CAPÍTULO 56

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ALICE


Ese día por la mañana, el sol apenas se asomaba por la ventana, cuando mi teléfono sonó bruscamente. Era Ellen, llamándome mucho más temprano de lo habitual. Pero noté algo extraño en su voz, una nota de cansancio y desánimo que no había escuchado antes. Me ofreció salir juntas, como solíamos hacer casi cada día, meses atrás, antes de que las cosas se complicaran y nos alejáramos.

Recuerdo que en ese momento no tenía ganas de salir ni de ver a nadie. Su llamada me sorprendió mientras apenas salía del baño, después de pasar allí horas y horas escondida, con la puerta cerrada. Pero su insistencia, por alguna razón, me hizo cambiar de opinión.

Fue justo ese dolor, esa profunda y persistente herida en mi corazón, lo que me hizo salir de la oscuridad en la que me había encerrado. Me di cuenta de que no podía seguir así, que necesitaba respirar aire fresco y sentir el sol en mi cara. Necesitaba un descanso, no solo para mis ojos, cansados de tanto llorar, sino también para mi corazón, que se había visto obligado a aguantar tanto.

Y Zaddyel también fue una de las razones por las que me animé a salir de casa ese día. Su voz, tan cálida y reconfortante, resonó en mi oído cuando me llamó poco tiempo después de que hablara con Ellen:

—Venga, sal y diviértete un poco. —Podía escuchar su suave risa por el otro lado de la línea.

—Pero no quiero hacer eso —respondí en un susurro, sentándome en la cama—. No quiero... divertirme.

—Lo vas a hacer de todas maneras —insistió Zaddyel con cariño—. Ese es tu gran poder, tu magia: seguir siendo tú a pesar de todo.

Y así fue como, en un abrir y cerrar de ojos, decidí salir de casa y reunirme con Ellen. Sin mucha expectativa, pero con una pequeña chispa de esperanza, llegué a nuestra cafetería favorita.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —me preguntó mi mejor amiga de repente, sacándome de mis pensamientos. Tenía la mirada fija en la taza que tenía entre sus manos, como si buscara calor y seguridad en el chocolate que contenía. Yo hacía lo mismo, agarrando fuerte mi taza y tratando de ignorar el vacío que sentía en el pecho.

Asentí con la cabeza, dándole un pequeño sorbo a mi chocolate, mientras mis ojos se desviaban hacia el servilletero.

—¿Qué te traes con Zaddyel? —dijo, con una mirada incisiva y un tono que parecía revelar un conocimiento mayor del que yo hubiera deseado.

—Nada —respondí inmediatamente, casi con un instinto defensivo—. No tenemos nada.

—¿Los besos no son nada?

—Para mí no —murmuré, intentando evitar su mirada—. No quiero involucrarme emocionalmente con nadie.

Vi cómo inclinaba su cabeza tristemente, como si se hubiera resignado a aceptar mi decisión, aunque no estuviera de acuerdo con ella.

—Te conozco demasiado bien para saber que te gusta, y te gusta de verdad. Si hasta has quedado con él en un rato. Y eso no es nada malo, no te preocupes —continuó, con una sonrisa sutil que me mostraba todo su cariño—. Solo que a veces nos hacemos daño porque somos orgullosas y no queremos admitir lo que sentimos.

¿Zaddyel me gustaba... de verdad? ¿Eso era posible? Me sumergí en mis propios pensamientos, tratando de encontrar la respuesta en los recuerdos que tenía con él. Las emociones que me provocaba, las cosas que me hacía sentir, los momentos que habíamos compartido... Pero no pude ver nada. Sólo un muro blanco y vacío, con unas pequeñas ramificaciones grises que parecían burlarse de mi indecisión.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora