CAPÍTULO 59

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ALICE

Cuando le conté a alguien más sobre nuestra relación, me di cuenta de que no era tan bonita como la había idealizado en mi mente. La verdad es que fue horrible contarlo en voz alta. Me sentí avergonzada de lo que había permitido que pasara, y me di cuenta de que en realidad, yo no era amada, sino que estaba inventándome una relación que solo existía en mi cabeza.

Creo que Johan siempre ocupará un lugar en mi corazón. Y aunque lo llevaré conmigo siempre, también llevaré el peso de la suciedad que sentí por permitir que me tratara de esa manera.

—No entiendo cómo pudiste haber estado con él —Zaddyel rompió el largo silencio que había invadido el interior del coche, después de haber pasado casi una hora sin decir una sola palabra, evitando nuestras miradas y asegurándonos de no tocarnos ni por accidente.

—Yo... lo quería —susurré entre sollozos, incapaz de detener las lágrimas que se deslizaban por mi rostro—. Lo conocía desde hacía más de seis años y... nunca había sido así conmigo, no parecía ser capaz de actuar de esa manera.

Moví la cabeza de lado a lado, negando con todas mis fuerzas lo que estaba sucediendo. Mi mente gritaba en silencio, pidiendo que todo fuera una cruel broma o una terrible pesadilla de la que pronto despertaría. Deseaba con todas mis fuerzas que todo fuera un sueño del que pudiera despertar, pero la cruel realidad me aplastaba cada vez más.

Y el hecho de que Zaddyel no pudiera ni mirarme a los ojos ni tocarme era lo peor para mí.

—Soy tan tonta —sollocé, ocultando mi rostro entre mis manos, avergonzada.

—Alice... Por favor, no digas eso. No eres tonta, en absoluto —me intentó tranquilizar Zaddyel, volviéndose para mirarme a los ojos—. Eres perfecta, solo te dejaste engañar. No es tu culpa.

—Sí que lo soy, Zaddyel. Lo sé. Le dejé que siempre me hiciera daño, y encima yo siempre era la que le pedía más. Le pedía que hablara más, que me hiciera pequeños detalles, que me demostrara que sentía algo por mí...

—No querías ver esa parte de él, porque lo querías y no te dabas cuenta de que te estabas engañando a ti misma —me explicó con delicadeza, ayudándome a abrocharme el cinturón de seguridad—. Pero eso no significa que sea tu culpa. No lo es. Porque tú supiste querer, saber querer.

—Yo... Pensaba que todo eso era amor —seguí sin poder controlar mis palabras—. Aunque hiciera cosas horribles, también había momentos buenos. A veces me hacía reír, me protegía, y sentía que estaba en casa...

Mientras hablaba, me di cuenta de lo que estaba diciendo y de cómo había justificado su comportamiento durante tanto tiempo.

—Son personas egoístas, que sólo piensan en sus intereses y en cómo manipular a los demás para conseguir lo que quieren. Pero eso no significa que tengas que aceptar ese trato, Alice. —Me dijo Rígel una vez, secándome las lágrimas—. Sal de ahí antes de que sea demasiado tarde.

Dejé de sentirme como persona, dejé de sentirme mujer.

Había sacrificado mi identidad y mi dignidad en aras de la ilusión de un amor que nunca existió.

—Tuve muchas oportunidades para alejarme de él —murmuré, bajando la cabeza y evitando su mirada—. La primera vez que le dije que nunca más volveríamos a hablar, podría haber huido. Pero no lo hice. Volví una y otra vez, cometiendo siempre el mismo error.

—Nadie es perfecto, Alice. Todos cometemos errores. No existe una persona que no haya cometido errores —comentó en un tono reflexivo, acariciándome distraídamente un brazo. Suspiré de alivio al sentir por fin el roce de sus dedos en mí, en mi piel. Lo sentí conmigo—. Pero tú no hiciste nada malo. Simplemente creíste en el amor, en la posibilidad de que las cosas pudieran ser mejores. No puedes culparte por ello.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora