CAPITULO 7-3

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–¿Los escuchas, mi amor? ¿Oyes el fragor de la gente? Están clamando por ti...

Estadio Olímpico, al fin. Yunho asintió en silencio, apelando a la fortaleza de su temple para no caer preso de los nervios, mientras Seonghwa a sus espaldas lo ayudaba a terminar de alistarse, asegurando el cierre de su traje, alisando cualquier imperfección para que estuviera absolutamente perfecto. De negro riguroso, como ya era su costumbre, la ceñida malla elástica no dejaba nada librado a la imaginación, lujuriosamente apegada a cada curva de su cuerpo, destacando la proporción y elegancia de sus formas, quitando el aliento a quien pusiera los ojos sobre él, aunque más no fuera por envidia. El rojo, que ya era su cávala, dispuesto en delicados detalles sobre el pecho, y el sutil baño de lluvia plateada completaban su sobria pero majestuosa presencia.

–¿Aseguraste bien tus patines?

–Sí.

–¿Estás cómodo?

–Sí.

–¿Seguro? ¿No necesitas nada?

–No Seonghwa, estoy bien. 

Park asintió, nervioso como si fuera él quien en escasos minutos tuviera que salir a exhibirse ante los ojos del mundo.

–Lo harás perfecto.

–Lo sé –coincidió Yunho con su típica modestia. Pero ante la duda, y más aún desde que "perdiera" su crucifijo, ambos juntaron sus manos unos momentos en posición de rezo, y se santiguaron a la usanza rusa, primero el hombro derecho, luego el izquierdo.

Encomendarse a Dios, irónico y absurdo, como todo en ellos.

–Bien, ya es hora. Sal, mi niño, y demuéstrales a todos el significado de lo insuperable...

Apenas pisó el hielo, las tribunas parecieron derrumbarse en aplausos. Yunho dio una vuelta veloz por el perímetro de la pista, con la frente en alto y la mirada desafiante hacia el jurado, las cámaras de televisión y las decenas de periodistas que dispararon hacia él sus flashes con la agresividad de un ataque mafioso. Allí estaban todos, desde Noruega hasta Argentina, esperando obtener "la foto", "la entrevista", "la noticia" que recorriera el mundo. Y si eran muy afortunados... la primicia de la primera y gran derrota del campeón de campeones. Yunho los odiaba cada día más.

Haciendo caso omiso a los gritos desaforados de sus jóvenes fans, se deslizó hasta el centro mismo del estadio, deteniéndose exactamente sobre la unión de los cinco aros olímpicos, con sus colores velados por la gruesa capa de hielo que los cubría, y permaneció inmóvil, en posición, esperando que la música diera comienzo a su programa. Esos segundos eran lo más difícil de todo. 

Los instantes previos al gran momento, en que las cientos de almas presentes caían en un silencio de muerte y él podía sentir su propia respiración, los fuertes latidos de su corazón impulsando la sangre a todo su organismo. Eran milésimas de segundos en que sentía sus rodillas flaquear y al mismo tiempo la obligación de mantenerse estático y atento, a la espera de esas notas musicales que parecían tardar una eternidad en surgir. Hasta que finalmente... todo comenzaba.

Los primeros acordes se propagaron a toda velocidad por el recinto y lo mismo hizo Yunho por la pista. Él no servía para melodías lánguidas y agonizantes, o mejor dicho, ese tipo de música no le servía a él; tenía demasiada energía dentro y muchas cosas para mostrar. Enseguida el público, maravillado y ansioso, adoptó el ritmo con sus palmas, ávidos por absorber la magia que despedía su rey de los hielos.

La primera combinación llegó pronto: un cuádruple toeloop, triple toeloop, triple loop. ¡Impresionante! Gran parte de la gente no entendía la importancia de aquellos saltos, pero ¿qué importaba? Disfrutaban de la belleza de ese joven regalándoles su talento en preciosas figuras y gráciles movimientos, con gestos irónicos y ondulaciones sensuales que entregaba a su público con una pasión desinteresada. Coordinación perfecta con la música que les llegaba al alma, intercalando triples con la naturalidad de quien sortea un obstáculo insignificante, sin detenerse un momento siquiera a recuperar un equilibrio que nunca perdía.

La melodía avanzaba, y también la danza. La coreografía era exquisita. Una nueva combinación de saltos preparó a todos en sus asientos. Un primer cuádruple... un segundo... y un tercero... Yunho aterrizó limpiamente sobre el hielo para continuar adelante, dejando a un estadio mudo de incredulidad. Tardaron varios segundos en reaccionar que habían sido testigos de algo nunca antes visto en la historia de ese deporte; tanto así que cuando prorrumpieron en estruendosos aplausos el ruso ya comenzaba su serie de giros. Hermosas figuras realizadas en revoluciones a gran velocidad, subiendo y bajando sobre su eje, para luego tomar impulso y continuar rotando en bellas formas, agraciadas aún más por el color y el brillo de las luces reflectadas sobre él. 

Jeong reinició su vuelo con delicadeza, deslizándose sobre una sola pierna, la otra extendida con gracia hacia atrás, mientras los espectadores ya lo aplaudían de pie, y los relatores saturaban sus transmisiones con comentarios exaltados, sabiendo ya que se hablaría de aquel día durante años. Pero el rubio no había terminado. Dispuesto a hacer historia, retomó su presentación aún con más énfasis, reavivando los aplausos y acompañamientos de la gente que ya se había rendido por completo a sus encantos, realizando nuevos saltos y combinaciones nunca antes vistas, superándose cada vez más en complejidad y belleza.

La música enloqueció y con ella el público. Ahora estaban todos de pie, aplaudiendo al unísono el compás de la melodía, y abajo, solo en el hielo, Yunho danzaba como poseído bajo el poder de aquellas palmas. Su cabello flameaba, de aquí para allá, siguiéndolo un paso atrás en cada movimiento, mientras él agitaba sus brazos en el momento preciso a cada pulso, golpeando con tanta fuerza la pista en sus brincos que una suave llovizna de hielo era despedida en cada repiqueteo de cuchillas.

Lo controlaba una energía diabólica. Con el rostro encendido se desplazaba de un extremo a otro, incitando a todos a perderse con él en aquel torbellino que creaba su propio cuerpo. Era hermoso, soberbio, magnífico, aterrador.

Cuando la nota final resonó como una explosión, y Yunho en el mismo segundo extendió los brazos hacia el cielo, estuvo seguro de poder tocar las estrellas. Las tribunas estallaron en vítores, gritos y aplausos. Las banderas se agitaron enloquecidas, mostrando los colores de su patria, su rostro, su nombre por doquier, palabras de amor en todos los idiomas. Aún estático en su pose final, contempló cómo los jueces intercambiaban miradas de admiración, los reporteros se agrupaban a empujones en la salida de la pista para ver quién lo atrapaba primero, sectores de las tribunas colapsaban de adolescentes enardecidas que pretendían lanzarse de clavado al hielo. 

Jadeando sin control bajó lentamente los brazos. El corazón parecía querer salírsele del pecho, golpeando tan fuerte que dolía. Temblaba, todo su cuerpo palpitaba en un gran latido. De pronto se sintió mareado, hiperventilado, y perdiendo el equilibrio se tambaleó levemente hacia atrás, como si la energía que emitiera la audiencia en aquel aplauso ensordecedor fuera una onda invisible que quisiera tumbarlo.

Desorientado, buscó con la mirada a Seonghwa. Lo halló inclinado sobre la pista, bastante alejado de la turba de periodistas, mirándolo con atención, seguramente al tanto de su repentino debilitamiento. Con un gesto le indicó que se acercara, y él obedeció tan pronto como pudo.

–¿Qué te sucede?

–Nada... es solo... me... me cansé demasiado.

Ayudado por los fuertes brazos de su entrenador, Yunho saltó la cerca sin necesidad de salir por la atestada portezuela. Pero le fue imposible eludir la intercepción de las cámaras oficiales que cubrían el evento, habían comprado su exclusiva con muchísimo dinero y había que cumplir con ellos.

Jadeando tomó asiento junto al periodista, y entre respiraciones agitadas contestó como pudo las preguntas que le fueron hechas. No necesitaban esperar el resultado, todos sabían que era el ganador de aquellos Juegos Olímpicos y más aún. 

Allí mismo, con Park a su lado y rodeado de todo el show del que tanto gustaban los norteamericanos, recibió su puntuación: dieciocho veces la marca perfecta. Ni siquiera él había visto nunca tantos 6.0 juntos.

Con gesto cansado colocó las protecciones a sus patines y volvió la mirada a Seonghwa. Si el amor y el orgullo tenían un rostro, pues su tutor se los había robado en ese momento. Con todo el recato al que estaba obligado, lo vio inclinarse sobre él, rodear su nuca con la mano y besar sus mejillas con sentida ternura.

–Lo lograste, mi amor –susurró en su oído, mientras por los altoparlantes el nombre de Jeong Yunho era repetido incontables veces con breves comentarios en varios idiomas–. Eres el mejor patinador de todo el mundo.

Sangre sobre hielo - 2ho / YunjongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora