Prólogo

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—No creo que sea momento

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—No creo que sea momento.

—No puedes sólo encerrarte aquí, esperar a que llegue el alba y, luego, a que caiga la noche. Eres la Reina, tienes responsabilidades, conmigo, con tus hijos y con el reino.

—Thraundil, quizá no sufriste la muerte de Níniel, me dolió tener que hacerlo a pesar de clamar venganza, pero quiero llorar a mis muertos mientras me es permitido.

—No quiero que mueras de pena, no quiero que te inunde como inundó a nuestra madre.

—La reina fue alcanzada por una maldición poco antes de embarazarse, por eso su cuerpo se consumió ante la debilidad, ante el dolor y esfuerzo que significó un parto.

—Amaie fue una gran madre.

—¿Era bella?

—La más hermosa de las elfas Noldor.

—Me hubiera encantado conocerla.

—Te regaló su luz, su poder y su alegría, su ira y su fuerza también corre por ti.

—Eres un Noldor, aunque lo niegues, pero ella era no logró dejar Valinor, algún día quisiera ir, en busca de ella y lo que alguna vez fue.

—No entiendo el pronto interés en la reina.

—Me costó un poco reconocerlo porque ya pasé una vez por esto y no quiero que la tristeza me inundé, tengo dos hijos que aún necesitan de mí.

—Elentari...— la Reina tomó la mano de su hermano y la puso sobre su vientre aún plano y la elfa llenó sus ojos de lágrimas.

—Fue concebido un par de semanas antes de La Batalla.

—Entonces no lo sabía.

—Al igual que mi hija, este bebé crecerá sin un padre.

—¿Por qué habría de ser así?

—No quiero que tomes una responsabilidad que no te corresponde.

—No podría dejarte sola en esta batalla, aunque menor, sé que sufriste al crecer sin la presencia de tu madre; si yo puedo quitar esa pena de los hombros de la criatura, lo haré.

—No tienes idea de cuánto lo agradezco.

—No lo hagas, mis sentimientos por ti me empujan a hacer eso y más— sostuvo ambas mejillas mientras limpiaba las lágrimas con ambos pulgares. Ella sonrió complacida de saberse así de amada. Se dejó envolver por los brazos de su hermano, él la acunó para arrullarla y que el llanto cesara. Legolas y Tauriel habían salido un par de días para darle privacidad suficiente a los hermanos y que hablaran sin temor a ser escuchados—. Tauriel contactó a Balin, antes de marchar.

—No estoy lista para enfrentarme a Dís y decirle que vi morir a sus hijos, que no pude salvar a ninguno y que le fallé a Thorin.

—Nada de eso fue tu culpa.

—Pero estuve ahí, si hubiera sido más rápida, si tan sólo...

—No te mortifiques así.

—Dís dejó partir a su familia, dejó ir a sus hijos a acompañar a su Rey; ella esperaba el regreso de su familia y ahora no tiene a nadie.

—Ahora te tiene a ti, y a ese hijo que viene en camino.

—Entonces esperaré a verla para decidir juntas el nombre y honrar la memoria de su padre.

—Ya pedí que preparan tus cosas para tu partida, sólo espera unos días antes de marchar.

—¿A que regrese mi hija?

—No, esperamos a alguien más.

***

Y ahí estaba ella, al borde de la muralla, la volvieron a levantar. Había una entrada en forma, un pequeño puente. Siempre estaban encendidas los braceros. Los guardias jamás dejaban de vigilar el camino. Las trompetas sonaron anunciando que la Reina y su fiel Glorfindel llegaban, cada uno en su caballo, detrás una carreta con tesoros, presentes y un baúl con ropa para los elfos. La Enana ordenó que abrieran la puerta y los dejaran pasar. Ahí estaban Dain y su prima Dís. La Elfa contuvo el aliento, se parecía tanto a su hermano y a su padre. Glorfindel llamó su atención para que siguiera su camino. El Noldor sostuvo su mano para ayudarla a bajar. Reverenció a cada uno y Bofur adelantó a los primos para abrazar a la Reina.

—Señora.

—Querido Bofur— lo apretó más.

—Bienvenida— Dain devolvió el gesto antes de tomar su mano—. Permítame presentarle formalmente a Dís, hermana del Rey Thorin Escudo de Roble y madre de Fili y Kili.

—Es todo un placer, su alteza— volvió a reverenciar—. Sus hijos contaron maravillas de tan hermosa madre.

—El placer es todo mío, mi hermano dejó una carta donde hablaba de usted— la extendió.

—Por favor— alzó la mano para frenarla—, consérvela. Lea esas palabras recordando su voz y su energía.

—¿Qué podemos hacer por usted? — tomó la mano de la Enana y la puso sobre su vientre mientras acariciaba el dorso de su mano.

—Fue concebido un par de semanas antes de perderlo... Quiero que escojas el nombre, para honrar la memoria del padre.

—Es probable que sólo tenga rasgos similares a él, que tus genes sean más fuertes que los de mi hermano.

—Lo mejor sería que descansen de su viaje— intervino Dain—, les hemos preparado unas habitaciones.

—Gracias, Majestad— Glorfindel siguió a los sirvientes del Rey.

La Reina durmió durante el día. Glorfindel salió a desayunar y llevó la bandeja para alimentarla, pero seguía dormida. Dain le dijo que mejor así la dejara, era su forma de lidiar con eso. Dís fue a la estancia a leer, en espera a que la Elfa saliera en algún momento del día, mas no fue así. El Noldor quiso intentar de nuevo, la Enana prefirió hacerlo ella. Estuvo en una silla al lado de la cama, en espera. Elentari sintió que llevaba demasiado tiempo echada, las extremidades estaban ya cansadas de seguir en su letargo.

—Creí que su hija vendría con usted.

—Legolas la llevó unos días fuera del castillo... supongo que cada una lo lidia a su modo.

—Llévale esto— le entregó la runa—. Me alegra saber que mi hijo encontró quién lo amara, sin importar el lapso que eso haya durado.

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