CAPITULO 12-3

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–No he dicho que me iría solo a Rusia y te abandonaría aquí. Sólo he dicho que necesito volver, es obvio que iba a pedirte que fueras conmigo. Lo daba por hecho.

–¿Y si no quiero ir a Rusia? –Jongho había vuelto su rostro mojado de lágrimas–. ¿Si no quiero irme de aquí?

–Entonces quédate, porque eres tú el que no es capaz de renunciar a nada por mí.

–¿Por qué? ¿Por qué tienes que arruinar nuestra felicidad?

–¿Eres feliz conmigo, o con éstas montañas y lagos? Porque parece que estás más enamorado del paisaje que de mí.

–No digas estupideces.

–¡Entonces no las insinúes! Si eres feliz conmigo, serás feliz donde sea que yo me encuentre.

Jongho volvió a girarse, dándole la espalda. Yunho no acaba de comprender cuál era el problema tan terrible de marcharse.

–¿Por qué me haces esto? –murmuró, echándose el pelo hacia atrás con ambas manos.

–No quiero ir a Rusia. 

–¿Por qué? Hablas como si quisiera llevarte a vivir a la selva. Mi hogar es hermoso, te encantará San Petersburgo.

–¡No voy a vivir en donde viviste con él! –rugió Jongho, para luego volver a rebujarse sobre sí mismo.

Yunho reflexionó un momento. Así que era el fantasma de Seonghwa el que otra vez se interponía entre ellos...

–No vamos a vivir en la misma casa –aseguró dulcificando su voz, recostándose ahora junto a su irritado niño, abrazándolo por detrás en un gesto cansado–. Seguramente Hongjoong se ha encargado de venderla como le indiqué hace meses... Vamos, mi amor. Compraremos una casa nueva, la que más te guste, donde quieras. Tendremos toda la ciudad para nosotros, podrás comprarte lo que desees, tendremos una buena vida.

Jongho escuchaba, y recibía en silencio las lentas caricias en su cintura.

–Tengo miedo de irme –confesó en un susurro, apretando contra su pecho la mano que lo acariciaba–. Hemos sido tan felices aquí... Temo que algo malo nos pase al partir...

–Amor, no tengas miedo... –Yunho besó la mejilla de su amado, que aún permanecía tenso, con la mirada perdida en el amanecer–. Todo estará bien –aseguró deslizando una mano hacia su entrepierna, escurriéndola por debajo de la ropa interior, acariciándolo rítmicamente–. Seremos felices allí, te lo prometo –susurró en su oído antes de perderse en besos cálidos y suaves, tan tibios como el sol que ya los acariciaba con sus rayos. 

Jongho cerró los ojos, entregándose al placer de aquel roce íntimo, acomodándose para recibir mejor los besos de aquella boca que lo buscaba con ansiedad. Ir a Rusia era un error, lo sabía. Con tanta certeza como sabía que jamás podría arruinar la vida de su querido coartando su carrera. Por más que gritara y pataleara era un tema decidido. Se iría al Viejo Mundo... a enfrentar viejos fantasmas...

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Todas las promesas de Yunho no pudieron contra los temores de Jongho. Amargado por un profundo sentimiento de pérdida armó sus maletas y se despidió de las amistades que había hecho. Con lágrimas en los ojos cerró por última vez la puerta de la hermosa cabaña y dijo adiós a los árboles y a las montañas, al glaciar y al poblado, al chocolate y a los lagos.

–Por favor, Jongho, parece que fueras a la guerra. ¡Alégrate! Nos vamos a casa.

Yunho no hubiera podido entenderlo aunque pusiera toda su buena voluntad. Por el contrario, había pasado los últimos días de preparativos excitado y feliz como un niño en Navidad, empacando y comprando obsequios, haciendo planes para el futuro y canturreando risueño mientras recolectaba recuerdos de aquellos confines del mundo. Volvía a su patria y a sus cosas, a su comida y a su gente. Jongho se acostumbraría igual que lo había hecho al llegar a estas tierras extrañas. Construirían allí su nido, él lo ayudaría a sentirse en su hogar.

–Bienvenido a casa, mi vida –había dicho al besarlo, cuando el avión por fin aterrizó en tierras rusas. Pero Jongho nunca se había sentido peor acogido en un lugar, aunque las espesas nubes se hubieran abierto para dejar pasar un tímido sol, frío y distante como no lo había sentido jamás–. ¡Mira! Jeonggi ha venido a recibirnos. 

Así era. Jongho inspiró profundo cuando el frío aire de ese país extraño lo golpeó en el rostro, pero sintió una rara tibieza en su pecho cuando el ruso, luego de atrapar a Yunho en un fuerte abrazo, estrechó su mano con franca cortesía y una sonrisa cálida aunque tranquila.

Yunho explicó brevemente que irían a casa de Jeonggi por unos días hasta que consiguieran un lugar apropiado para ellos. Luego le indicó que subiera a la parte trasera de un bonito auto azul, y mientras Jeonggi manejaba, él se instaló cómodamente en el lugar del copiloto, enfrascándose en una animada conversación en ruso que no tuvo respiro hasta que llegaron a destino. Jongho no tuvo más remedio que dedicar el viaje entero a observar por la ventanilla. San Petersburgo era una ciudad imponente, muy hermosa aunque el tiempo no ayudara a lucirla, y mientras se empequeñecía ante tanta grandeza, los sonidos de ese idioma extraño lo apabullaban, dándole un claro panorama de lo que sería su vida desde ese momento. Soledad. Aislamiento absoluto.

Algo consoladoramente maternal lo envolvió al llegar a la casa, y su nombre era HeeYeon. La esposa de Jeonggi era una muchacha rubia, delgada y risueña, que no escatimó en abrazos al recibirlos, y que le dio la primera alegría del día al saludarlo en inglés.

–No hablo perfecto pero sí lo suficiente para hartarte con mi charla –dijo alegremente, desplegando una hermosa sonrisa en su rostro de mejillas rosadas, invitándolo a acercarse a la cocina que olía a tarta recién horneada aunque lo que le ofrecieran fuera un vaso de vodka llevo a rebalsar. Para Jongho, que era casi abstemio, la idea de beber vodka a las diez de la mañana le resultó nauseabunda.

–за удачи (¡Za udachu! / ¡Por la buena suerte!) –brindaron los tres compatriotas, vaciando sus vasos con una rapidez que daba vértigo.

Jongho miró su vaso y lo acercó a sus labios. El potente olor a alcohol le hizo arder la nariz; de todos modos decidió tomar un pequeño sorbo para no despreciar el ofrecimiento. Pero al levantar la mirada, la cara de desilusión de sus anfitriones le indicó que el gesto no había sido suficiente.

Yunho también lo observó unos segundos con el ceño fruncido, pero un momento después echó a reír, se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos. Luego giró y dio una especie de explicación que al parecer conformó a la pareja. Jongho no entendía nada.

–¿Qué es tan gracioso? –preguntó irritado.

–Mi amor –dijo Yunho sonriendo–, no te preocupes, no pasó nada. Simplemente es costumbre aquí acabar de un sorbo el vaso, de lo contrario significa que no apruebas el brindis –Jongho miró a su alrededor. HeeYeon sonreía, comprensiva. Jeonggi no lo miraba; la llegada de dos pequeñitos de alrededor de uno y tres años, tan rubios como su madre, había desviado su atención y ahora se encontraba arrodillado junto a ellos. Yunho volvió a besarlo en la mejilla–. Tienes mucho que aprender, pero no te preocupes. Yo te lo enseñaré todo.

Sangre sobre hielo - 2ho / YunjongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora