*Basado en la adaptación cinematográfica de El señor de los anillos y los libros escritos por Tolkien*
*No es necesario leer la primera parte para entender esta*
Elentari luchó en tantas batallas y la última fue tan significativa porque significaba...
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Y ambas estuvieron de acuerdo que eso y más se hacía por amor. Elentari no quiso preguntar, pero las palabras de la Enana sonaban a que había perdido a su esposo del mismo modo que a su padre y abuelo, gracias al fuego de dragón. Pasaron un par de días ahí antes de que la Reina se sintiera más dispuesta. Dís le dio el vestido que usó cuando habitó la Montaña, pero ya con las medidas de la Elfa. No lo dudó más y la abrazó, ambas lloraron la pérdida antes de la última tomar la mano del Noldor y marchar. Incluso pasaron a la Ciudad del Valle a saludar al Hombre y su familia, poco a poco parecía que se recuperarían del ataque de Smaug.
Llegaron al Bosque Negro, en antaño el Bosque Verde. Elentari lo recorrió con la mirada, añorando el tiempo que fue, antes de que la sombra se cerniera sobre su hogar, anhelado ver de nuevo Doriath y recordar su tiempo de juventud, luego de conocer a Glorfindel, luego de aprender a manejar mejor su espada, nacida al mismo tiempo que ella. Su hija estaba ahí en los establos, caminando entre las crías de la alce. La Reina sonrió con tristeza a tiempo que la llamaba en susurros, le entregó la runa sin mediar palabra. Tauriel se colgó de su madre y lloró todo lo que no se permitió el par de semanas anteriores a esa.
La tomó entre sus brazos y la llevó a su alcoba, la aseó y mimó como su tiempo de temprana edad, como niña. La silvana disfrutó que su madre la cuidara, asimilando que incluso era algo que la Reina necesitaba recordar ahora que quizá tendría, pues todos recordaban la pena que la inundó luego de perder al bebé; querían saber si este hijo tendría un destino distinto al anterior. Glorfindel se despidió de su amiga y volvió a Imladris. No había nada más por hacer, esperaba que, a su regreso, o cuando ella retornara, sería de nuevo ella.
Legolas dedicaba parte de su día a pasar estancias con su madre, como ahora ya la llamaba, le leía fábulas de antaño o ella le platicaba de sus años en Doriath, lo cerca que estuvo de la joven Galadriel, de Morgoth, ver el ascenso de Sauron; y a Tauriel lo poco o mucho que convivió con sus padres antes tomar la custodia. Thraundil sonreía al ver cómo buscaba a sus hijos y mantenía correspondencia constante con Dís y Dain para decirles cómo avanzaba su embarazo.
—Me encanta la luz de rostro— sostenía su rostro entre sus manos.
—Qué cosas dices.
—Eres hermosa, amo ese brillo que por fin recuperas.
—Creí que amabas todo de mí.
—Por supuesto, el tiempo y la sabiduría se dibuja de manera fascinante en tu rostro, en tus manos y ahora aquí— besó su muy vientre abultado y ella lloró silenciosamente mientras le sonreía y acariciaba su cabello.
—Mi Señor, no tiene que arrodillarse ante mí.
—La Reina merece todos los honores que cualquiera podría tener...
—Thraundil, creo que deberíamos volver.
—¿Señora?
—Por favor.
El Rey la sostuvo entre sus brazos y corrió dentro del palacio llamando a las parteras, a los médicos. Tauriel y Legolas querían ayudar, incluso mandaron cuervos a Glorfindel, Dís y Dain para que se presenciaran lo antes posible en el Bosque Negro, la Reina necesitaba una red de apoyo sólida en momentos como ese. Nunca había pasado por un trance como ese y no sabía cómo actuar. Elentari estaba doblada del dolor, sosteniendo su vientre y sintiendo cómo el líquido amniótico bajaba por sus piernas, no intentaría palpar, temía sentir la sangre como en antaño.
Thraundil sostenía su mano mientras ordenaba a gritos que todo el mundo la ayudara o sería castigado de forma tan severa que los tiempos de Morgoth y Sauron serían un paseo por el Bosque. Los que estuvieron durante el parto de la reina Níniel, suspiraron con pesadez, quizá la salud de la señora no hubiese flaqueado si él se hubiera preocupado de verdad. Elentari llamaba a su hermano con desesperación, pues lo veía cada vez más lejano. Tenían todo para que el parto llegara a buen puerto como Hoja Verde durante la Segunda Edad, pero los nervios y el miedo inundaban a la Reina, eso podría complicarlo.
—Digno hijo de un Rey.
—¿Señor?
—Su hijo, mi Señora, digno hijo de su padre, el Rey Thorin Escudo de Roble, y digno hijo de su madre, la Reina Elentari, Reina de las Estrellas.
—Y él es mi Pueblo de las Estrellas— sonrió complacida mientras veía a su hermano colocarle una delicada tiara plateada y lo acomodaba contra su pecho. La respiración de ambos se acompasó y el bebé calmó su llanto.
—Eldar, hijo de Elentari— suspiró el nombre del príncipe y este dibujó un gesto en sus labios, casi asemejaba a una sonrisa.
—Mi Rey.
Sonrió, acomodada en la cama, su cuerpo era cubierto sólo por una sábana, una película de sudor envolvía su anatomía, ella aún respiraba agitadamente por el esfuerzo que significó y hablaba en susurros, su garganta aún no se recuperaba de los gritos y jadeos que significó el nacimiento de su hijo. Su hijo. Sonaba algo tan lejano luego de la muerte de Angrod y la pérdida de su no nato, la depresión que vino después de ello. Sí, no tenía a Thorin, pero un pequeño recuerdo de él se conservaba para las siguientes Edades.
—Amada Reina, cuida y ama a este hijo como has sabido velar por el bienestar de tus otros hijos, que la pena no inunde tu ser, porque te necesito más que nunca— sostenía su mentón mientras decía aquello, los ojos de ella se inundaron y sonrió cuando besó su frente.
—Lo amo, mi Señor.
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