CAPÍTULO 25

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ALICE


Hacía más de una hora que estaba despierta. Cuando a las seis y media de la mañana comencé a abrir lentamente los ojos, la luz que entraba por la ventana iluminaba la habitación, pero no era la luz amarillenta que solía entrar en la habitación donde estuve en casa de Sophia. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que no estaba en su casa, sino en la de Ellen.

Seguía estirada en la cama, contemplando el techo. Era mucho más fácil quedarse allí, observando las texturas, los relieves, las pequeñas manchas oscuras de humedad..., que levantarse y enfrentarse a un nuevo día. Al menos así podía concentrarme en el blanco del techo y no en las voces que resonaban en mi cabeza, que sabía que eran producto de mi imaginación... O al menos, eso era lo que quería creer.

Ellen dormía a mi lado. La noche anterior habíamos decidido dejar el sofá y subir a su habitación, a su cama, para empezar a dormir juntas como solíamos hacer meses atrás, cada vez que me invitaba a su casa. Giré mi cabeza lentamente para mirarla dormir plácidamente contra la pared, y fruncí el ceño, recordando todas esas veces en las que ella me había confesado que le daba miedo dormir en el otro lado de la cama, en el lado en el que estaba yo, casi en el filo, porque temía que los "monstruos" la atacaran.

No me gustaba recordar eso; no me gustaba pensar en lo que ocurrió una vez y que ya no podría volver a repetirse. Pero, la idea de volver a encontrarnos sentadas en el mismo lugar, a la misma hora, con la misma ropa, y que nuestra única preocupación fuera nuestro pasado desvaneciéndose lentamente para dar paso a un nuevo comienzo, sí que me agradaba, porque no me castigaba, ni me hacía sentir que me había perdido por completo. Sería todo muy diferente.

Su rostro estaba relajado, al igual que su respiración, que se elevaba y bajaba con suavidad. Algunos mechones de su pelo caían sobre su cara, incluso algunos se habían posado sobre sus labios.

Nunca había entendido cómo podía dormir con el pelo suelto sin sentirse incómoda, pero se trataba de Ellen, y había muchas cosas sobre ella que desconcertaban. Como por ejemplo esa naturalidad con la que caminaba delante de las personas que una vez le hicieron daño. O incluso esa facilidad para liberarse de la culpa de esos hechos que no estaban bajo su control y que, por tanto, no eran de su responsabilidad.

Suspiré, sintiendo cómo una oleada de indisposición se apoderaba de mi cuerpo. Reconocí esos temblores y esa sensación de que todo iría mal. Tenía cosquilleos por todas partes y sabía que solo podía empeorar si continuaba pensando en lo que me estaba sucediendo, en la propagación de esa sensación de malestar a través de cada articulación, sin mirar más allá de eso. Pero no podía evitarlo. Solo podía concentrarme en lo que sentía en cada segundo: en mis párpados, que también parecían temblar, y en el mareo que me invadía.

Me aplasté más contra el colchón, cerré los ojos y comencé a contar, respirando lentamente por la nariz durante diez segundos y exhalando por la boca durante otros diez. Inconscientemente, moví los hombros hacia atrás, tratando de aliviar la pesadez, la molestia y la incomodidad que sentía, y también intentando calmar mi nerviosismo.

Sabía que cuando me pasaba eso, o más bien, cuando nos pasa a todas las personas, es porque nuestra mente no puede más con todo lo que nos está sucediendo, y finalmente, nuestro cuerpo tiene que responder de alguna manera.

Nuestro cuerpo también nos habla y nos indica cuando ya no podemos más.

Lo odiaba. Nos dicen que siempre debemos luchar, pero nadie nos ha preparado para los momentos en los que nos encontramos sin energía, sin ánimo, sin algo por lo que valga la pena luchar. ¿Qué hacemos cuando la lucha parece haber perdido su sentido y ya no queda nada por lo que seguir peleando? Había vivido cosas que me habían destrozado el alma, y escuchado palabras que me habían matado por dentro, y visto cómo habían desconfiado de mí sin dudarlo... ¿De verdad se podía con todo? ¿Podía enfrentarme a la forma en que mi dolor se manifestaba en mi cuerpo?

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora