Al borde de la desesperación

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Capítulo 86

Narradora

Las piernas le dolían demasiado; sin embargo, Adler no se detenía. La llevaba de la mano intentando que no se quedara atrás; cada tanto le gritaba para que no se diera por vencida y, aunque ella quería seguir, la presión de tener a esos hombres pisándoles los talones la debilitaba.

Corrieron hasta que lograron llegar a la carretera, por lo menos era mucho más fácil correr en el asfalto y no entre las piedras y la maleza.

—Ya no puedo… —Adler la miró por encima del hombro haciendo una mueca de enfado, su vida también corría peligro, no podría contra tres hombres.
—Si te detienes entonces estás sola —la amenazó —ya no podemos detenernos ahora, si querés volver a estar con tus hijas, si quieres verlas crecer, entonces no te detengas —él tenía razón, ella quería estar con sus hijas y Sesshōmaru. Ella quería escuchar sus vocecitas llamándola mamá y llamando papá a Sesshōmaru; ella quería guiarlas en sus primeros pasos y quería llevarlas a su primer día de escuela.

Sí, sus piernas se sentían como si estuvieran a punto de reventar; pero, ella iba a luchar, ese hombre tenía razón, tenía que seguir.

El frío se dejó se tiró de lleno cuando corrieron por el camino despejado de árboles. Adler tampoco se encontraba bien, si resistencia estaba a punto de acabarse cuando a lo lejos distinguieron las luces de un automóvil.

—¡Tenemos que pedir ayuda! —espetó la castaña con gran desesperación. El hombre se paró en seco; tampoco podían quedarse ahí parados pues los otros les darían alcance. Se arriesgaría.
—Correremos en medio de la carretera, el auto tendrá que detenerse cuando nos vea —Rin asintió, era arriesgado debido a la oscuridad de la noche; pero, era eso, o caer en manos de los tipos que querían matarla.

Tal y como Adler le pidió, ambos corrieron obstruyendo el paso. Las luces del auto iluminaron sus espaldas y quién iba conduciendo tocó el claxon dos veces intentando que despejaran el camino. No lo hicieron.
Una vez más el desconocido volvió a tocar la bocina hasta que, como si de un milagro se tratara, el plan de Adler dio resultado cuando el conductor se detuvo detrás de ellos.

—¡Están dementes! ¡quítense del camino! —gritó una mujer de cabello canoso.
—¡Por favor… ayúdenos! —Adler se acercó a la mujer quien dio unos pasos hacia atrás intentando alejarse de él —¡Necesitamos que nos ayude! ¡nos quieren matar! —vociferó a punto del colapso.
—¿Quiénes? —preguntó aquella mujer.
—Por favor… —suplicó otra vez —ayudenos a salir de aquí y le explicaremos todo, necesitamos irnos cuanto antes —lo inspeccionó de arriba para abajo notando la sangre que manchaba su ropa. Su conciencia no le permitió subir a su auto y dejarlos ahí; así que, hizo lo que todo buen samaritano haría.
—Suban… —tanto Rin como Adler se miraron a los ojos sintiendo que por fin podían descansar. Corrieron hasta el automóvil, la desconocida ya ocupaba su lugar frente al volante. La primera en subir a toda prisa fue Rin y justo cuando él iba a hacerlo, un ruido estruendoso los hizo gritar.

Adler se tocó la espalda, lo habían herido.
—¡Sube rápido! —la castala reunió todas sus fuerzas para ayudarlo a subir, no lo abandonaría.

En cuanto él estuvo arriba manchando las vestiduras del asiento con su sangre, la conductora arrancó el auto a toda velocidad escuchado más disparos que por suerte se impactaron si te el pavimento.

Nunca en su vida había conducido tan rápido, por suerte no había más autos en la carretera, a esa hora ella siempre era la única que iba de vuelta a su granja.

—¡Presiona la herida!… —le dijo la mujer a Rin —todavía estamos lejos de mi casa, hazlo si no quieres que ese hombre muera —la castaña no entendía por completo lo que le estaba diciendo, seguramente no entendía el idioma; así que, se lo repitió con el poco inglés que sabía.
—No quería, odiaba la sangre, le traía esos horribles recuerdos de ver a sus padres tendidos en charcos de sangre en el piso de su casa; sin embargo, Adler la había salvado y ahora estaba herido por esa causa, ella no era una cobarde, ella no era una mala persona, ella le estaría agradecida toda su vida. Cerrando sus ojos llevó su mano hasta donde la sangre brotaba, Adler se quejó cuando sintió aquella presión.

Un seductor enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora