–¿Quieres más pudín, abuela? –Bonnie acercó la cuchara hacia la boca de la anciana, quien la aceptó con gusto–. ¿Sabes que mamá empezó a tener Ensueños cuando tenía alrededor de mi edad? –le contó mientras raspaba el caramelo líquido de los bordes del tazón–. Comenzaban como una fuga de luces, como cuando se quema un film viejo. Eso es lo que describió en su diario.
Su abuela asentía con la cabeza, aunque solamente parecía interesada en el postre.
–Me pregunto a qué edad aparecieron tus ensueños –murmuró pensativa–. Sé que los tenías. Mamá los mencionó. También dijo que comenzaste a hacer atrapasueños porque siempre tenías pesadillas.
–Siempre –confirmó la mujer con un movimiento de cabeza, luego hizo un gesto con la mano para que le sirviera más.
–Las pesadillas cesaron con los atrapasueños ¿verdad? –le preguntó extendiendo el brazo nuevamente–. Pero también tus ensueños.
Ella asintió, masticando.
–Me hubiese gustado que me contaras más acerca de tu pasado –suspiró Bonnie–. Todo el mundo dice cosas horribles sobre ti, pero ellos no te conocen como yo.
Leda terminó de comer y Bonnie limpió su boca con una servilleta.
–¿Qué decían esos diarios, abuela? –inquirió, refiriéndose a los que Rachel había encontrado en su ático el año anterior.
Leda la observó con pesar.
–. No, no... –balbuceó con dificultad–. Camina hacia adelante. Hacia adelante.
Se preguntó si su abuela le insinuaba que no debía seguir hurgando en el pasado. Aunque también podría estar divagando.
Leda tomó a Elena, su pequeña muñeca, y comenzó a darle de comer del tazón vacío.
–¿Interrumpo?
Una joven de cabello naranja se encontraba parada a su lado.
–Hola Vynx –la saludó Bonnie–. ¿Hoy traes un nuevo libro? Pensé que estaban leyendo Moby dick.
–Creí que tal vez la señora Boucher preferiría otro clásico –indicó ella.
Vynx era algo extraña, pero a Bonnie le gustaba. Solía visitar a su abuela algunas veces por la tarde para leerle en francés. Lonnie solía bromear con que solo lo hacía para que alguien la escuchase hablar sin cesar sobre sus libros favoritos.
–¿Maggie se encuentra aquí? –preguntó sin responderle.
Bonnie asintió y señaló hacia el otro extremo de la sala, en donde la mujer robusta se hallaba hablando con un hombre de traje.
–Llevan hablando un buen rato –le indicó.
–De acuerdo –dijo Vynx–. Será mejor que comience. Leda, al igual que yo, valoramos la puntualidad.
Bonnie se puso de pie, mientras Vynx se acomodaba en el sillón que olía a humedad.
–¿Quieres quedarte a escuchar? –le preguntó a la niña.
–Probablemente no entendería nada.
–¿No sabías algo de francés? –preguntó Vynx.
–Sólo una canción de cuna que ella solía cantarme –respondió, negando con la cabeza–. Además, debo ir a hacer mi tarea. Nos vemos luego.
Mientras recogía su mochila, observó el título del libro que Vynx tenía apoyado en su regazo. No comprendió ninguna palabra excepto las de "Sherlock Holmes".
...
El jardín de la residencia para ancianos era enorme, repleto de árboles con hermosas hojas de distintos tonos de verde. Bonnie llevaba una bolsa en donde iba guardando cada hoja que le parecía interesante. Como no le gustaba cortar las de los árboles, buscaba entre el pasto algunas buenas candidatas.
Su tarea consistía en recrear el árbol genealógico de su familia y colocar una hoja en él por cada integrante. Los cuatro gatos que vivían en casa de los Jones tenían sus hojas, al igual que Prudence, la lora, y Elle, su coneja.
Las hojas más grandes estaban reservadas para su madre, su abuela y su tía abuela. Se preguntó si debería colocar una hoja para Jay, ahora que había regresado.
Mientras lo meditaba, algo en su bolsillo comenzó a producir sonidos distorsionados. El Walkie Talkie comenzó a transmitir, entre la estática y las interferencias, el sonido de una voz entrecortada. La voz aparecía y desaparecía por intervalos.
–¡¿Alguien me escucha?! ¡¿Hay alguien ahí?!
–¿Hola...? –dijo presionando el botón. La voz no parecía ser la de Cole; él estaba en casa y el alcance del Walkie Talkie era demasiado corto para llegar hasta allí.
–¡Ayúdame por favor! ¡Ella vendrá pronto!
La estática se intensificó y luego la comunicación se cortó abruptamente.
–¿Quién habla? –preguntó mientras sentía que sus músculos se tensaban, pero nadie le contestó–. ¿Sigues ahí? ¿Hola?
Pero solo había silencio.
Intentó nuevamente comunicarse, pero no obtuvo respuesta alguna. Consideró que tal vez se tratara de una broma de su amigo, así que escudriñó entre los árboles en busca de Cole, pero no había nadie más en el bosque. La voz, perteneciente a la de un niño, podría haber sido captada de otra frecuencia; el señor Keller le había explicado que eso era posible.
El sol comenzaba a deslizarse por el horizonte, y de un momento a otro, el bosque se sintió amenazador. Un escalofrío recorrió su espalda y un repentino sentimiento de miedo la hizo volver a la residencia con paso apresurado.
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La risa de la Bruja (borrador)
Ficțiune adolescențiSaga "El Lobo" Libro 2 "La risa de la bruja" Ha pasado más de un año desde el incidente del matadero. Una pista reveladora. Una muñeca atada con hilo rojo. Y una frase del pasado que revelará el presente: "El Lobo Negro desgarrará la carne y tritu...