CAPÍTULO 22

65 3 0
                                    

22

ALICE


No importaba hacia dónde, solo necesitaba... correr. Necesitaba volver a sentir el contacto de mis pies con el suelo, el ritmo de mi paso, el movimiento de mi cuerpo avanzando. Quería escuchar mis propios pensamientos, sentir mi propio aliento. Llevaba años sin poder notarlo.



Desde hacía más de dos horas, la radio no había parado de sonar en casa.

La música ya no evocaba en mí la misma magia de antes. Las palabras habían perdido su poder, las notas su emoción, y el ritmo su razonar. Hace unos meses, si me preguntaban, yo misma diría que lo mejor para sentirme bien era la música. Era como un mundo aparte, un lugar donde podía hablar y expresarme con total libertad, porque no había juicios, ni abandono, ni risas a costa de mis problemas. La música me escuchaba, me comprendía y me creaba una historia perfecta a base de melodías maravillosas, que hacían desaparecer ese sentimiento tan horrible.

¿Cómo cambiamos las personas, no crees? Una sola palabra, un acto, una etapa... y puede cambiarlo todo para siempre. Y el cambio no necesariamente significa algo malo, problemático o doloroso; pero sí que supone que las cosas no volverán a ser iguales.

Incluso así, tenía perfectamente claro lo frustrante que era que lo que antes nos ponía los pelos de punta, nos emocionaba tanto, ahora ni siquiera nos sacaba una sonrisa.

La idea que tuvo Ellen de salir, de levantarme del sofá tras un gran ataque de ansiedad y pánico, sabiendo que estaba más rota que nunca y que, en algún lugar profundo, había una Alice completamente diferente, era exactamente lo que necesitaba, salir. Pero también me estaba matando, me estaba destrozando.

Estaba agotada. Demasiado. Como si no hubiera descansado en años, tanto física como mentalmente. Tal vez me distraería por un momento, desaparecería durante unos segundos, pero cuando volvía a la realidad, todo se derrumbaba de nuevo y volvía a sentirme... exhausta. O ni siquiera eso, solo sufría, lo llevaba dentro en silencio, en secreto. Lo dejaba pasar sin luchar.

Lo aguantaba, me contenía. Estaba sumida en la oscuridad.

Observé a mi mejor amiga, pensativa, mientras ella metía algunas cosas en el coche, y recordé por segunda vez que el día anterior no le había hablado en todo el día, a pesar de que ella intentaba iniciar conversación cada vez que podía o hacía comentarios sobre el coche que me trajo a casa. Un coche que quería olvidar. Un chico que, por alguna razón, parecía preocuparse por mí, aunque en realidad solo me provocaba miedo.

No entendía qué estaba pasando, pero sabía que algo no estaba bien, y que no sería sencillo que eso cambiara.

Al darme cuenta de que solo estaba decepcionando cada vez más a Ellen, decidí que debía salir, aunque no me apeteciera, por ella. El vacío y la oscuridad se cernían sobre mí, pero mi amiga era más importante. Por ella, saldría, para que estuviera bien.

Cada vez que intentaba hablarme, solo me limitaba a apretar los labios, suspiraba y miraba hacia otro lado; si se acercaba, me alejaba. Le estaba poniendo las cosas muy difíciles, especialmente por haberme quedado en su casa y haberla metido en mis problemas.

Así que, cuando hizo la primera pregunta, mi respuesta fue un simple: "Sí."

Me negaba a seguir haciendo más daño. Y si eso significaba que todo me pesara un poco más, pues que fuera así.

—Te estoy obligando a hacer algo que no quieres, ¿no? —susurró, apenada, mientras arrancaba el coche.

Ella estaba preciosa ese día, y yo parecía... insignificante a su lado. Mientras que ella se había arreglado con una diadema plateada que resaltaba su pelo negro y sus ojos grises, y un conjunto de pantalones y jersey de cuello alto de lana color crema que se adaptaba perfectamente a su cuerpo, yo no había hecho más que ponerme la primera sudadera y vaqueros ajustados que había encontrado en mi armario. Estaba ridícula.

El Camino de Nuestras Almas © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora