CAPITULO 8-3

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El ensangrentado papel tembló momentáneamente en sus manos, y luego cayó sobre el cobertor como si su peso se hubiera tornado insostenible.

–Yunho... ¿a dónde vas? –preguntó Jongho cuando lo vio levantarse, decidido, y salir de la habitación sin decir palabra–. ¡Yunho, espera! ¿Dónde vas?

Pero ya era demasiado tarde. La puerta principal se cerró de un golpe y un segundo después la figura de Yunho cruzaba la calle para perderse dentro del primer taxi que se atravesó en su camino.

Jongho permaneció de pie largo rato junto a la ventana. Con la sien apoyada contra el marco parecía meditar, abstraído, sobre lo que había sucedido aquel día: desde la mañana, cuando había sido testigo de aquella increíble hazaña artística, hasta aquel momento en que la tarde moría, donde había pasado a ser el protagonista de la acción más dulce y más intensa que había vivido jamás.

Arrullándose en la suavidad de la cortina, distraídamente se acarició los labios, cerrando los ojos en un gesto ensoñador. Suspiró. No era lo mismo, luego de Yunho ya nada era lo mismo.

Casi inconsciente de sus movimientos, dio unos pasos hacia la cama y se recostó sobre las sábanas revueltas, respirando profundo entre ellas. La almohada olía aún al cabello de Yunho. Se aferró a ella con fuerza, con los ojos cerrados. Sí... el calor de su piel, el perfume de su cuello, su pelo... 

Apenas entreabriendo los ojos, como si quisiera dormirse y soñar, divisó la carta abandonada. La sangre, aunque seca, continuaba allí, latente, eterna. La observó unos momentos con la mente en blanco. Y luego, hundiendo el rostro entre sus brazos... se echó a llorar.


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–¡Yunho! ¡¿Dónde demonios te habías metido?! Por Dios, ¡casi me matas de la angustia!

Seonghwa cortó el teléfono que estaba a punto de utilizar, seguramente para hacer otra de las cientos de llamadas que había realizado tratando de localizarlo, y cerró los ojos juntando sus manos en un gesto instintivo de agradecimiento y alivio. Sobre la mesa yacían desparramados una agenda abierta y dos paquetes de cigarrillos vacíos. Ahora Park apagaba el último de sus cigarros, aplastándolo nerviosamente en el cenicero que rebalsaba de colillas, y se acercaba a Yunho con la camisa desalineada, sofocado por los nervios y con un gesto que no terminaba de decidirse entre ser de enojo o de alivio.

–¿Qué diablos tienes en la cabeza? ¿Cómo se te ocurre desaparecer así sin avisarme al menos que te vas? –exigió con el ceño fruncido y los ojos húmedos de preocupación–. Creí que te habían secuestrado, que Choi te había hecho vaya Dios a saber qué salvajada, hasta pensé que algún fanático te había asesinado, ¡por Dios! –volvió a exclamar, ocultando el rostro entre las manos como si fuera a echarse a llorar. Parecía realmente consumido por la angustia y al borde de un ataque de nervios; pero cuando luego de un momento reapareció entre los dedos temblorosos, sonreía aliviado, al parecer dispuesto a olvidarlo todo ante la alegría de haber recuperado su tesoro perdido–. De acuerdo, no digas nada si no quieres, no es asunto mío dónde estuviste. Estás bien y estás aquí a salvo conmigo, es todo lo que me importa –concluyó con un suspiro, elevando el rostro para besarlo. 

Pero grande fue su sorpresa cuando, en vez de responder con sus labios, Yunho le contestó con sus puños, sentándolo en el suelo de un solo y certero golpe. Cayó pesadamente sobre su trasero, sin ningún signo de dolor aparente, y allí permaneció inmóvil, mirándolo aún con un estúpido aire de sorpresa. Era claro que no tenía la más mínima idea de dónde había venido eso, y mucho menos del por qué, pero tampoco tuvo mucho tiempo para meditar al respecto. Apenas si había reaccionado cuando las fuertes manos del rubio lo levantaron por el cuello y lo derribaron nuevamente de otro golpe en pleno rostro.

Sangre sobre hielo - 2ho / YunjongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora