AVA
Ava había encontrado un método, similar al que creía que debían usar en las fábricas, para terminar los miles de pastelitos que Amy le había encargado hacer para el baile. Como no había ayudado en la decoración, ni en la escenografía, ni prácticamente en nada, aquello había sido una especie de castigo por parte de Amy. Se encontraba en la última etapa, su favorita: aplicar glaseado, aunque estaba demasiado cansada para disfrutarlo. No quiso recibir ninguna clase de ayuda por parte de Maggie, lo cual habría supuesto un problema de no ser porque Bonnie había logrado que el señor Keller ayudara. Ava, agradecida, decidió hacer algunos pastelitos extras para todos ellos. Había cocinado algunos de coco, cubiertos de azúcar que parecía musgo, y otros de vainilla, con hongos cuyas cabezas rojas eran en realidad fresas. Pero sus favoritos eran los pequeños troncos de chocolate. Mientras formaba hojas verdes con la manga pastelera, un olor a quemado inundó sus fosas nasales.
–¡Oh no! –la última tanda se había quemado.
Exhausta, intentó quitar algunas partes y salvar el resto. Debía encontrar la manera de arreglarlo, aunque fuera estéticamente.
–¿Necesitas ayuda? –Maggie se asomó, olisqueando el ambiente.
–No, gracias. Ya casi termino –respondió Ava. No quería que pensara que estaba descuidando sus tareas. Aunque realmente había estado haciendo malabares los últimos días. Había creado su traje desde cero, del cual estaba orgullosa, había sobrevivido a los últimos días de clase y a su Doppel, Elodie. Ella era casi tan estricta como Vynx.
–Esto estaba en el buzón... –dijo Maggie, dejando una carta sobre la mesa con una sonrisa nerviosa. Ambas se miraron a los ojos.
–Es... es el sobre de Mint –Ava casi se atora al decirlo. Sus músculos se tensaron de pronto y el terror la invadió.
–¡Ábrelo! –gritó Maggie emocionada, aunque al ver la expresión de Ava, añadió comprensiva–. ¿O prefieres hacerlo sola?
Ava no podía decir nada. Estaba mortificada, así que solo asintió.
–Estaré en el salón, por si necesitas algo –anunció Maggie en tono reconfortante.
Las palmas de Ava tenían un sudor frío y su corazón estaba acelerado. ¡Finalmente había llegado! La emoción y el terror aparecieron en partes iguales. Tuvo que armarse de valor para abrir el sobre, temblorosa. "Por favor, que me hayan aceptado. Por favor, que me hayan aceptado...", repetía internamente. Extrajo delicadamente una hoja que desdobló y comenzó a leer en voz baja.
–"Gracias por enviar su solicitud de admisión. La Universidad de MINT la ha considerado cuidadosamente, y desafortunadamente han decidido que no pueden ofrecerle un lugar..."
El papel cayó de sus manos. Parpadeó varias veces y las lágrimas comenzaron a salir antes de que hubiese procesado lo que acababa de leer. Atravesó el salón despacio, como si estuviera en algún tipo de ensueño. Maggie hablaba pero Ava no podía reaccionar.
–Lo lamento tanto... –Maggie intentó abrazarla pero ella se apartó.
–Lo siento, yo... –no pudo terminar la frase. Su tía pareció entender y la observó con tristeza desaparecer escaleras arriba, hacia su habitación. Allí, Ava se derrumbó sobre su cama. No le importó llorar sobre el traje que tantas horas le había costado hacer. Tampoco le importó que su maquillaje se corriera y manchara la cama. Lloraba en silencio, con la cabeza en la almohada, acurrucada sobre sí misma. Su móvil sonaba insistentemente. Era Lonnie. No tenía fuerzas para hablar con ella, para contarle su fracaso, así que rechazó las llamadas varias veces, hasta que finalmente Lonnie dejó de intentarlo. Ava le envió un mensaje corto, quizás algo brusco, diciéndole que no podía hablar y luego lanzó el teléfono hacia el sillón.
Extrañamente, ella lo sabía. Sabía que no lograría entrar, no tenía el talento suficiente. Y a pesar de ello, había albergado una mínima esperanza, que se borró de un plumazo. Siempre se había sentido afortunada de saber qué era lo que le gustaba, lo que quería ser. Su sueño había sido el mismo desde pequeña. A diferencia de muchos de sus compañeros, incluida Lonnie, a quienes nada les convencía demasiado, o que escogían carreras elegidas por sus padres, o simplemente porque debían estudiar algo. Ava siempre lo supo, y había dado todo de sí para conseguirlo. Y aun así, no había sido suficiente. Ella nunca sería suficiente. Aquello le dolió tanto que entró en una especie de vacío emocional, en donde ya ni siquiera podía llorar, así que se metió entre las sábanas e hizo lo único que podía hacer: dormir, hacer que el dolor desapareciera, aunque fuera por un rato.
Su madre la despertó horas después, pasando el dedo por su nariz, como solía hacerlo cuando era pequeña.
–Mamá... no lo logré –fue lo primero que dijo. Tenía la cara hinchada y le dolía la cabeza de tanto llorar.
El cielo se había oscurecido, y la silueta de su madre la reconfortaba.
–Lo sé –dijo su madre, comprensiva–. Pero no puedes dejar que esto te detenga, Ava. Ese nunca fue tu camino, eso es todo –La luz del pasillo entraba a la habitación, creando un ambiente lúgubre y triste, igual que como se sentía Ava.
–Deseaba tanto entrar... –su voz se quebró. Sentía vergüenza de que su madre la viera así, tan rota, pero no podía evitarlo.
–De verdad lo lamento –jay la miraba con una mezcla de resignación y compasión–. Pero no porque no hayas entrado, sino porque no puedes ver más allá. Ver lo que yo veo –le acarició el cabello rosado y lo puso detrás de su oreja.
–¡¿Ver qué?! –exclamó Ava, irritada. Lo único que quería era que su madre la abrazara.
–Que todo es una cuestión de perspectiva. La vida es como tú quieres que sea –murmuró Jay, como si le revelara un secreto–. Pero si crees que eres una víctima de la situación, entonces, realmente estás en problemas.
–No estoy jugando a ser una víctima, mamá. Solo estoy triste –Ava no tenía fuerzas para discutir.
–Tal vez, en el fondo, sea lo mismo –expresó Jay, encogiéndose de hombros, con una leve sonrisa–. Ahora levántate. Tienes un baile al que asistir.
Cuando bajó, seguida por su madre, la luz le hacía doler los ojos. Maggie y Bonnie habían terminado de hacer todos sus pastelitos y aquello casi la hizo llorar de nuevo.
–Los pastelitos están en las cajas –comenzó a explicar su tía, señalando la pila que estaba en el salón–. Están guardados por sabor y... –no pudo terminar la frase. Tragó sonoramente, evitando comenzar a llorar, y abrazó a Ava, quien la abrazó de vuelta–. Lo siento, cariño.
Bonnie las observaba con pesar. Tenía parte de su rostro cubierto de pasta verde, y aquello hizo sonreír a Ava.
–Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana –le murmuró Maggie.
–Tal vez deberías comenzar a vestirte –interrumpió Jay–. Me encantaría ver el traje que has hecho.
–Tom llegará en menos de media hora –anunció Bonnie, mirando el reloj en la pared.
–¡¿Qué?!
Ella tenía razón. Había dormido demasiado, así que salió disparada nuevamente hacia su habitación para cambiarse. Tomó el traje de tonos verdosos y lo depositó cerca de su tocador, de donde sacó una caja de sombras y comenzó a maquillarse. Tenía el rostro hinchado y rojo. Lucía horrible. Pero optó por no continuar lamentándose e ir con dignidad a su propio baile. Había desistido de invitar a Daniel. Era demasiado pronto y no quería asustarlo. Afortunadamente, alguien más había decidido invitarla, y aunque al principio se encontraba completamente reacia a aceptar su invitación, el tiempo pareció limar las asperezas de su decisión. Se maquilló y vistió en un tiempo récord. Lo más difícil fue pegar los pequeños brotes verdes con pequeñas florecillas alrededor de sus ojos. Cuando se miró al espejo no se encontró con una criatura del bosque, sino con la representación misma de un bosque encantado. Había tomado como base la forma de un vestido victoriano, en el que una enredadera conformaba el corsé y su falda voluminosa estaba creada con flores, hojas y ramas que tocaban el suelo por la parte trasera. Llevaba unos borceguíes de los que salían tallos verdes con flores blancas y su cabello estaba adornado con ramas altas con hojas del color del otoño. Había querido representar las cuatro estaciones del bosque. Por último, como gran detallista que era, había insertado algunas plumas en su vestido, como si algún pequeño pájaro hubiera habitado en él.
Oyó sonar el timbre justo a tiempo, y a Bonnie gritar que su cita había llegado. Bajó intentando aparentar elegancia, a pesar de no tener demasiado ánimo para ello. Maggie exclamó lo estupenda que se veía y le tomó una fotografía. Su madre, en cambio, parecía conmovida. Su cita la esperaba erguida en la entrada, observándola con una leve sonrisa.
–Es la mejor de tus creaciones –elogió Vynx, su cita para el baile–. Te ves estupenda –le puso un pequeño corsage de flores rosas en su muñeca y aquel gesto de cariño hizo que Ava le diera un gran abrazo.
–Gracias por no dejarme sola esta noche –le susurró.
–¡Miren hacia aquí y digan whisky!
El flash del teléfono de Maggie la cegó por un momento. En ese instante, el señor Keller llegó y toda la casa comenzó a movilizarse. Mientras Maggie, Cole, Bonnie y Vynx llevaban las cajas de pastelitos al auto, su madre se le acercó con una gran sonrisa.
–Hay tanto que el mundo tiene para mostrarte... –dijo, haciendo que se observe en el gran espejo de la entrada–. Solo tienes que abrir tus alas.
Ava le dio un beso rápido en la mejilla, que la tomó desprevenida. Esperaba que ella tuviera razón y que el mundo, de alguna manera, pudiera ofrecerle algo más a lo que aferrarse.
–Las cajas están cargadas. Deberíamos irnos –anunció Vynx, apareciendo en la entrada. Llevaba un traje marrón con un sombrero de copa haciendo juego, con pequeños hongos y piñas. Llevaba chaleco y una corbata verde. Le recordaba al sombrerero loco de Alicia en el país de las maravillas.
–Anda, ve –dijo su madre, empujándola suavemente hacia la puerta–. Diviértete.
–Lo haré –prometió Ava con una sonrisa.
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La risa de la Bruja (borrador)
Fiksi RemajaSaga "El Lobo" Libro 2 "La risa de la bruja" Ha pasado más de un año desde el incidente del matadero. Una pista reveladora. Una muñeca atada con hilo rojo. Y una frase del pasado que revelará el presente: "El Lobo Negro desgarrará la carne y tritu...