40-BONNIE

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El calor de Elle recostada a sus pies era lo único que la reconfortaba. ¿Por qué nadie estaba dispuesto a ayudarlos a encontrar a Eli? ¿Por qué a nadie le importaba? A pesar de que Bonnie y Cole habían omitido decir que la mujer que se habían encontrado en el bosque era una bruja, ni los policías, ni Maggie, ni los Kellers le dieron al asunto la importancia que requería. Ninguno parecía entender la conexión de aquella terrible mujer con Eli. Nadie les creía. Bonnibel suspiró con pesar y volvió a prender su lámpara. No podía dejar de ver a la bruja cada vez que cerraba los ojos; tal vez dormir con la luz encendida fuera lo mejor.
Todavía podía sentir la ira y la indignación de cuando los policías, después de inspeccionar la casa de pan de jengibre, les dieron un sermón sobre el traspaso de propiedad privada y de acusar a alguien sin pruebas. También los regañaron por haber ido solos al bosque, poniéndose en riesgo. Bonnie no podía creer lo tranquilos que se encontraban y las miradas de desaprobación que les dirigían. ¡Se suponía que ellos debían ayudarlos!¡Debían ayudar a Eli! A pesar de que el hombre con el que ella y Cole habían chocado, un profesor de biología que se encontraba monitoreando los alrededores, corroboró haber visto a la mujer, inmediatamente él, junto a todos los demás, aceptaron la respuesta de que se trataba de una persona sin hogar o simplemente una adicta.
–¿Cole? ¿Estás ahí? –preguntó por el Walkie Talkie. Su amigo no había dado señales de vida desde que lo había visto subirse al auto de sus padres. La luz de su ventana había estado apagada y, por más que había intentado comunicarse con él en varias ocasiones, no lo había conseguido. Cuando Bonnibel finalmente logró conciliar un sueño intranquilo y superficial, un sonido de estática la levantó.
–¡¿Hay alguien ahí?! –aquel murmullo desesperado y familiar la despabiló por completo.
–¡¿Eli?! ¡¿Eres Eli Glick?! –contestó enseguida, enredándose con la manta.
–¡Sí! ¡Soy Elijah Glick! ¡He sido secuestrado! ¡Por favor, ayúdenme!
Podía sentir la alegría y el alivio en su voz. Bonnie, también exaltada, se obligó a calmarse para poder pensar con claridad.
–¿Dónde te encuentras?
–Estoy en el sótano de una casa.
–¿Sabes su ubicación?
–Estoy seguro que sigo en Blackwood, pero no sé dónde exactamente. Creo que en una cabaña en el bosque, ya que puedo ver la copa de los árboles por la ventana.
–¿Cómo es su exterior? ¿Qué hay cerca?
–La mujer que me secuestró me golpeó en la cabeza y no pude ver nada al llegar. Desperté dentro de una jaula en el sótano –sostuvo Eli, nervioso y asustado–. Hay otro niño aquí, estaba en la jaula cuando llegué.
–¿Otro niño? –Bonnie se sorprendió al oír aquello.
–Sí. Él no puede hablar, pero tiene más o menos mi edad. Tiene el cabello y los ojos oscuros.
¡Sam! El corazón de Bonnie, que galopaba a toda velocidad, dió un vuelco. Se levantó de un salto, dispuesta a avisarle a Maggie, ¡a la policía, a quien sea! Pero cuando salió al pasillo, la comunicación comenzó a cortarse, y recordó que la señal siempre se perdía allí.
–¡Maggie! ¡Ava! –llamó Bonnie desesperada. Pero el temor de perder la llamada la hizo regresar a su habitación–. ¡¿Eli, sigues ahí?! –rogó que así fuera.
–¡Por favor, debes ayudarnos! ¡Llama a la policía! –Eli sonaba aterrado, hablando a toda velocidad–. ¡Tengo miedo! Creo que planea asesinarnos. Ella...
Se oyó un fuerte golpe y la voz del muchacho se cortó de pronto.
–¡Eli! ¡Háblame! –las manos de Bonnie temblaban–. ¡¿Qué está pasando?!
Aquellos segundos de silencio le parecieron eternos, pero luego el aparato volvió a sonar.
–Estoy aquí.
–¡Me asustaste por un momento! –suspiró Bonnie, aliviada–. No te preocupes, voy a ayudarte –prometió con determinación–. ¿Puedes decirme algo sobre la mujer? ¿Sabes quién es? ¿Su nombre?
–¿Cuál es tu nombre? –preguntó Eli. Sonaba demasiado calmado, y aquel cambio abrupto en su voz le resultó extraño.
–Bonnie –respondió rápidamente, sabiendo que cada segundo contaba–. ¡¿Sabes el nombre de la mujer?¡ ¡¿O algo que nos ayude a saber quién es?!
Nuevamente, el muchacho no contestó enseguida. Aunque se oían sonidos bajos y tenues, como si alguien estuviese respirando pesadamente a través del aparato. En ese momento, la respiración se convirtió en un susurro que heló su sangre.
–Bonnnieee... –una horrible voz siseó su nombre. Comenzó a materializarse ante ella la imagen de una mujer retorcida sobre sí misma, con ojos negros abiertos de par en par y una sonrisa antinatural parcialmente cubierta por su cabello–. Ven a jugar con nosotros, Bonnnieee... –a continuación, apareció aquella risa. Una risa que Bonnie había escuchado antes y que la paralizó por completo. Luego, la comunicación se cortó por completo.
Antes de que pudiera reaccionar, la puerta semiabierta de Bonnie se abrió de repente, provocando que saltara del susto.
–¿Qué haces despierta aún...? –preguntó Maggie, adormilada y arrastrando las palabras con pesadez–. Soñé que no te encontraba por ningún lado. Era como si hubieses desaparecido, pero aún podía oírte llamándome... –lucía confundida, como cuando tomaba el medicamento para la alergia. Ni siquiera se percató del miedo en el rostro de Bonnie ni del temblor de sus manos. Mientras Maggie hablaba sobre su sueño, Bonnie sintió que ambas se encontraban en dimensiones distintas, con lenguajes distintos. Por más que intentara contarle lo que acababa de suceder, Maggie nunca lo entendería. En ese momento supo con certeza que no podía contar con ella ni con Ava. Pero Bonnie sí contaba con alguien temerario y con corazón de acero: Cole. ¡Tenía que hablar con Cole!

La risa de la Bruja (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora