"Las hijas de la Oscuridad..." "Las hijas de la Oscuridad..." "Las hijas de la Oscuridad...".
Su cabeza continuaba repitiendo aquellas palabras, como si se tratara de un tocadiscos averiado reproduciendo el mismo sonido una y otra vez.
Había buscado información sobre ellas desde que Rachel le había contado lo de Daniel, pero no había conseguido nada. Podía tratarse de un grupo de personas que venerase al Lobo, estaba casi segura de ello. Tal vez alguien que quisiera continuar con el legado de Levi. Tenía miles de pestañas abiertas en su computadora y el piso de su habitación estaba minado de libros abiertos y papeles.
Decidió tomarse cinco minutos para descansar, por lo que observó su reloj de pulsera para cronometrarlos y luego se dejó caer en la cama. El estuche de su violín captó su atención, ya que parecía un pequeño ataúd que la observaba con una mirada negra y vacía desde abajo de la ventana.
Una melodía lejana comenzó a sonar en su cabeza mientras de manera inconsciente sus dedos marcaban el tempo. Los sonidos la transportaron a un recuerdo lejano, una imagen de su infancia. En el recuerdo, Vynx era una niña pequeña y su madre, Victoria, estaba a su lado, sonriéndole con dulzura mientras le enseñaba a sostener el violín correctamente. La niña, con ojos brillantes y llenos de admiración, veía cómo su madre acariciaba las cuerdas del violín, creando melodías que llenaban el ambiente de magia. Victoria era imponente y hermosa, y se erguía ante los inocentes ojos de la pequeña como la encarnación misma de la perfección. La mujer quería que su hija siguiera sus pasos y se convirtiese en una virtuosa violinista, y Vynx no había nada que desease más que complacerla.
Cuando volvió nuevamente a la realidad, el violín seguía bajo la ventana, roto. Un sentimiento de odio se enroscó entre su estómago como una serpiente. Melissa lo había cambiado todo, había destruido algo más que cuerdas y madera.
A pesar de las reiteradas disculpas de la familia Finley, Vynx no cambiaria de idea. Además, ¿por qué debería de hacerlo? Melissa siempre lograba salirse con la suya.
En el instituto Saint Margaret, todas las estudiantes conocían a Melissa, aunque en realidad, nadie la conocía realmente. Era como otro misterio que Vynx no había logrado resolver, un rompecabezas en donde sus piezas no parecían encajar. Las mismas estudiantes no lograban ponerse de acuerdo si la admiraban, le temían o la envidiaban, probablemente sería todo junto. "Una combinación intrigante de inteligencia, rebeldía y talento" había mencionado una vez el diario local de Blackwood, haciendo referencia a sus tantos premios académicos. Pero al parecer, su presencia imponente y su capacidad para eludir las consecuencias la hacían tanto una persona popular como una marginada. Su reputación de "chica mala" la precedía, y todas sabían que era capaz de darte un puñetazo en el rostro y aún así, salir impune.
Por supuesto que dentro del instituto, había preferencia por ciertas estudiantes que gozaban de privilegios debido a la reputación o el dinero de sus familias, pero Melissa no era una de ellas. En cambio St. Margaret obtenía prestigio a través de sus logros, y no había nada que le agradase más a la directora de la institución que regodearse de reconocimientos y menciones. Melissa era su haz bajo la manga, un animal exótico en exhibición que debía ser domesticado.
Observó su reloj, se había pasado del tiempo estipulado, y eso la puso del mal humor.
De pronto, alguien tocó a su puerta.
–¡Dije que estoy ocupada! –exclamó incorporándose de un salto y volviendo a su sitio en el escritorio. Era la tercera vez que Lynn se acercaba a preguntarle si quería algo de comer. Cuando la puerta se abrió, se sorprendió al ver a una joven de piel morena y sonrisa cautelosa. Era Melissa.
–¿Qué estás haciendo aquí? –soltó Vynx casi con un gruñido.
–Hola a ti también... –contestó la intrusa, echando una mirada curiosa a su alrededor–. Vine en son de paz. Te he traído esto.
Llevaba en su mano un estuche de violín.
–Dije que...
–Sí, sí, sé lo que has dicho –se apresuró a decir ella, abriéndose paso en la habitación–. Pero espera a ver esto.
–No necesito verlo. Se que no será como el violín que tenía, hecho por un excepcional luthier que...
Quedó boquiabierta cuando la joven extrajo del estuche un violín idéntico al suyo.
–¿Sorprendida? –expresó Melissa con aire triunfal.
La muchacha pelirroja comenzó a examinarlo minuciosamente, sin salir de su sorpresa.
–¿Cómo...? No logro entenderlo –balbuceó–. Mi madre había encargado un violín exactamente igual a este a...
–Mi abuelo –contestó Melissa–. El "excepcional" luthier.
Le reveló que su abuelo era extremadamente obsesivo con su trabajo, y cuando algo no salía "perfecto", lo descartaba. Aquello ocurrió con varias de sus creaciones, por lo que, cuando una de sus piezas no terminaba siendo lo que esperaba, volvía a hacerla nuevamente desde cero. De esa manera había terminado con un taller lleno de "basura", como solía llamar a una decena de hermosos instrumentos descartados.
–Es igual de caro, está en impecables condiciones, y su sonido es perfecto –afirmó Melissa como si se tratase de una vendedora intentando sellar una compra. Mientras tanto, Vynx se esforzaba por encontrar la razón por la qué alguien descartaría una pieza como aquella–. Mi padre los tiene bajo llave. Sólo lo he tocado para afinarlo y....
–¿Sabes quien es ella? –interrumpió Vynx, señalando la talla de una cabeza de mujer coronada con flores que se hallaba en la voluta del violín–. Siempre quise saberlo. –añadió melancólica.
–Euterpe –reveló Melissa.
Por supuesto que ella lo sabía. Parecía siempre saberlo todo, pero en aquel momento Vynx no pudo enojarse por eso, ya que la emoción de por fin conocer el significado detrás del detalle que había sido un misterio durante tanto tiempo, se sintió como un gran suspiro de alivio en su interior.
–¡Por supuesto! La diosa de la música. Mi madre no llegó a decírmelo... –expresó mientras su ánimo menguaba.
Le devolvió el violín con el rostro serio y la mirada esquiva.
–Entonces ¿no vas a aceptarlo? –inquirió Melissa con cejas arqueadas–. ¡Pero si es exactamente igual!
–No, no lo es.
–¿Ah, no? ¿Y qué demonios lo hace tan especial?–preguntó irritada con las manos en el aire. Pero al terminar de decir aquello, cayó en la cuenta–. ¡Mierda! No me digas que, ¿era un regalo de...?
Vynx asintió, apretando fuertemente los labios.
Melissa palideció.
–¡Oh, Dios mío! ¡Dime que no es cierto, por favor! –expresó sin salir de su estupor–No puedo creerlo... ¡Y justo hoy es el día de...!
Sus palabras se perdieron en el aire.
–Soy tan idiota... Realmente creía que había ganado ¿sabes?, –continuó diciendo con una risa cínica–. ¿Cuántas posibilidades había de que mi abuelo hiciese dos violines iguales? ¡Es casi imposible! Pero como dice mi abuela, siempre he sido una "chica afortunada". Así que creí que cuando lo vieras, no tendrías más remedio que aceptarlo y eso sería todo. Volvería a tocar en la muestra.
Vynx no le respondió, en cambio se acercó a la ventana, pensativa.
–Ahora entiendo por qué me odias –se resignó Melisa.
–No te odio –dijo Vynx con una mirada implacable–. No me caes particularmente bien, pero no te odio.
–Bueno, pues yo me odiaría –confesó la muchacha–. Si algún idiota se metiese con el recuerdo de alguien a quien quiero...
–¿Por qué estás aquí, Melissa? –soltó de pronto Vynx, inquisitiva–.¿Por qué has venido realmente? Ambas sabemos que todo aquel discurso de la Señora Byers fue solo un espectáculo, y si lo pidieses nuevamente, te dejaría tocar en la muestra.
Melissa lucía como alguien que acabase de cometer un delito. Culpable.
–Te vi ese día –soltó de pronto, enigmática–. El día del funeral de tu madre.
Victoria Stirling había sido velada en la funeraria de los Finley. Había sido una despedida breve, llena de flores y música clásica. El lugar estuvo repleto de personas que la conocían y que pasaban de uno en uno a dar su pésame, mientras que un grupo de compañeros artistas tocaban una pieza en su honor.
–Cuando todos se hubieron ido, te vi contemplando el ataúd –reveló la joven–. No fue mi intención hacerlo, pero la expresión en tu rostro lucía tan... –su voz se apagó al encontrarse con los ojos de Vynx–. No sé cómo describirlo, parecía rabia, desesperación... no lo sé, pero era exactamente la misma mirada que tenías cuando rompí el violín.
Vynx la escuchaba atenta, intentando contenerse. No tenía idea como podía recordar todo aquello, pero era exactamente lo que sentía cuando estaba frente al ataúd de su madre. Odio. La odiaba por haberla abandonado, por haber muerto. Se preguntó si Melissa había visto lo que hizo después...
–No deberías espiar a los demás –solo pudo decir. No sabía exactamente qué estaba sintiendo en ese momento, pero no le agradaba. Aquella vez, en la sala vacía, había perdido el control, y había tenido un momento de vulnerabilidad que nunca más se había permitido tener.
–¡De acuerdo, lo admito! ¡Me sentí mal! ¿Está bien?–exclamó Melissa, avergonzada–. A veces hay cosas que simplemente no puedo olvidar... – dijo de manera extraña, como si algo la atormentara–. Sé que tengo algunos..."problemas" para lidiar con las personas, pero, no soy el monstruo que todos creen que soy.
Se puso de pie y le ofreció nuevamente el violín.
–Tienes razón, probablemente podría conseguir tocar en la muestra si así lo quisiera –continuó diciendo–. Pero si no vas a tocar por mi culpa, yo tampoco merezco hacerlo.
Vynx intentó escudriñar en el rostro de Melissa para discernir si sus palabras eran genuinas o simplemente una forma extraña de sentirse bien consigo misma, pero no pudo descifrarlo.
–No voy a hacerlo –aseveró sin agarrar el violín.
–De acuerdo –contestó la muchacha depositándolo con cuidado en la cama–. Pero si cambias de opinión, ya sabes donde encontrarme –añadió mientras se dirigía hacia la puerta–. Y sabes, respecto a lo que dijo la Señora Byers, no estoy tan segura de que todo haya sido un espectáculo. Creo que tal vez si podríamos aprender algo la una de la otra.
Dicho esto, desapareció por la puerta, dejando su abundante y ondulado cabello castaño flotando en el aire, y provocando en Vynx una extraña sensación....
Aquella noche, la cena transcurrió en calma. No pudo evitar notar la decepción en los ojos de Lynn, quien aparentemente esperaba algún tipo de regalo ese día. Día del cual Vynx todavía cuestionaba seriamente su relevancia social. Tras arreglarse, se adentró en su alcoba, se aseó y se metió en la cama. El reloj marcaba las once y media de la noche.
Bostezó, estaba exhausta. Reorganizar su agenda de tareas podía ser agotador, pero finalmente había logrado encontrar un momento del día para cada cosa que debía realizar. El Pink Palace, su momento de ocio y encuentro con las demás, era probablemente la única parte desestructurada en su vida, y aunque no le gustara admitirlo, lo encontraba agradable y, en cierta medida, necesario. Lonnie solía bromear diciendo que era una especie de robot sabelotodo, pero Vynx sabía que no había llegado hasta donde estaba sin sacrificio.
A pesar de su gran inteligencia, no era una niña prodigio como Melissa; su desarrollo intelectual se había ido incrementando paulatinamente mientras que sus compañeras disfrutaban de pijamadas, paseaban en las tiendas o salían al cine.
Mientras ellas socializaban, Vynx estudiaba. Noche tras noche devoraba libros, investigaba y se instruía sobre diversos temas. Aquello la llevó a adelantar un nivel académico y se graduaría un año antes.
Su vida era buena, pero por supuesto nada podía ser perfecto. Las personas siempre habían sido su punto débil. No las comprendía y, al parecer, ellas tampoco parecían hacerlo. El sólo hecho de intentar mantener una conversación fluida, la estresaba. Por lo que usualmente era una bastante callada. Desafortunadamente, las personas parecían incomodarse tanto con su silencio, como cuando abría la boca.
Solía observar a Rachel y a las demás e intentaba analizarlas, como si intentara descifrar el código con el que estaban programadas. Sentía que había algún grado de sutileza en las interacciones, algo que todos parecían compartir, pero que ella no era capaz de verlo. Se preguntó si Melissa realmente tendría problemas para lidiar con las personas o si tal vez era sólo una manera de decir. Nunca estaba segura.
Mientras divagaba entre aquellos pensamientos, finalmente el sueño se apoderó de ella a las doce en punto, justo a tiempo.
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La risa de la Bruja (borrador)
Novela JuvenilSaga "El Lobo" Libro 2 "La risa de la bruja" Ha pasado más de un año desde el incidente del matadero. Una pista reveladora. Una muñeca atada con hilo rojo. Y una frase del pasado que revelará el presente: "El Lobo Negro desgarrará la carne y tritu...