Capítulo 39

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Damien

El recuerdo me inunda, no hay ningún día que no lo haga.
Observó las palmas de mis manos, mi recuerdo de por vida, mi sentencia. Cierro los ojos por un momento y vuelvo a verla, vuelvo a ver ese día que me es inolvidable.
—¡Damien! —gritó mi madre desde la cocina— ¡Deja de usar tus poderes, cariño! Mejor ayúdame a sacar la basura.
Cierro mi mano y mi poder se encierra en mi cuerpo, hace algunos días lo he descubierto, parece ser que me fascina como se mueve alrededor de mi. Mis compañeros de la escuela temen por mis poderes, creen que no es normal, ellos piensan que puedo llegar a ser un demonio. Pero eso no me estresa.
—¡Voy mamá!—dije mientras me acercaba a las bolsas negras que estaban cerca de ella.
—Damien, no olvides lo que te dije por la mañana ¿Recuerdas? —mi madre me vio desde arriba.
—Si, mamá. Quieres que me esconda si llega a venir alguien —respondí.
Aún era un niño para entenderlo, solo tenía diez años, y no entendía que la maldad no era empática, no entendía que los abrazos de mi madre no serían la respuesta a todo lo malo.
—Bien, ahora ve a tirar la basura —dijo luego de darme un abrazo.
Afuera el sol calaba como siempre, tomó con fuerza las bolsas y las arrojó al bote de basura, la neblina de arena no deja de ser incómoda para mi vista pero ya me he acostumbrado, tengo que hacerlo.
Entró de nuevo a la casa, mi madre ya no se encuentra en la cocina, la llave sigue abierta, el agua se está tirando, me acercó a cerrarla.
—¿Mamá?
Mi madre señala con un dedo que guarde silencio, se acerca conmigo y se agacha para susurrarme lo siguiente:
—Cariño, necesito que subas y te escondas como hemos dicho, recuerda que cualquier cosa que escuches no tienes que salir. Por favor, no lo hagas —dijo y luego me tomó con fuerza para abrazarme—. Te amo, amor mío.
Asentí y lo último que vi fue como su mano temblaba antes de abrir la puerta.
Subo al segundo piso, no hay mucho donde esconderse, pero ya he acordado con mi madre que me escondería debajo de su cama. No logro escuchar nada por un momento hasta que comienzan a escucharse golpes y gritos que parece ser que provienen de mi madre.
Ella me ha dicho que no salga de mi escondite por ningún motivo, pero mi curiosidad y preocupación es más grande de lo que quiero. Bajo las escaleras con sigilo y veo a mi madre de rodillas, tres hombres la rodean traen espadas consigo. Ella llora sin parar, pero en ningún momento les pide piedad.
Uno de los hombres saca una espada y está a punto de  dirigirla hacia mi madre, pero se detiene cuando corro a lado de mi madre para oponerme.
—¡Mamá! —gritó y un hombre me detiene—¡Suéltame!
—¿Qué tenemos aquí? —la sonrisa del señor era malévola, igual a la de los villanos de los cómics.
—¡No le hagas daño, Gerard! —escupe mi madre—. ¡Déjalo ir! Él no tiene nada que ver en esto.
—Creo que él tiene todo que ver en esto —dice el tal Gerard.
Pataleo tan fuerte pero no logro hacer nada, excepto irritar a Gerard.
—¡Por favor déjalo ir! —insiste mi madre.
—Ahora si vas a suplicar —dice el hombre, es tan rudo como lo es su voz—. Bien pues tú tiempo se ha acabado, lo debiste de pensar mucho antes. Antes de dejar a este niño indeseado en el orfanato.
El hombre que tiene la espada fuera de su estuche, se acerca cada vez más a mi madre. Estoy histérico y las lagrimas no dejan de ensuciar mi rostro. Doy una patada aún más fuerte que deja que el hombre me suelte, corro tan rápido como puedo hacia mi madre pero uno de ellos me da una patada que me arroja al suelo.
Mis costillas me duelen, ahora respirar también duele, mi cabeza comienza a dar vueltas, uno de ellos se acerca y se hinca para ponerse a mi nivel.
—Con esto aprenderás que tienes que hacer caso —sacó una navaja de bolsillo y la enterró en medio de mi mano.
Grite, grite tanto que esperaba que alguien pudiera oírme, mi mano comenzó a teñirse de rojo, casi tanto que ya no podía distinguir la forma que tenía. Trato de moverme, pero la navaja me mantiene unido al suelo de madera.
—Te amo, cariño —creo que ha dicho mi madre antes de que la espada corte su cuello.
Los hombres se rieron como si de un chiste se trataba cuando veían la escena: Estoy pegado al suelo, llorando hasta quedarme sin aliento, veo a mi madre sangrar hasta que el ambiente huele a azufre, ella ya no se mueve, tampoco sonríe.
Quiero acabar con el mundo entero, quiero desatarme pero mis fuerzas son inútiles, tampoco sé usar mis poderes como se debe pero al menos lo intento. Mi poder se alza, por un momento se han quedado paralizados, hasta que mueven el cuchillo en mi mano, cierro mi otra mano de inmediato pero es muy tarde cuando sacan la navaja de mi mano y la entierran en la otra.
—Con esto aprenderás que no se debe de seguir los pasos de tu madre —susurró Gerard mientras les indicaba a su hombres que se retiraran—. Cuídate niño, a lo mejor un orfanato te aceptará —soltó una risa mientras cerraba la puerta.
No puedo escapar del filo que me mantiene en el piso, tampoco mi mano se puede cerrar para atraer mi poder, lloro tanto por el dolor que siento, pero se que ver a mi madre en ese estado es lo que más me duele. No puedo pensar en nada, en absolutamente nada porque lo único que quiero es que vuelva, lo único que más deseo es un abrazo de ella.
Escuchó unos pasos a lo lejos, me han traído de nuevo al presente.
—Damien —Taylor toca la puerta antes de asomar su cabeza—, la chica ha hecho lo que le pedimos, ya podemos ir a la tierra.
—Bien, enlista mis cosas —dije mientras tomaba mi capa y me envolvía en ella—. Es hora de una vista.

El Ensamble (Cada Diez Años)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora