Capitulo IV

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Capitulo IV

Los cascos con herraduras de oro trotan galante por las calles anchas de la ciudad real, son anchas y muy limpias. Las casas de paredes blancas y techos rojos de teja, algunas mujeres sacan sus frazadas a los balcones bajo el cálido sol que les calienta la mañana. Al frente del equino gris de cabellera espesa y negra avanza la caballería real, las personas deben detener sus labores y hacer una reverencia ante el paso del rey. Viste de ropas color azul, a su cintura ceñido un grueso fajón de cuero color negro, del mismo sube hacia su hombro izquierdo una más delgada, otra cruza sobre el pecho y una tercera por debajo de su brazo uniéndose las tres con una argolla de oro. Su cabellera es castaña, es de gran estatura, ojos color azul muy profundos, unas prominentes ojeras herencia genética de su madre, una larga nariz decora su apuesto y serio rostro. Está perdido en sus pensamientos, en un mes será su cumpleaños cuarenta, y con ellos se acerca lo que los hechiceros llaman "el día sin sol".

Una risa lo saca de sus pensamientos, es una hermosa joven de cabello rubio y gruesas cejas, sale a su encuentro extendiendo los brazos luego de hacer una reverencia.

-Mi rey, ¿Qué fue eso que lo apartó de mi lado con la luz del alba?

Él desciende de su caballo sonriéndose complacido, besa su frente y responde

-No interrogas a tu rey, ¿comprendes? -dice en un susurro sobre su oído mientras ejerce presión en el antebrazo de la joven con su mano derecha.

La pobre muchacha se estremece y asiente con la cabeza para así retroceder un par de pasos sin atreverse a darle la espalda.

-Regresa a tu aposento, ahora.

Ella obedece de inmediato, mientras corre hacia su habitación solloza, y se recrimina así misma ser tan estúpida, creer que por haber compartido su lecho la noche anterior él la trataría con amor.

El soberano se dirige al gran salón donde le esperan los señores de los pueblos aledaños, antes de entrar le alcanza una anciana de escaza cabellera, ojos grises debido a la ceguera, manos huesudas y una espalda arqueada.

-Mi señor, ha visitado a la princesa esta mañana. -dice con un tono de voz casi burlesco.

El detiene sus pasos sin girar hacia la voz entonces dice

-Lo hago cada mes anciana.

-Pero hoy la ha tocado, trae su esencia en usted. Huele-dice mientras camina a su alrededor olfateándolo como si fuera un can-Sabe lo que sucederá si llega a...

- ¡Lo sé! -dice airado mientras la empuja contra la fría pared de piedra. -Un mes es lo que necesito esperar entonces me dará un heredero puro, de sangre real. Tu limítate a hablar con tus demonios y asegúrame que no perderá la razón antes de esa fecha. -Se aleja de la anciana entonces ésta le dice

-Breogan... -él se detiene -La doncella de anoche-sisea cual serpiente-Quedó preñada.

-Ya sabes qué hacer. -dice con frialdad para así internarse en el salón, dos guardias caminan tras él para colocarse uno a cada lado cuando éste toma su lugar en el trono.

Uno a uno va entregando los impuestos, las cosechas exigidas, todos permanecen callados, no conversan entre sí. El castillo es frío, a lo largo de todo el salón la guardia real permanece inmóvil con la vista fija en un punto imaginario, con escudo en mano y su mano derecha sobre el mango de la espada.

Breogan no les presta atención alguna, con un gesto de desdén con su mano izquierda le indica a su consejero tomar las monedas de oro y demás cosas que presentan ante él. Su mente está ocupada, demasiado, con el recuerdo de ese rostro que lo atormenta, con haber sentido su piel. Esa piel que a pesar de tantos años de permanece maldita aun está lozana, tan blanca como la nieve, los labios que una vez fueron tan rojos como la sangre y que ahora tienen un pálido color rosa. Lleva su mano a su rostro, la deseó durante mucho tiempo al punto de sentir que enloquecería de amor por ella, o quizás, si enloqueció tanto que desato los mil infiernos en esas tierras.

Son las dos de la tarde, Meira lo sabe porque aprendió después de tantos años a conocer la posición del sol en diferentes horas del día. Ha comido un poco de pan con vino, en esta ocasión no ha lanzado nada al lago, quizás lo haga más tarde cuando la desesperación, la pena la invadan y la lleven a perder la razón. Sin querer su mente le recuerda el tacto de Breogan y siente asco, repulsión. Escupe el trozo de pan que degustaba y siente nauseas.

-Cuanto te odio. -susurra mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Se recrimina haberle querido alguna vez, se castiga día y noche repasando en su mente todo que la obsesión mal llamada amor, desató en su hogar. No quiere olvidar por una sola razón, no quiere dejar de odiarlo.

Se pone en pie y camina por el viejo y abandonado jardín. Las paredes de lo que un día fue su hogar están semi destruidas, algunas permanecen de pie completas, otras con grandes agujeros, y otras simplemente están reducidas a muros de no más de un metro de altura. Llega hasta donde un día fue el salón real, aun conserva el mesón donde su amado padre se sentaba a comer y beber vino con sus hombres más allegados. Fue allí también cuando le vio por primera vez después que se marchara a occidente, se detiene por un instante. No recuerda muy bien hacia donde dirige un pasillo húmedo y con escombros que se extiende ante su mirada, no logra recordar.

Alza la vista al cielo puesto que no hay techo

-Meira, primogénita del verdadero rey Lam Whelan, mi madre...-hace una pausa, no recuerda quién era su madre. Observa fijamente una roca con musgo e intenta recordar el nombre de su hermano. -Callum...no -dice confundida -Rhys -añade con una leve sonrisa -Ese era tu nombre. Cedric -susurra mientras lleva sus manos al corazón, no recuerda ya su apellido. Talló el nombre en las viejas paredes con ayuda de una piedra filosa que encontró entre la maleza, lo escribió en varias paredes. Y cuando no recuerda a quién pertenece ese nombre una carta que guarda entre los tablones del mesón la ayudan a recordar.

Saca el arrugado y viejo papel del escondite, con cuidado lo extiende y lee aquellas palabras que una vez la llenaron de felicidad.

"Mi tierna y delicada flor de la mañana, mi hermosa Meira. Lo siento por marcharme tan repentinamente de nuestro encuentro en el jardín, pero necesitaba alejarme de usted su alteza real, es así como debo llamarla, pero mi corazón se desboca y falta el respeto en llamarle "mía", de no haberme alejado hubiera sucumbido a lo que tanto anhelaba hacer.

Duermo para soñar con usted, y si despierto es por la ilusión de verla pasear su etérea figura entre los árboles de cerezo.

No me atrevo a mirarla a los ojos y decirle esto...la amo. Con devoción y locura, le pertenezco entero y si mi declaración no le ha ofendido por favor encuéntreme bajo el árbol de cerezo al otro lado del lago.

Fervorosamente suyo,

Cedric."

Meira besa condesesperación el trozo de papel, lo extiende sobre la mesa con mucho cuidado ylo dobla nuevamente, lo esconde y llora. Llora amargamente, grita de rabia,dolor, desesperación, llora como lo ha hecho los últimos cinco años.

La Reina MalditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora