29-RACHEL

8 1 0
                                    

El Baile de graduación de Rachel había pasado, marcando así el final de su último año escolar. Las últimas semanas se vieron repletas de eventos y tradiciones especiales, en los cuales Rachel apenas participó. Intentó mantenerse al margen, aunque no completamente para no llamar la atención. Acudió al día de campo organizado por la escuela y también al evento de disfraces, pero optó por saltarse el baile de graduación, dado que odiaba las fiestas, y si debía asistir a una, prefería ir a la de Ava y Lonnie. Afortunadamente, no tuvo que dar demasiadas explicaciones; las personas asumían que tal vez lo hacía por Maddie, o debido al hecho de que había sido atacada luego de asistir a una fiesta, lo que la habría dejado traumatizada. La noche del baile, Winona le envió una foto del salón de su escuela ambientado con estrellas pegadas en las paredes y en donde figuraban los nombres de sus compañeros. Allí, junto a ellos, se encontraban su nombre y el de Maddie. Le pareció un buen gesto, probablemente a Maddie también le hubiera gustado. Días después, llegó la ceremonia de graduación a la que asistieron orgullosos sus padres, y dónde recibió cálidas palabras de aliento. "El show está por comenzar", había escuchado decir a alguien, refiriéndose a todo lo que les deparaba la vida a partir de ese momento, y ella no pudo más que estar de acuerdo.
Aquella frase se repitió en su cabeza mientras se encontraba frente al Sanatorio Saint Mercy, ahora llamado "Woodhaven". Había enviado un correo electrónico preguntando por la nueva sección de retiro que ofrecía el hospital. Era un área completamente nueva y remodelada que contaba con tratamientos exclusivos en un ambiente relajado y de lujo. O por lo menos eso es lo que afirmaba su slogan. A Rachel realmente no le interesaba, sólo quería obtener el recorrido gratuito por el hospital que solían ofrecerles a los interesados en el servicio, dado que la parte la psiquiátrica del sanatorio, a la que ella quería ir, estaba desbordada y no admitía nuevas visitas internas.
Se anunció en la recepción y luego la invitaron a unirse al reducido grupo de visitantes. Cristal, la encargada del recorrido se presentó con elegancia y les indicó que la siguieran. Durante todo el trayecto, enfatizó repetidamente las palabras "exclusivo", "confort" y "personalizado", acompañándolas con movimientos suaves y una sonrisa perlada. Su presentación recordaba más a la de una guía de spa que a la de un recorrido hospitalario. No reparó demasiado en Rachel, probablemente porque ella no era el target al que aquel caro servicio apuntaba. Pero esto le permitió centrarse en lo que realmente le interesaba: investigar el lugar. Observó que el sanatorio tenía dos entradas: una que conducía a la sección nueva del hospital, por la que había entrado, y otra que llevaba al sector antiguo.
–¿Tienen contacto con los otros pacientes internados aquí? –preguntó un hombre con el rostro preocupado.
–Oh, no. En absoluto –se apresuró a decir Cristal–. En ninguna de nuestras actividades hay contacto con los pacientes internados. Técnicamente... a excepción de nuestro taller de artesanías. Debido a los trabajos de remodelación, se lleva a cabo en el mismo espacio que los demás pacientes. Sin embargo, pueden optar por no asistir, y para aquellos que decidan participar, les garantizamos medidas de seguridad y separación adecuadas para preservar la privacidad y la comodidad de todos los involucrados.
Aquello generó algunos murmullos de descontento.
–Ahora bien... si se asoman por cualquiera de los ventanales podrán apreciar el hermoso paisaje al bosque y al río –dijo Cristal, intentando cambiar de tema.
–El otro lado del hospital tiene mejores vistas –indicó al que parecía su esposo, una mujer de labios abultados y nariz diminuta–. ¿Tienen alguna habitación allí?
Rachel no podía creer lo pomposas que eran aquellas personas.
–Me temo que el El ala Norte está programada para ser demolida. Pero nuestro innovador proyecto que lo devolverá a la vida contará con habitaciones premium y nuevos servicios. –Levantó la pantalla del IPad que tenía en la mano y les mostró una serie de imágenes de cómo quedaría finalizada la remodelación–. Habrá una piscina en el interior y...
El Ala Norte era el sector más viejo del hospital y el que más había sido afectado por el fuego, aunque no había ardido completamente, así que esperaba que los registros de los antiguos pacientes no se hayan perdido del todo.
–Disculpe –llamó un hombre de rostro serio, parecía desencajar del grupo al igual que lo hacía Rachel–. Han cambiado el nombre del hospital y le han agregado todo este... "maquillaje", pero la administración sigue siendo la misma que se vio envuelta en acusaciones de venta de órganos, trata de personas y muertes inexplicables. Tal vez también debería informar de todo esto al grupo, ¿no lo cree usted?
A Cristal casi se le salen los ojos de las órbitas ante aquel descaro.
–No recuerdo su nombre, ¿usted es...? –le preguntó ella, como si alguien estuviera jalando las comisuras de sus labios en una terrible sonrisa.
–Allen Cooper.
Cristal pareció corroborar su identidad en el IPad que llevaba en la mano y luego contestó.
–Oh, claro... –dijo ella, recuperando su compostura–. Entiendo completamente sus preocupaciones. El hospital ha hechos cambios significativos, como verá, incluso un cambio en la dirección. Tenemos una directora comprometida con los más altos estándares éticos del estado. La doctora Cordelia Hart.
En menos de un minuto un hombre de espalda amplia se acercó a Allen.
–Si lo acompaña, Marlo podrá explicárselo mejor mientras yo termino el recorrido.
Aquello fue un intento descarado de acallar al hombre, aunque a nadie más que a Rachel pareció importarle. Vio como Allen se alejaba, frustrado, en compañía del hombre gigante. Cristal continuó hablando como si nada de aquello hubiese ocurrido y dirigió al grupo hacia otra de las instalaciones. En ese momento Rachel decidió que se saltaría el resto del recorrido y se alejó en la dirección por donde los ellos se habían alejado. Encontró a Allen sentado en una silla, solo.
–Disculpa... –lo llamó Rachel–. Estaba pensando en ingresar aquí, pero con todo lo que ha dicho, no se si debería hacerlo.
–No lo hagas –le aseguró Allen–. Este lugar es terrible. Ha cambiado tantas veces de nombre que ya ni siquiera los recuerdo, pero su raíz podrida sigue siendo la misma. Mi padre murió en este lugar hace veinte años y aún sigo viniendo en su cumpleaños. –le reveló con un suspiro–. Nunca obtuve justicia, por lo que es hacer esto o prender fuego el lugar –expresó sombrío–. Así que prefiero incomodarlos, y si puedo impedir que alguien más se interne aquí, pues mucho mejor.
–¿Cree que eso fue lo que paso? –preguntó Rachel–. Quiero decir, ¿que alguien decidió vengarse y lo prendió fuego años atrás?
–Tal vez. Aunque no me extrañaría que hayan sido ellos mismos, queriendo ocultar algún tipo de evidencia –insinuó Allen.
En ese momento, Marlo se acercó a ellos.
–La doctora Hart lo verá en su despacho –le anunció.
–Han invertido miles de dólares para evitar que sus delitos circulen por internet. Si quieres saber más, busca en los archivos antiguos de la biblioteca –le indicó antes de desaparecer por uno de los pasillos.
–¡Aquí estás! –exclamó Cristal unos segundos después–. Creíamos que te habías perdido. El recorrido está por terminar, pero no sin antes probar algunos de nuestros deliciosos aperitivos –tomó a Rachel por los hombros y la llevó con el resto del grupo.
A pesar de lo odiosa que podía resultar Cristal, ella tenía razón. Aquellos habían sido los mejores canapés que había probado en su vida, al igual que los mini quiches de espinaca y hierbas. Mientras Cristal invitaba a quienes decidían anotarse al retiro a que la siguieran, los demás debían abandonar la premisa. Rachel se disponía a hacerlo cuando una mujer de cabello rubio corto y perlas blancas en el cuello se le acercó.
–Señorita Anderson, ¿verdad? –llevaba un abrigo claro abotonado al frente y zapatos de tacón alto–. Soy la doctora Hart. Me gustaría intercambiar algunas palabras con usted, si es tan amable.
Rachel accedió, desconcertada, y la siguió a un gran despacho. La doctora Hart se sentó detrás de su escritorio y la invitó a tomar asiento. Rachel se percató de que era una mujer joven, pero su atuendo y su manera de actuar la hacían aparentar alguien mayor, profesional.
–Esta ha sido una grata sorpresa para ambas, supongo –comenzó a decir–. El día de ayer, a pesar de que no suelo encargarme de ello, revisé el itinerario de visitas y encontré su nombre. Usted no me conoce, pero yo desafortunadamente conozco su... caso.
–¿Qué quiere decir? –Rachel no tenía idea de qué estaba hablando.
La doctora Hart sonrió levemente y comenzó a explicarle. Desde que ocurrió la tragedia en la que Rachel se vio involucrada el año pasado, la doctora Hart había tenido curiosidad por conocerla. Sabía que había obtenido un tratamiento "fallido" de parte de su antigua psicóloga y que Rachel había tenido alguna clase de "episodio desconocido" luego del secuestro de su hermano. Aquello había sido filtrado por la prensa, la cual solo mencionó que la muchacha había sido encontrada por la madrugada en un cementerio. La doctora le dijo que sentía mucha empatía por todo lo que le había ocurrido y que quería ayudarla. Estaba dispuesta a ofrecerle un trato.
–El ingreso al retiro durante un mes, de manera completamente gratuita –sonrío, mostrando sus dientes perfectos.
Rachel desconfiaba; tal vez se debía a la forma en que parecía no parpadear, o quizás a la perfección con la que cuidaba cada detalle de su imagen. Era casi imposible encontrar una imperfección en ella, lo cual, según Rachel, la hacía parecer menos humana.
–A cambio de una pequeña entrevista concertada en dónde hablará del trato que tuvo con nosotros y el tratamiento recibido –añadió. Por supuesto, ahora comprendía que tan sólo quería utilizarla como un recurso para su estrategia de marketing.
–No lo sé... –comenzó a decir Rachel, insegura.
–¿No has venido acaso porque estabas interesada en el retiro? –le preguntó la doctora.
–Si...
–Y eres mayor de edad, ¿verdad?
–Si.
–¡Perfecto! –exclamó ella levantándose y acompañándola hacia la salida–. No hace falta que lo decidas ahora, pero debes saber que los cupos se llenan rápido. Piénsalo y hazle saber tu decisión a mi secretaria.

...

–No puedo creerlo... –murmuró Rachel al teléfono, indignada–. Pero dijiste que... lo se, pero... No puedo tenerlo en casa, es por eso que ha estado quedándose aquí. –sólo oía excusas provenientes del otro lado del teléfono–. Si, descuida, lo entiendo... de acuerdo. Adiós.
Se levantó de la silla de la cocina y observó al pequeño perrito de tres patas que se encontraba bajo el hueco de la escalera del Pink Palace.
–Vynx va a matarme –le dijo, llevándose una mano a la cabeza.
En aquel momento, como si la hubiese escuchado, la joven pelirroja atravesó lapuerta de entrada.
–¡Oh, no! ¡De ninguna manera! ¿Qué hace aún aquí? –estaba furiosa. En cambio, el animal le movió la cola levemente desde la pequeña camita improvisada que Rachel le había hecho.
–¡Lo siento. Lo siento! –Rachel había sido atrapada en el acto–. Se suponía que su adoptante vendría hoy, pero se arrepintió porque "no tenía pensado adoptar un perro enfermo" –gruñó, imitando a la voz del teléfono.
–Dame tu llave. –le exigió Vynx con cara de pocos amigos–. Has perdido tu privilegio.
Vynx solía "castigarlas" quitándoles las llaves del Pink Palace hasta que pasaran los strikes, que solo duraban un par de semanas. Tres strikes y la llave estaba fuera. Rachel había sido la única hasta aquel momento a quien no se la habían quitado. Aunque por la noche solían escondérsela para que no saliera al bosque dormida.
–¡Pero es mi primer strike! –se quejó, entregándole la llave.
–Pero vale por tres. Has infringido demasiadas normas –indicó Vynx moviendo la cabeza–. ¿Recueras la contraseña para entrar?
– "Petricor..." –soltó Rachel de mala gana.
–Tienes una excelente memoria –halagó Vynx–. Bueno, pues esa esa tu llave apartir de ahora.
Rachel suspiró pesadamente.
–¿Y qué hacemos con él? –preguntó señalando al perro.
–¿No puedes tenerlo en tu casa?
–Gemma podría hacerle daño –indicó Rachel–. Además, mi familia no quiere tener nada que ver con perros por ahora.
–¿Ava y Lonnie?
–Ava tiene demasiados animales y Lonnie no se fía de que esté bajo el mismo techo que su madre.
Vynx le echó una miradita al desgreñado animal, que las observaba con sus grandes ojos oscuros. Parecía saber que hablaban de él, ya que instantáneamente volvió a mover su cola y a moverse despacito como si estuviese cómodo.
–¿Por qué me mira así? –se extrañó Vynx.
–Creo que le agradas –dijo Rachel con una sonrisa cómplice. Esperaba que aquello la hiciera ceder un poco.
–De acuerdo, puede quedarse. Aunque sólo por un tiempo –soltó Vynx.
–¡Si! –exclamó Rachel haciendo un gesto de victoria. No creía que aquello funcionaría tan rápido–. ¿Eso significa que puedo tener de vuelta mi llave? Debo venir todos los días a verlo –repuso emocionada, hasta que de pronto recordó un pequeño inconveniente–. Oh, no. Hoy me han ofrecido una estadía en el hospital.
–¿Qué?
Rachel le contó todo lo que había pasado esa mañana.
–Definitivamente tienes que ir –le dijo finalmente. Ambas habían estado investigando la mejor manera de ingresar al lugar para buscar información sobre la lista de nombres que Leda había dejado en su carta–. Yo vendré al salir del instituto –le dijo Vynx, señalando al perro. Su escuela era la última en finalizar, poco tiempo después que el instituto Silver, donde asistían Lonnie y Ava.
Rachel la observó sorprendida.
–Wow... ¿de verdad? –preguntó algo desconfiada–. Debes asegurarte de que esté comiendo, y hay que llevarlo al veterinario. ¿Estás segura de que...?
–Si, si. Lo sé. Puedo hacerlo –se apresuró a decir Vynx, irritada.
–De acuerdo –Rachel aún no podía creerlo–. Gracias.
Vynx le ofreció un té caliente y luego puso agua a calentar.
–He estado pensando qué tal vez deberíamos de abordar la investigación de manera diferente –le dijo extrayendo dos tazas con figuras de animalitos de la alacena.
–¿De qué manera?
La idea de Vynx consistía en aprovechar los puntos fuertes de cada una de ellas para mejorar la eficacia de la investigación. Vynx comenzaría a buscar información en medios franceses, ya que ella sabía el idioma. Se encargaría de buscar todo lo referente a Nella Nowak y las órdenes de las Hijas de la Luna y de la Oscuridad. Rachel aprovecharía su estadía en el hospital para recaudar datos sobre la lista de nombres de Leda. Ava, por otro lado, se volcaría en intentar entender el lado esotérico. Y Lonnie, podría investigar los hechos, algo a lo que ella se aferraba y se le daba bien. Datos policiales, notas periodísticas, todo lo que pudiera servirles. A Rachel le pareció una buena idea.
–Las demás llegarán pronto –mencionó Vynx mirando su reloj de pulsera.
–¿Crees que Ava ya sepa lo de Bonnie? –le preguntó Rachel mientras ambas se sentaban en el kotatsu, con sus tazas de té humeantes.
–Lo descubriremos pronto – sostuvo Vynx, inalterable. La pequeña maraña de pelos, al verlas descansando sobre los almohadones, se acercó despacito para que le hicieran un lugar–. Ni lo pienses. – le dijo Vynx, e inmediatamente el animalito volvió a su lugar bajo la escalera.
–¡Vynx! –la regañó Rachel.
En ese instante, Ava entró azotando la puerta.
–¡Vixen Winnifred Shaw! –exclamó furiosa.
–¿Winnifred...? –Rachel levantó una ceja.
–¡Voya asesinarte! –amenazó Ava mientras se acercaba hacia ellas, haciendo resonarel suelo de manera con sus pesadas botas.

La risa de la Bruja (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora