CAPITULO 13-4

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–¿Qué dijiste?

–Dije que quiero entrar a la iglesia –repitió Jongho con calma.

–No es verdad –replicó, mirándolo de forma sospechosa–. Odias todo lo que tenga que ver con religión, ¿por qué querrías hacerlo?

–Porque te estás muriendo por entrar, lo veo en tus ojos. Si eso te hará feliz, entonces hagámoslo y listo.

–Te lo agradezco, amor, pero no eres tú quien me impide entrar.

–Eso es verdad, nadie te lo impide.

–¿Hablas en serio? ¿Acaso crees que somos dignos de entrar a un templo luego de lo que hicimos?

–Oh, vamos. ¿Qué crees que pasará? ¿Dios se presentará a señalándonos con su dedo, acusándonos de asesinos? ¿Bajará a la Tierra en bata y ruleros, tomará una escoba y nos echará de su casa, como una matrona echando a las ratas?

–No digas esas cosas, no hables así.

–Lo siento, mi amor, lamento si insulto tus creencias, pero para mí es pura basura. Eso es sólo un edificio –insistió, señalando la enorme iglesia–, un hermoso edificio construido con mucho gusto arquitectónico, pero también con la sangre y el sacrificio de la gente más pobre. Así que, si en verdad tu Dios existe y aceptó con agrado éste frío presente de oro y mármol, derroche de lujo en medio de la miseria, no creo que desate el apocalipsis porque nosotros entremos cinco minutos para que tú te postres ante Él a acrecentar tu cargo de conciencia.

–...

–¿Qué vas a decirme? ¿Que me iré al Infierno por decir cosas como éstas?

–No iba a decírtelo, pero sí lo pienso.

–No te preocupes por mí, esa entrada ya la tengo ganada y por cosas peores que éstas.

Yunho meditó un momento con los ojos puestos sobre el inmenso edificio. Luego desprendió su cinturón de seguridad.

–¿Entrarías conmigo? –preguntó en voz baja. Jongho se quitó su cinturón y lo abrazó con fuerza.

–Contigo a dónde sea, mi amor.

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Aunque renegaba de las religiones, a Jongho le gustaban las iglesias. Las recorría con la misma curiosidad con que visitaba un museo o una exposición de arte. Aquella noche, sin embargo, sintió la incomodidad de saberse en un lugar al que no pertenecía y en el que, secretamente, no era bienvenido. El aire estaba embotado por el incienso y la combustión de las velas, los rezos se arremolinaban a su alrededor como insectos, atosigándolo; los sacerdotes, con sus largas togas negras típicas en los ortodoxos, se reunían en el altar mayor realizando sus extrañas ceremonias.. Hasta la rígida mirada de la Virgen, acechándolo desde los elaborados trípticos de plata y piedras preciosas, parecía perseguirlo y repudiar su presencia.

En un rincón, exactamente a la derecha de donde ellos estaban parados, había un gran altar ardiente. Cientos de pequeñas velas encendidas, según explicó Yunho en un susurro, por las almas de los muertos más amados. A la izquierda de ese altar, una fogata distinta, un cáliz ardiente al cual la gente se acercaba a arrojar pequeños pedazos de papel.

–Escriben sus pecados y peticiones –susurró, señalando unos canastos llenos de papeles en blanco y lapiceras, listos para quien quisiera usarlos–, y luego los arrojan al fuego. En realidad no significa nada, sólo una forma de acercarse a Dios.

Sangre sobre hielo - 2ho / YunjongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora