Capitulo 1 (Alice)

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Gritos y sollozos, era lo único que escuchaba.
No sentía las manos, ni los pies. Una vibra alrededor de mi, ardía, hacía que me retorciera, sintiéndome agotada de tanto patalear durante toda la noche.
—¡Alice!
Escuché que gritaron a lo lejos, pero mi sueño me alejaba de lo que podía llegar a entender. Sin embargo, era inútil tratar de responder, las palabras se quedaban atoradas en mi garganta, mientras que mi poder me controlaba y simplemente, yo no podía evitarlo.
—¡ALICE!
El grito de mamá me despertó de la pesadilla.
Mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la luz, mientras trataba de sentarme. Terrible error. Mi cabeza quería estallar, una sensación pulsante amenazaba cuando veía por donde entraba parte del amanecer. Me llevé las manos al rostro, comprobando que mis mejillas estaban calientes al igual que mi frente.
—Alice, bueno, se puede saber que te pasa niña, llevo diez minutos gritando desde la cocina y no contestas —entró a mi habitación hecha una furia, dirigiéndose a recorrer las cortinas.
La habitación se iluminó, pestañeé un par de veces hasta que pude ver con más claridad.
—Perdón, mamá. Estaba dormida —mentí, aun sosteniéndome la cabeza tratando de disipar el dolor.
Llevaba varias noches sin poder dormir bien, el sueño desaparecía con las pesadillas, si es que era una broma por parte de mi mente, no era gracioso, al menos después de unas cuantas veces comenzó a volverse fastidioso.
Siempre los había tenido, ya conocía los planes retorcidos de mi imaginación, la conocía a fondo, pero esta vez eran más recurrentes, más salvajes. La mayoría de las veces era el mismo sueño pero se detenía al despertarme, revelando el mismo final, el mismo color morado de mi poder, se extendía alrededor de mi cuerpo, hacía que me retorciera mientras levitaba.
Por suerte no les daba mucha importancia, corrección, más bien ya no se la daba como antes. Al principio mi preocupación era continua, pero a lo largo de los años me acostumbré a ese sueño, a esa pesadilla, en respuesta todas las mañanas amanecía con esa sensación de escalofríos por lo largo de la espalda y el sudor frío que amenizaba con que se trataba de algo más que un sueño.
—Cariño ¿estás bien? —se acercó a mí, retirando mis manos de mi cara para colocar su mano en mi frente.
Llevaba algunos días sin dormir bien, cada vez que me visualizaba en el espejo, podía notar como se incrementaban las pequeñas ojeras, mi piel se había vuelto más pálida y mis mejillas comenzaban a desteñirse de su color rosado.
—Pues no tienes fiebre, pero estás sudando ¿Quieres medicamento para el dolor de cabeza?
—No, tranquila, en un momento se me pasa, solo tuve una pesadilla.
—Bueno... —volteó a verme. Desde hace tiempo, mamá había aprendido que era mejor no preguntar cuando se trataba de mi, sabía que cuanto más espacio me diera, más tendría la posibilidad de ir a contarle las cosas cuando estuviera lista—. Entonces en cuanto te sientas mejor necesito que vayas con la costurera —me pidió, mientras se levantaba de mi cama y comenzaba a recoger los vasos acumulados que tenía en mi mesita de noche—, me llamó anoche para decirme que los uniformes para el catering ya estaban listos y como tengo varias cosas que preparar para la fiesta de mañana, necesito que me hagas el favor de ir por ellos.
—Sí, mamá, no te preocupes. Igual, quedé de verme con Lucy en la tarde —traté de levantarme de la cama clavando mi vista en un punto fijo, quería terminar con este mareo.
—Está bien pero no vuelvas tarde porque necesito que me ayudes a cuidar a tus hermanos para poder seguir con los preparativos, recuerda que esto es nuevo para ellos —continúo dando vueltas por mi cuarto viendo qué podía tirar y recoger.
—Y yo soy una experta por solo haberlo vivido una vez —me levanté para dirigirme al baño, en respuesta sentí cómo su mirada se clavó en mi espalda. Deje de caminar cuando mi cuerpo se elevó unos cuantos centímetros del piso, el aire me sostuvo, o más bien lo hacía mamá, su poder me hacía cosquillas cuando me acercó hacia ella.
—¡No uses ese tono conmigo señorita! De verdad necesito que me ayudes, al menos a explicarles porque se quedarán solos esa noche —dijo mientras me bajaba y dejaba de usar su telequinesis conmigo.
—Por todos los guardianes, mamá. Sabes que odio que hagas eso —me recorrió un escalofrío por la parte baja de la espalda—. Se siente muy raro.
—Y tú sabes que si no quieres que lo haga no me tienes que hacer enojar —frunció su boca trazando una línea recta, traté de evitar su mirada clavada en mi rostro, me obligué a no verla, pero fallé.
—Okey mamá —un suspiro salió de mí mientras me dirigía una vez más a la ducha, pero esta vez por cuenta propia.
Después de ducharme y cambiarme, bajé las escaleras, tomé el dinero que brillaba en la mesita al lado de la puerta para la costurera. Cuando abrí la puerta, una cálida brisa acarició mi rostro haciendo que se me pusieran los vellos de punta.
—¡Vuelvo en un rato mamá! —grité antes de salir y caminar hacia la casa de Lucy. Su madre era la costurera encargada de hacer los uniformes para el catering de la fiesta por el Ensamble.
Segunda vez en mi vida que vivo este fenómeno extraño y de verdad que no me quedaban ganas de que vuelva a ocurrir, y gran parte de ese pensamiento era por ser de los excluidos.
Vivir en Ewel hace que no sea muy divertido cuando tienes que servir a la realeza de la tierra, o mejor dicho, cuando tienes que servir a cualquiera que no sea de este planeta. Por suerte, eso solo ocurre cada diez años, a lo que le llaman el Ensamble, el año que la mayoría anhelaba, como parte de una nueva era, un nuevo destino.
El año de las fortunas, así lo llamaban muchos y algunos otros el año de las desgracias. Muchos anhelaban al fenómeno como si fuera un Dios, como si estuviera creado para grandes cambios. Sin embargo los que temían de este no se alejaban de la idea de que todo debía de estar creado por los dioses o simplemente por el mismo universo.
Todo había cambiado hace algunos 5000 años atrás, donde unos científicos de la tierra descubrieron que en el fin del año cinco galaxias se juntaban, a eso le llamaron "El Ensamble", comenzaron a investigar si esas otras galaxias eran habitables y al descubrir que sí era posible decidieron mandar al sesenta por ciento de la población y dividirla entre las cinco galaxias.
Dentro de cada una, se encontraba un mundo nuevo y cada uno estaba basado en los cuatro elementos; el primero se quedó con el nombre del Planeta Tierra y no tenía nada nuevo, ahí se quedaron las personas más importantes y se convirtieron en la realeza. El segundo planeta, Itaris, con el elemento aire, ahí decidieron mandar a todas las personas de alta nobleza; Hanat, el tercer planeta con el elemento agua, ahí decidieron mandar a las personas de pequeña nobleza. El cuarto planeta, Neogin, de elemento tierra, ahí mandaron al resto de la población y decidieron dejar el quinto planeta, Ewel.
Este último, lo dejaron libre, por si en algún momento había sobrepoblación en algún otro planeta, pero después de un tiempo notaron  como algunas personas comenzaban a desarrollar dones peculiares. De tal modo que dedujeron que sería peligroso para las personas que no los tenían; por ese motivo la realeza, los únicos que ejercían las reglas, comenzaron a mandar a todos ellos a Ewel.
Ahí es donde pertenezco yo, un mundo de excluidos, o así nos habían clasificado las demás galaxias.
Nos habían rechazado por ser superiores, por no poder competir con nosotros, miedo, o siempre lo había querido ver de esa manera. Miedo a sentirse tan pequeños, intimidados por nosotros, por lo que éramos.
Para suerte de las demás galaxias, podían identificarnos fácilmente ya que toda persona con poderes obtenía una marca de nacimiento, que consiste en un pequeño triángulo negro, dependiendo de la persona es donde se encontraba la marca, en mi caso apareció en la nuca, de algún modo podía pasar desapercibida.
El Ensamble pasa cada diez años; haciendo que cinco distintas galaxias se conecten, transformando portales naturales por cada planeta, esto dura solamente un año, una vez que se termina ese transcurso, las galaxias se separan y los portales para viajar de planeta en planeta se cierran.
Por desgracia no se podía viajar con facilidad a los demás planetas, primero, había una edad determinada para transportarse, rígida por las leyes para poder viajar, y segundo, existían los guardianes, cada planeta tenía el suyo, enormes, de distintas formas, aunque solo había visto el de mi planeta sabía que los otros eran igual de intimidantes que el de Ewel; el portal de Ewel estaba protegido por el guardián de feu, hecho de roca, y de la misma arena que cubría nuestro mundo.

El Ensamble (Cada Diez Años)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora