo que encontraba a su paso, pateando y destrozando en un torbellino de caos. La habitación estalló como si de una bomba se tratase, hasta que ya no quedó nada más para destrozar, y Lonnie, jadeante, se detuvo. Sus ojos enrojecidos no derramaban lágrimas; su furia se contenía. Tenía el rostro encendido y el cabello completamente alborotado.
Afortunadamente su madre seguía sumida en un profundo sueño, las píldoras que tomaba para dormir solían noquearla como a un caballo. Y si había despertado, había tenido la consideración de no salir corriendo buscando ayuda a gritos, proclamando que su hija había finalmente perdido la razón.
Se dejó caer al suelo, entre toda la pila de papeles y se encendió un cigarrillo.
–¿De qué demonios te ríes? ¿Eh? –dijo en dirección a la fotografía de su padre, que la observaba de manera burlona tras el vidrio partido.
Cuando la adrenalina comenzó a bajar y acabó su cigarrillo, decidió que finalmente era hora de deshacerse de todo. Ya lidiaría luego con su madre, y de todas maneras, no había nada por allí que ella quisiera guardar. Que indicara que Ray había sido humano alguna vez. No poseía ningún recuerdo de sus seres queridos, ni siquiera una muestra de que hubiese apreciado a alguien más que no fuese él mismo. Desganada, trajo un par de cajas de la cocina y comenzó a llenarlas. Había pasado unos veinte minutos tirando basura cuando descubrió algo entre todos aquellos papeles. Uno de los secretos de su padre. Era un certificado de divorcio viejo y amarillento.
–No es un contrato de sangre con el diablo, pero es algo... –musitó, curiosa.
Al parecer había estado casado con anterioridad. El divorcio se había realizado justo antes de que su hermano Alex naciera, por lo que supuso que Ray
había engañado a su primera esposa con su madre. Siempre había sido una sabandija después de todo. Mientras leía a toda velocidad, sus ojos se posaron en un párrafo que la hizo quedarse boquiabierta. Allí estaba, escrito en tinta desgastada: "Hija previa del matrimonio". Las palabras parecían estar suspendidas en el aire, retumbando en su cabeza. Lonnie tenía una hermana.
En medio de su conmoción, la bocina del teléfono de la casa comenzó a sonar, pero no se percató de ello hasta que volvió en si unos segundos después.
–¿Hola? –balbuceó agitada, había corrido para no perder la llamada.
–¿Lonnie-kins? – dijo una voz masculina, resonando en el aire–.¿Eres tú?
La familiaridad de ese apodo la hizo tambalear. Nadie la llamaba así desde hacía tiempo.
–¿Alex...? –susurró.
–Temía que me hubieses olvidado –dijo él, con un atisbo de vergüenza en su voz.
Lonnie no logró emitir sonido, estaba en shock. Las imágenes de la policía llevándoselo esposado, sus ojos encontrando los de su hermana, su angustiado "Lo siento" resonando en su mente, todo volvió con fuerza. Había pasado tres años desde ese fatídico día, y ahora, su hermano estaba al otro lado del teléfono.
–¡¿Que demonios?! –exclamó Lonnie finalmente–. ¡¿No puedo creerlo?! ¡¿De verdad eres tú?! ¡¿Qué ha pasado?! ¿Por qué nunca te comunicaste conmigo antes? ¡He estado tratando de contactarte durante años! –su voz comenzó a elevarse, cargada de frustración acumulada–. Creí que era papá quien te mantenía alejado, pero luego él murió y tú nunca...
Alex intentó hablar, pero Lonnie continuó, sus palabras fluían de su boca en una avalancha de enojo y dolor.
–¡¿Por qué desapareciste?! –exigió, sintiendo como sus ojos se humedecían–. ¡Sabías que no podía ir a verte hasta cumplir los dieciocho! ¡He estado contando las semanas para poder ir a verte a prisión y patearte el trasero!
–He pasado un año y medio en confinamiento –le reveló él en voz baja–. Papá tenía contactos y me enviaron ahí tan rápido como pudieron. No tienes idea de... ni siquiera supe que Ray había muerto hasta hace algunos días.
Lonnie siempre había recibido negativas al intentar contactar con su hermano. "Alex no desea hablar con nadie, está destrozado por lo que hizo. Debes dejar que transite el camino a la redención de la manera en la que él lo desee" , le había explicado el abogado que llevó su caso. La distancia se profundizó aún más cuando sus padres, llenos de vergüenza por lo que supuestamente había hecho Alex, parecían haberse desentendido de él, y por supuesto, aquello significaba que Lonnie también debía hacerlo. Pero en cambio, ella le había enviado docenas de cartas que nunca fueron contestadas, hasta había enviado a un amigo suyo, mayor de edad, a que se contactara con su hermano en la cárcel, pero él nunca se había presentado.
Aquella sensación de abandono que había reprimido por tanto tiempo, se convirtió en ira.
–¡Demonios, Alex! ¡Lo sabía! ¡Ese bastardo...! –rugió Lonnie–. Había conseguido dinero para un abogado, pero Ray se lo llevó.
–No te preocupes, ahora tengo un nuevo abogado, él se está encargando de todo –dijo Alex, intentarlo calmarla–. A partir de ahora, podré llamarte más seguido, pero en este momento mi tiempo es limitado. Quería saber cómo estabas después de todo lo que pasó. Me he enterado que...
No pudo terminar la frase.
–Lamento no haber estado ahí –añadió en cambio.
–No tenemos que hablar de esto ahora –respondió Lonnie rápidamente. Tal vez demasiado cortante.
Él pareció comprender y cambió de tema.
–De acuerdo. ¿Cómo se encuentra mamá?
–Ella está... –vaciló, tratando de encontrar las palabras correctas.
–Ha empeorado ¿verdad?
Escuchó una voz apagada, que no pertenecía a su hermano, detrás del tubo.
–Lo siento, tengo que colgar –anunció él, frustrado–. Pero te llamaré de nuevo mañana, ¿está bien?
–De acuerdo.
–No sabes lo mucho que te he echado de menos, Lonnie-kins.
Una sonrisa se formó en su rostro cansado mientras secaba las lágrimas con la manga de su camisa.
–Yo también te eché de menos –le confesó.
–A partir de ahora, las cosas serán diferentes –prometió Alex antes de despedirse–. Recuerda mis palabras.
Lonnie aferró el teléfono con firmeza contra su pecho. Era como si esa profunda herida que había llevado dentro se hubiera aliviado un poco. Y aunque no había tenido la oportunidad de preguntar sobre su media hermana o expresar todo lo que había anhelado decir durante años, ya tendría tiempo de hacerlo. Por un breve momento se sintió feliz, y se dejó llevar por la esperanza de un nuevo comienzo.
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La risa de la Bruja (borrador)
Novela JuvenilSaga "El Lobo" Libro 2 "La risa de la bruja" Ha pasado más de un año desde el incidente del matadero. Una pista reveladora. Una muñeca atada con hilo rojo. Y una frase del pasado que revelará el presente: "El Lobo Negro desgarrará la carne y tritu...