ⅠⅩ ✉«La marcha de la obediencia»

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Cuando la cortina de la habitación de Hyunjin se dejó elevar hasta la mitad del cuarto por la brisa mañanera, el sueño se disipó tan rápido como el deseo en una vela encendida. Salió de su cuarto con la camisa a medio abotonar y se encaminó hacia la playa en un horario cercano al amanecer.

Se dejó llevar por la arena, siguiendo el compás de las olas, recogiendo conchas marinas y trazando su nombre en la orilla mojada. Valoraba la costa; el mar representaba un escape idílico para un chico acostumbrado a los viñedos y los vinos selectos. Terminó durmiendo una siesta a la sombra de un árbol y despertó cuando el sol ya anunciaba el mediodía.

Había omitido el desayuno, pero por alguna razón, no sentía mucha ilusión por perderse potenciales encuentros. ¿Con quién? La respuesta la guardaba para sí mismo.

—¿De dónde vienes, Hyunjin? —reprochó su madre al verlo llegar justo a la hora del almuerzo—. ¿Acaso desconoces la existencia de un peine?

Hyunjin acomodó descuidadamente su cabello antes de tomar asiento en la mesa. Ocultó su rostro detrás del menú, sin ganas de entrar en discusiones.

—Ayer hubo una gran fiesta, madre —respondió—. Mucho alcohol, no puedes ni imaginarlo. Terminé borracho en una cueva de la isla frente a nosotros. Creo que hasta me picó algo. Tal vez muera.

Las comisuras de los labios de Hyunjin se elevaron ligeramente al escuchar el suspiro cansado de su madre. Sin más preguntas. Al menos así evitaría también la posible interrogación sobre lo que hizo ayer con Cirella.

Apoyó la mejilla en la mesa y cubrió su rostro con la carta del menú. Sus padres se enfrascaron en la discusión sobre el menú del día, y él aprovechó para perder la elegancia forzada. Sus ojos recorrieron el comedor, pasando por la galería y deteniéndose instantáneamente en la tarima de los músicos.

Enderezó lentamente la espalda al ver a Minho y Cirella conversando con un hombre mayor de aspecto coreano. Parecía molesto o, al menos, poco satisfecho con la conversación. Cirella desvió la mirada con cierto hastío, pero el hombre le devolvió la mirada al frente con un ademán que Minho detuvo a la mitad con firmeza. Le murmuró algo al oído, pero el hombre se puso de pie con una presencia imponente y le advirtió algo que hizo retroceder a Minho.

Hyunjin moría en su asiento por entender qué estaba pasando a una distancia de siete mesas.

Y no se dio cuenta de lo inmerso que estaba en aquella conversación ajena hasta que el hombre giró su cabeza con un blanqueo de ojos que terminó directo en Hyunjin. Se hundió en su asiento con rapidez y tapó nuevamente su rostro con el menú, llamando incluso la atención de sus padres.

—¿Se te perdió algo en la carta, Hyunjin? —inquirió su padre—. Terminarás siendo un plato del menú si sigues metiendo tanto la nariz entre sus páginas.

—Es que me gusta imaginar los aromas de los platos —respondió, sintiéndose avergonzado por haber sido descubierto.

—Siéntate correctamente, Hyunjin —ordenó su padre.

—Te comportas de manera más extraña de lo habitual —añadió su madre.

Cuando Hyunjin estaba a punto de enderezarse, una mano tomó el menú que sostenía y lo cerró con firmeza antes de depositarlo en la mesa. Levantó la vista y deseó fervientemente haberse convertido en un plato de comida en ese momento. El señor Lee lo miraba con la misma expresión inexpresiva que un lunes.

—Buenos días, joven Hwang —saludó con una voz grave y ronca. Hyunjin se enderezó, casi con torpeza. Detrás del señor Lee, Cirella apretaba los brazos y Minho fruncía el ceño—. De alguna manera, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo, aparece en cada esquina.

Una copa y tres canciones - [Hyunho] [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora