CAPÍTULO 15

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ZADDYEL


Siempre era el mismo sitio, nuestro lugar favorito. Un descampado de tierra, tranquilo y apartado, justo al lado de un bar que había sobrevivido al paso del tiempo. Más de veinte años con el mismo negocio, y aún mantenía el mismo buen ambiente de siempre, no como otros bares, llenos de borrachos y drogadictos. Por eso, cada vez que nos juntábamos, íbamos allí. Era la mejor opción.

Emily estaba con nosotros, sentada en la moto de Sophia, mi mejor amiga. Por fin estábamos todos juntos, después de un largo tiempo; es decir: Jacob, Nathan, James, Sophia, Riley, Alex, Grayson, Isabella, Kate, Daniel y yo. Y lo mejor de todo era que en una hora o menos, llegaría mucha más gente, porque no éramos los únicos en acudir a ese lugar tan solitario y vacío.

A mi lado estaba Jacob, ese chico con el pelo de un color rubio oscuro y unos enormes ojos verdes, del que se hablaba tanto por todos lados. Mucha gente en la universidad creía que era tonto o un empollón, cuando en realidad era uno de los tíos más listos que había conocido. Sobre todo, era uno de los más peligrosos. Tenías que andarte con mucho cuidado si hacías algo que le molestara o le hacías daño a alguien que le importara, porque a él le daba absolutamente igual acabar mal, si eso significaba que tú acabarías mucho peor.

Me recordaba mucho a la frase esa de: «¿Qué miedo tiene el mar de ahogarse?»

Justo al lado de Kate, estaba nuestra querida Sophia; una chica alegre, homosexual, y con un carácter impresionante, el más fuerte que había conocido. Tenía ojos marrones, el pelo teñido de rojo y varios tatuajes en sus brazos.

Kate era su hermana melliza; una chica alocada, bruta, pero que en el fondo, nos tenía una pequeña parte de cariño. Tenía los mismos ojos que su hermana, marrones, y su pelo teñido completamente de negro se vivificaba con pequeñas mechas azules.

Al clavar la vista en la otra punta, en un Nathan buscándome con la mirada seguramente para sentarse un rato conmigo y charlar, podíamos ver claramente el perfil del típico chico chulesco y mujeriego, con esos ojos marrones, pelo castaño oscuro con mechas blancas y piercing en el labio inferior, que llamaba tanto la atención de las chicas.

Nathan era muy egocéntrico, y el hecho de que estuviera macizo y fuerte no ayudaba en nada.

Bueno, a él sí que le ayudaba en varias cosas, sin duda. Como en generar desconcierto, en que agencias de modelos contactaran con él, colaboraciones...

Y por último, y no, sí que era menos importante, a su izquierda estaba el imbécil de Daniel; un rubio con ojos azul claro. ¿Los típicos príncipes de Disney?, pues eso. Algo pijo y gracioso, a no ser que se pasara con sus comentarios de mierda. Pero, por desgracia, seguía siendo uno de nosotros. Aunque no por mí, desde luego. Yo hubiera tachado a su persona desde la primera vez que salimos de fiesta todos juntos y nos dijo que le daba vergüenza que fuéramos así vestidos, que eso a él no le beneficiaba en nada.

En todo caso, el verdadero motivo de vergüenza era él. Su actitud, su necesidad constante de rebajar a los demás, ridiculizarlos y menospreciarlos, solo para resaltar él antes que nadie. ¿Por qué pensaba que comportarse de esa manera lo convertiría en una mejor persona?

Era evidente que nunca cambiaría; le encantaba ser así, disfrutaba al ver a los demás cuestionándose si sus acciones eran correctas o no, si algo en su apariencia era inadecuado, si lo que tenían en sus vidas era suficiente para el resto o no...

En resumen, Daniel era repulsivo, un auténtico gilipollas.

—¿Has sabido algo más de tu padre? —me preguntó Nathan cuando llegó a mi lado, pasándome una Coca-Cola.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora