CAPITULO 10-1

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–¡No!

En el vacío del estadio un grito salvaje desgarró el silencio.

Seonghwa, aún con el arma en sus manos, bajó lentamente los brazos, tembloroso y agitado. El fogonazo había salido veloz cual rayo, tan sencillo e instantáneo como si su sólo deseo hubiera sido suficiente para jalar el gatillo. Simplemente pensó en disparar y de pronto... ya estaba hecho.

–No... no, no, no...

Los lamentos desde el hielo se alzaban como himnos a su victoria. Había dado en el blanco, no cabía dudas, pero... pero algo no estaba bien, no. Algo había salido muy mal, podía sentirlo claramente aunque no lograba discernir de qué se trataba.

Con la respiración alterada, aún tembloroso por la repercusión del disparo en sus manos, entornó los ojos para mejorar su visión sobre los cuerpos caídos. Y entonces... fue cuando lo vio. Vio cómo Jongho se enderezaba, alzando los brazos hacia él, mostrándole sus manos ensangrentadas.

–Asesino... ¡Asesino! –gritó mientras Yunho continuaba tendido en el hielo, totalmente inmóvil.

Un jadeo seco y una puntada de dolor en el pecho, eso fue lo único que Seonghwa fue capaz de distinguir en su propio cuerpo. Hundido en una mezcla de desesperación e incredulidad, abrió los ojos al extremo. No podía haberse equivocado así, ¡no podía haber matado a su niño! Pero Jongho continuaba arrodillado frente al cuerpo vuelto hacia él, sosteniendo la laxa cabeza sobre sus manos, hundiendo el rostro entre el cabello dorado, meciéndose de adelante hacia atrás repitiendo la misma letanía. Asesino. Asesino.

Atormentado, Seonghwa avanzó casi corriendo por el hielo hasta ellos.

Era verdad, era Yunho el herido, había sido él el escudo humano que detuviera la bala homicida. La pequeña mancha oscura en el costado izquierdo del cuerpo sobre su buzo azul, rasgado por el impacto, ya era un extenso mar rojo sobre la pulcra remera blanca que llevaba debajo, como revelaron las manos que lo revisaban con desconsuelo. Allí estaba la rojiza carnada tentando a la muerte.

Sangre fresca, mojada. Sangre joven y amada. 

Aún en shock el ruso susurró algo en su lengua, los ojos llenos de lágrimas, negando con la cabeza, rehusándose a aceptar la realidad que tan cruelmente le abofeteaba el rostro. Le había disparado, a él, ¡a su bebé! Lo había matado... había matado a su amor...

En un profundo suspiro pareció exhalar todo el aire de su cuerpo, el dolor en el pecho contorsionándole el rostro, amenazando con atravesarle el corazón. Momentos después, ya sin nada que perder, volvió a cargar su arma. Los pasos a seguir eran sencillos: mataría al maldito yanqui, y con otra bala luego iría a reunirse con su niño, donde fuera que estuviera ahora. Lo alcanzaría, no iba a dejarlo caer solo en las frías profundidades de la muerte, iría a acompañarlo y protegerlo como siempre había hecho, no seguiría sin él.

Jongho se echó levemente hacia atrás, aterrado, sus ojos enormes y húmedos cuando el cañón del arma apuntó directamente a su frente. Seonghwa contuvo la respiración, calculando el punto exacto del impacto. No iba a haber palabras finales, simplemente jalar del gatillo y todo estaría completo. Pero entonces... un leve movimiento.

Los ojos de ambos se volvieron hacia Yunho. No estaba muerto aún. Respiraba. ¡Respiraba! Pero apenas lo imprescindible. O había sido su imaginación o el frágil aleteo de vida que aún lo animaba era demasiado débil para hacerse notar. Como fuera, Park no podía arriesgarse a perder la última oportunidad de salvar a su pequeño. Sin dejar de apuntar a Jongho, estiró su mano libre lentamente hacia el cuello de Yunho. Debía encontrar pulso... tenía que sentir en sus dedos el débil pero constante latido de su corazón...

Pero antes de alcanzar la tierna garganta, un movimiento rápido y enérgico lo derribó de espaldas y el arma se le escurrió de las manos resbalando a toda velocidad por el hielo. Aunque sorprendido por el golpe, de inmediato se echó tras ella, avanzando casi a gatas por la resbaladiza superficie, pero su adversario fue más rápido y consiguió tomarla antes que él. Agitado, Seonghwa alzó los ojos hasta la figura que ahora estaba de pie a su lado. Y con una mezcla de resignación y alivio comprobó que era Yunho quien, también con la respiración acelerada por la breve carrera, lo apuntaba directo al rostro...

–Estás vivo –susurró en un suspiro, mientras las mejillas recuperaban su color. Fue como si el alma le volviera al cuerpo. Y sonrió, aunque ahora presionara contra su pecho una mano dolorida, que Yunho casi le había fracturado al derribarlo de una patada–. Estás vivo...

–Sí, y no gracias a ti.

–Amor, ¿te encuentras bien?

La voz de Jongho sonó tan preocupada como la del viejo ruso, por más que hubiera participado de la pequeña triquiñuela para engañarlo. Avanzando con dificultad, se acercó a comprobar la gravedad de aquella herida que había manchado sus manos de sangre. Sin dejar de apuntar a Seonghwa, Yunho levantó sus ropas y también echó una mirada a su costado. Como un puñal, la bala había rasgado su piel haciendo un profundo corte horizontal, y aunque evidentemente no había alcanzado ningún órgano vital, el tajo sangraba y ardía como los mil demonios.

–Estoy bien. Nada que unos puntos de sutura no arreglen – respondió, siseando al dejar caer la ropa sobre su herida, dirigiendo su mirada cargada de resentimiento hacia su antiguo entrenador–. Me imagino que estarás feliz ahora.

–Sí, lo estoy... feliz de ver que estás bien.

–Y todavía te burlas de mí, hijo de puta... 

–No me burlo, lo digo en serio.

–Estás loco –susurró Yunho mirándolo con aprensión–. Totalmente loco, Seonghwa, ¡te pasaste con esto! ¿Pensabas matarnos? ¿Ibas a matarnos a los dos?

–No, no a los dos. A ti nunca, mi ángel.

–Haré que te encierren. No puedes estar libre, eres nocivo, tanto o más peligroso que esta arma. Llamaré ahora mismo a la policía y les diré...

–¡Hey, tú!

El grito de Jongho fue tan extraño y fuera de lugar que ambos lo observaron, absortos. Pero éste miraba tan convencido hacia la entrada más cercana a la pista que acabaron por voltearse en aquella dirección.

Al principio Jeongno vio nada, todo estaba tan desierto y tranquilo como cuando habían llegado. Pero segundos después una sombra se movió tras las butacas azules, dispuesta a huir a la carrera hacia la puerta.

–¡Alto! ¡Alto, detente!

La figura se retrajo nuevamente tras los asientos, y allí permaneció, agazapada. 

–¡Sal de ahí, y ven aquí! –ordenó Yunho, apuntando el arma hacia su nuevo objetivo–. ¡Sal a donde pueda verte!

Pero el intruso no obedeció. Aguardaron en silencio. Si había habido un testigo de todo aquello, Yunho no iba a dejarlo escapar.

–¡Sal a donde pueda verte! –insistió, pero entonces todo sucedió demasiado rápido. El hombre hizo un nuevo intento de huida y salió corriendo a toda velocidad hacia la puerta. Velocidad que, por supuesto, no fue mayor al disparo que rebotó en unas barandillas de caño, produciendo un sonido extraño, y acabó impactando contra uno de los reflectores apagados, haciéndolo añicos...

Cuando la lluvia de vidrios cesó, sobrevino un silencio expectante. Aquello pareció ser suficiente para que el desconocido desistiera de su plan de huir. Claro que al voltearse pudieron comprobar que de desconocido... no tenía mucho.

–¡Papá! –exclamó Jongho, atónito, pensando que su deteriorada visión le estaba jugando una mala pasada. Pero entonces Yunho volvió a apuntar su arma, esta vez decidido a dar en el blanco.

–Bienvenido, suegro –dijo sin humor, elevando el arma hasta dejar la mira perfectamente centrada sobre su pecho...

Sangre sobre hielo - 2ho / YunjongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora