CAPÍTULO 9

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ALICE


Rígel.

No fue muy alta, pero inmensa, y tuvo su propia belleza.

Cuando sonreía, ella medía lo mismo que había entre la tierra y el cielo de distancia.

Era... era una persona maravillosa, con una bondad y un corazón demasiado grande. Y eso no todo el mundo lo apreció.

Era el tipo de persona que, pasara lo que pasara, aunque te hubieras comportado muy mal con ella, siempre estaría ahí, ayudándote. Ya le podrías haber hecho muchísimo daño, que ella, aún así, estaría a tu lado para levantarte y apoyarte, incluso si ello significara caerse ella misma en el proceso.

Porque esos fueron algunos de sus errores, fallos; que puso a los demás antes que a ella misma, que le dio igual no ayudarse lo suficiente, porque su única misión fue ayudar a los demás.

Y me daba rabia. Me daba rabia, porque no todos merecieron eso. No la merecieron en absoluto.

Ella era magia, porque hasta en sus días grises vibró. Siempre.

Era la persona que necesitaban en sus vidas. O, más bien, era la vida quien la necesitaba a ella.

Y tuvo razón en algo: nunca se vio bien, ni se vio preciosa.

Se vio como si fuera arte. Y el arte no tiene que verse bonito ni tiene que llamar la atención, tiene que hacerte sentir algo. Y ella hacía sentir demasiadas cosas como para ser verdad.

Ella era mi lienzo, mi ventana al mundo. A través de ella, podía mostrarme tal y como era realmente.

Las estrellas estaban brillando como nunca antes, lo sabía. Los colores del cielo, los amaneceres, los atardeceres... Todo resplandecía con mayor intensidad, más emoción, más tonalidades y mezclas.

Ella era arte, y siempre seguiría siendo arte. Pasara lo que pasara.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora