10-AVA

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Se encontraba en el patio trasero de la casa. Su idea inicial había sido meditar, pero al parecer, todas sus frustraciones se habían amontonado como enormes rocas en su cabeza y amenazaban con hundirla. Por lo que finalmente terminó sentada en el pasto ahogando sus penas en un licor de frutilla demasiado dulce.
Maggie y Bonnie habían ido al asilo a visitar a Leda, pero ella no estaba de humor para pasar toda la tarde al lado de ancianos seniles. Recostada en la tierra, miraba pasar las nubes en el cielo, pensando que el universo era demasiado grande, o tal vez era ella quien se sentía demasiado pequeña.
Pensaba en la vida, en el propósito de su propia existencia y en todo lo que había presenciado el año pasado. Tal vez era a causa del licor, pero sus pensamientos parecían tomar caminos tortuosos y profundos, enredándose y desenredándose continumanete, como si se tratase de una madeja de hijo.
Se sentía perdida, y aquel estúpido día festivo la hacía extrañar aún más su madre. En la última carta que ella le había mandado, intentaba explicarle parte de todo lo que había aprendido de sus viajes: cómo el apego emocional acrecentaba el miedo a la pérdida y cómo había aprendido a amar de una manera diferente. La había alentado a encontrar su propio camino hacia la felicidad sin depender de nadie "¡A ser libre como un pájaro!" Le había dicho.
Ava había aprendido a convivir con su ausencia, aunque sus sentimientos hacia ella fluctuaban en una danza impredecible. En ocaciones, se sentía abandonada, mientras en otros momentos creía que su madre trataba de transmitirle una valiosa lección que aún no comprendía del todo.
Sus sentimientos cambiaban como el viento, pero en aquel momento, envidiaba la convicción de su madre. Deseaba tanto ser como ella y encontrar su propio camino a la felicidad, que a veces, solo quería gritar pidiéndole al universo algún tipo de señal cósmica.
Se levantó impulsivamente, mareada por el alcohol, y alzó sus brazos hacia el cielo.
–¡¿Qué se supone que debo hacer?! –gritó enojada.
Un segundo después, se sorprendió al escuchar una voz.
–¿Ava...?
Anne, su vecina y madre de Cole, asomó la cabeza desde la valla del jardin contiguo.
–¿Te encuentras bien? –le preguntó.
La joven de cabello rosado se había puesto como un tomate.
–Si...yo solo estaba... –comenzó a balbucear–... meditando.
Los ojos vivaces de la mujer se posaron en la botella que tenía en su mano.
–Ya veo –dijo con una risita.
Ella también sonrió.
–¿Quieres venir un rato a la casa? –le preguntó Anne con una mirada compasiva–. Cole y su padre han salido a visitar a su abuela y me vendría bien algo de compañía.
Siempre había sido una persona muy amable, y a Ava le caía realmente bien. Sabía que aquella invitación había sido por lástima, pero aceptó de todas maneras.
–Claro, ¿por qué no?

...

La casa de los Keller era un remanso del pasado, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. Sus muebles habían sido seleccionados con cuidado y mantenidos casi intactos, mientras que otros parecían haber sido hechos a mano. Cada rincón estaba decorado con objetos antiguos y renovados con esmero, otorgándole un encanto especial.
Ava y Anne se encontraban sentadas en una acogedora sala, devorando panes de queso recién horneados en una mesita redonda de madera maciza. El ambiente estaba impregnado de un aura nostálgica y familiar, como si cada pieza tuviera su propia historia que contar.
–¿Has sabido algo nuevo de Jay? –preguntó Anne.
La joven negó con la cabeza. Ella y su madre habían sido buenas amigas en la adolescencia.
–¡Oh! ¡Acabo de recordarlo! –exclamó la mujer, levantándose de la mesa y desapareciendo por un momento. Apareció segundos después con unas revistas en la mano–. Maggie me dijo que las necesitabas para un trabajo.
Eran unas antiguas revistas de moldería.
–Está bien, ya no las necesito, pero gracias.
Anne frunció el ceño.
–La universidad a la que quería ir me ha puesto en espera –gruñó Ava poniéndose otro pan de queso en la boca.
La mujer pareció notar su frustración y trató de animarla:
–Bueno, pero entonces todavía hay esperanza - dijo, volviendo a sentarse a su lado y mirándola a los ojos–. ¿Sabes? A decir verdad, me ha sorprendido que eligieras estudiar moda.
Esta vez, Ava la observó de manera inquisitiva.
–Quiero decir, pienso que es un poco... superficial –expresó intentando no sonar cruel–. No me malinterpretes, de seguro debe ser interesante, pero creo que siempre te vi como alguien... diferente.
Ava casi se atraganta.
–¿Diferente? –logró decir–. ¿A qué te refieres?
Anne jugaba con la punta de su abundante cabello castaño mientras reflexionaba:
–No lo sé, tal vez viajando por el mundo. Eres joven, podrías tener el universo a tus pies si así lo desearas.
–Creo que estás pensando en mi madre –dijo Ava suspirando–. y yo no soy ella.
–¡Por supuesto que no! –se apresuró a decir Anne–. No me hagas caso. Tú eres la única que sabe hacia dónde la lleva su camino, ¿verdad?
–Si, seguro... –murmuró, pensando que aquello no podía estar más errado.
Hubo un breve silencio entre ambas y el aire se volvió denso, reflejando las emociones que flotaban en el ambiente.
–Bueno, tal vez no lo creas... pero a veces tengo ciertos presentimientos acerca de las personas –comenzó a decirle Anne con cierta confidencia–. Y sé que tu eres alguien especial, Ava. Tuve ese mismo presentimiento cuando nació Cole. Y no me equivoqué. Estás aquí para llegar a hacer algo grande, estoy segura. Sólo necesitas un poco de ayuda. –en ese momento, sacó del bolsillo de su pantalón una pequeña tarjeta y se la entregó.
–¿Qué es esto? –preguntó Ava desconcertada al ver unos extraños símbolos impresos en ella.
Anne sonrió.
–Un lugar seguro.
–¿A qué te refieres?
–Me encantaría decírtelo, pero no quiero arruinarte la sorpresa –dijo con una chispa inusual en sus ojos–. Estos símbolos representan un día, una hora y un lugar.
–¿Es alguna clase de juego? –preguntó Ava sin entender nada.
–Es algo que ha cambiado mi vida. Y si mi intuición no me falla, estoy segura que también cambiará la tuya.

...

Con dificultad, Ava maniobró para abrir la puerta de su casa. En una mano sostenía la tarjeta que aún intentaba descifrar, mientras con la otra procuraba evitar que se le cayera el plato de panecillos de queso que llevaba consigo.
De repente, una voz conocida resonó en el umbral de la puerta:
–¿Ava?
Al levantar la mirada, se encontró con una joven mujer de cabello corto y oscuro sosteniendo una pequeña maleta de viaje en su mano.
Los ojos de Ava se abrieron como platos, la sorpresa la dejó sin palabras.
–¿Mamá...? –musitó, incrédula. 

La risa de la Bruja (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora