CAPÍTULO 74

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ALICE


Llegué a la terraza, ese rincón único en mi mundo, en mi vida, después de mucho tiempo. Me senté allí, sola, acompañada solamente por mis pensamientos y la brisa suave del atardecer. Los minutos se convirtieron en horas, y me pasé más de dos horas en silencio, perdida en la contemplación de las sombras alargadas que se extendían ante mí.

Fue entonces cuando, de pronto, Zaddyel apareció de nuevo. Se apoyó en el marco de la puerta corredera y me miró fijamente.

Me incorporé rápidamente, dispuesta a impedir que él pisara aquel lugar tan especial para mí. No quería que manchara lo que quedaba de mi vida con su presencia. Pero, a pesar de mis esfuerzos, Zaddyel no dudó en seguirme cuando abandoné la terraza, como si quisiera seguir dejando su huella en cada rincón de mi existencia.

Caminé por el pasillo con la cabeza agachada, evitando encontrar su mirada. Mis ojos seguían fijos en el suelo, mientras me dirigía hacia las escaleras para bajar al salón. La situación me había dejado exhausta, sin ganas de hablar con nadie, sin deseo de explicar nada.

Solo quería desaparecer, desvanecerme una vez más.

—Aún te queda mucho por vivir, Alice. Lo sabes, ¿verdad? —Me dijo, y yo me detuve en el último escalón. Giré la cabeza hacia él, mirándolo de reojo, y aguanté la respiración—. Hay recuerdos por crear, emociones intensas por experimentar, sensaciones que se graban en la memoria con tanta fuerza que parecen palpables. No podemos quedarnos atrapados. No podemos olvidar que la vida es mucho más que solo dolor. Hay mucho más, mucho más allá del sufrimiento.

Apreté los labios hasta que se convirtieron en una fina línea, tratando de retener las palabras que trataban de escaparse de mi boca.

Mi mente se bloqueó, como si una puerta blindada se cerrara bruscamente, impidiendo que las imágenes y los recuerdos fluyeran libremente. No deseaba recordarla, ni siquiera mencionarla. Cada vez que su nombre surgía, el odio y la repugnancia invadían mi ser, destruyendo todo a su paso. Era una carga intolerable, un dolor que no deseaba volver a experimentar nunca más.

Pero, ¿podría dejar atrás el recuerdo de Rígel, o sería algo que me acompañaría para siempre? ¿Acaso algún día el dolor se marcharía definitivamente? ¿Se marcharía Rígel de mi vida para siempre?

Porque, aunque cada día que pasaba el dolor se volvía un poco más soportable, también sentía que mi hermana se alejaba de mi vida, desapareciendo lentamente de cada rincón de la casa. Sus fotografías, nuestros recuerdos, las cosas que nos habían unido... Todo se estaba desvaneciendo, poco a poco. Y con cada objeto, con cada memoria que se iba, yo volvía a caer, yo volvía a romperme.

Parecía que, a medida que las huellas de Rígel se iban borrando de la casa, el dolor también cambiaba, volviéndose más difuso. No era ya una sensación aguda, sino un peso, algo que se extendía a todas las esquinas de mi vida, recordándome en cada momento lo que había perdido. Y, a pesar de los esfuerzos por superarlo, el dolor no tenía intención de abandonarme, ni siquiera cuando Rígel hubiera desaparecido por completo.

Hice todo lo posible por escapar de aquellas conversaciones, de esos recuerdos, incluso de las peleas en casa. Todo lo que deseaba era borrarla de mi memoria, pero sabía que era imposible. El pasado permanecía allí, atormentándome, torturándome, sin importar lo mucho que tratara de huir de él.

—No es lo mismo, ¿cómo puedes decir eso? —repliqué, sintiendo cómo la sangre hervía en mis venas—. Lo que teníamos era único, perfecto. Este dolor no es lo mismo, Zaddyel. Es mucho más profundo, más intenso, más duro, más... insoportable. No puedo describirlo con palabras, solo... solo puedo sentirlo en cada centímetro de mi cuerpo, como si... como si me estuvieran arrancando algo.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora