CAPÍTULO 14

66 2 0
                                    

14

ZADDYEL

(DOS SEMANAS DESPUÉS)


—¡We were born to be... ¡Alive! —grité cantando, casi quedándome afónico en el proceso— ¡We were born to be... ¡Alive...! ¡Born... Born to be alive... Born to be alive...! ¡You see, you were born... Born... Born... ¡Born to be alive!

Agarré más aire, deseando que el tiempo se detuviera por unos instantes.

«¡Esto es la ostia! ¡Me encanta!»

—¡People ask me why I never find a place to stop and settle down, down, down...! —pronuncié con emoción, disfrutando del momento y cerrando los ojos— ¡But I never wanted all those things... People need to justify Their lives, lives, lives...!

Era totalmente imposible que esa canción desapareciera de mi mente. Se había convertido en una parte de mí, en un recuerdo inolvidable que siempre estaría conmigo cada vez que abriera la boca para tararear alguna canción o incluso cuando pasara distraídamente los dedos por las cuerdas de la guitarra o por las paredes recién pintadas de mi habitación.

Lo sabía. Me conocía lo suficiente para tener claro que si esa canción significaba mucho para mí, después de esa tarde, la escucharía de manera diferente. Pero no por peor, sino por mejor. Y el hecho de que la persona más importante de mi vida estuviera allí, cantando junto a mí, hizo que esa canción se convirtiera en una de mis favoritas.

—¡You see you were born... Born... Born to be alive...! —seguí, sonriéndole y guiñándole un ojo, lo que la hizo reír— ¡You see you were born... Born... Born... Born to be alive...!

Emily y yo estábamos llenando mi habitación con nuestra voz, cantando a todo volumen. Mientras yo cantaba, ella bailaba o se subía encima de mi cama y saltaba, disfrutando de la música.

Llevábamos mucho tiempo sin poder disfrutar así, sin poder dejar atrás todos los malos momentos que a veces nos agobiaban por días. Finalmente, podíamos soltarnos y vivir al máximo, olvidando la presión y las preocupaciones que nos habían estado cargando.

Al menos nos habíamos concedido ese deseo por un día. Un día no le haría daño a nadie, ¿no? O a lo mejor sí. Tal vez, en el fondo, a nosotros sí que nos hacía daño, al saber que era eso: solamente un maldito día. Un único día, un "descanso", antes de volver al puto infierno. Ese lugar donde nuestros recuerdos se convertían en nuestros peores enemigos, en nuestro peor tormento.

De repente, vi que Emily se preparaba para saltar a mi espalda, y por eso la agarré fuerte por las piernas para que no se cayera en cuanto se subió. Seguí cantando y paseándome por la habitación junto a ella, compartiendo ese momento tan especial, tan diferente a los que solíamos planear juntos.

Solo con mi niña podía ser yo mismo, solo ella tenía el poder de sacar esa parte de mí y de hacerme hacer ese tipo de cosas. Porque con solo verla sonreír y reír, estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario, incluso ponerme a saltar como un loco si hacía falta.

A mí me gustaba disfrutar de la vida en serio, vivirla a tope, sin medias tintas. Beber, comer, reír, hablar, enamorarme... Todo con pasión. Y si quería vivir de verdad, con intensidad, me tocaba salir marcado, con algún que otro rasguño.

Como cuando mi madre llegó anoche en plena madrugada y lo primero que hizo fue entrar en mi habitación, acercarse a ver mi lienzo y soltar un comentario, señalando mi inutilidad. Y yo, por la mañana, en respuesta, manché a propósito el suelo y las paredes con cinco lienzos más, solo para joderla.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora