Capitulo XI

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Capitulo XI

Meira no asiste a sus clases de danza, en cambio camina directo hacia la habitación de su madre. El aposento real se encuentra en el último pasillo, al girar a la izquierda tropieza con alguien, está tan absorta en sus pensamientos que en el momento no se percata quién es hasta que le escucha hablar.

-Su majestad. –hace una reverencia ante ella, el hermano de Cedric. Meira le sonríe con cariño y comenta.

-Oh cuánto lo siento, perdona yo...

-No debes disculparte. - replica él con amabilidad. Solo estaba asegurándome que la reina se encuentre cómoda.

- ¿Has visto a mi hermano?

-El príncipe duerme, pero... ¿deberías de estar tomando clases de danza, no es cierto?

Meira se sonroja mientras da unos pasos a su lado, dejando descansar su brazo en el de él.

-Confío que no dirás nada.

-Ni una palabra. –comenta con devoción.

-Visitaré a mi madre. –dice alejándose de él de repente. - Te veo luego. –añade retomando su camino hacia la habitación real seguida por sus damas.

El hombre la observa con insistencia, algo no está bien puede percibirlo.

- ¿Madre? –pregunta en un leve susurro en el dintel de la puerta.

-Pasa hija mía. –responde una hermosa mujer, voluptuosa con pecas en el rostro, cabello rojizo y ojos verdes. Está sentada cerca de la chimenea, la leña cruje entre las llamas que la envuelven. La reina viste un delicado vestido color blanco de seda, una cadena de oro muy fina y delicada cae sobre sus caderas, el cabello lo lleva sujetado en una sola trenza que cae sobre su hombro derecho, una diadema de oro blanco trenzada finamente pasa sobre su frente, pequeñas esmeraldas decoran todo el borde.

Meira se acerca hacia la cuna de su hermano, lo ve dormir tranquilamente entonces siente el tacto de su madre, la delicada mano peina su cabellera larga y negra mientras dice

-Recuerdo que yo amaba mucho el cabello de mi madre y anhelaba poder haberlo heredado, y mira...mi hermosa primogénita lo ha hecho. Los grandes y expresivos ojos verdes de Meira se posan en los de su madre y no necesita decir nada, la reina lo adivina. –Tu padre me ha dicho que Cedric ha regresado, no he podido verle, tu hermano es muy demandante mucho más que tú. Recuerdo que tú me dejaste salir de la habitación luego de dos semanas ahora ve al pequeño –dice mientras acaricia suavemente la mejilla del recién nacido. –Si intento cruzar esa puerta comenzará a llorar desconsoladamente.

-Madre yo...

-Lo sé. - dice interrumpiéndola. – Siempre lo has amado, no fue algo que una niña imaginó.

-Conozco mi deber, pero...

-Pero tu padre ha prometido tu mano a un hombre bueno, de sangre noble. Los padres de...

-Si lo sé, no es príncipe, pero ha sido leal a mi padre desde que tengo uso de mis sentidos.

-Mi amor –dice sujetando sus manos entre las suyas –El duque es un hombre a tu altura, a la altura de nuestra casa. Respetado y... Cedric por otro lado, él es excelente como caballero del reino. Ha cumplido sus obligaciones con el rey, pero no es para ti.

-Quiero al duque madre no me mal entienda, pero...

- ¿Pero?

-No le amo, mi corazón no late cuando estoy a su lado. Mis oídos no anhelan escuchar sus anécdotas. –esto último lo dice con sus ojos llenos de lágrimas.

La reina suelta sus manos y con el rostro endurecido dice

-Solicitaré al rey que sea enviado nuevamente a las minas, no he de decirle mis motivos solo le haré saber que ha sido de gran apoyo al reino su presencia en esa región.

-Madre no, le pido. Yo me casaré como ustedes han pactado no faltaré a mi palabra solo le suplico no me prive al menos de su amistad.

La reina la ve con cariño y le comenta

-Es una promesa entre ambas, ahora ve toma el sol, lee un poco o sal a cabalgar es algo que puedes hacer con el duque.

Meira hace una reverencia y sale de la habitación, sus damas le siguen de cerca. Cuando nota por uno de los balcones que Cedric sube a su caballo y sale del castillo, entonces comienza a correr.

Llega hasta las caballerizas y le ordena a uno de los criados prepare su yegua

-Mi señora por favor no salga, preguntarán por usted.

-Entonces que no las vean. –dice entre risas saliendo a galope del castillo.

Un par de ojos azules la ven salir, las manos largas palidecen de tanta fuerza que ejercen al sujetarse al borde del balcón, su mandíbula se contrae y jadea de rabia.

- ¿Listo? –pregunta el rey tras él.

-Si mi señor. –responde haciendo una reverencia.

-No sabes cómo espero que estos meses pasen para poder llamarte hijo mío.

-El honor será mío, mi rey.

-Breogan. –dice orgulloso mientras golpea con afecto su espalda.

La Reina MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora