CAPITULO 1-4

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Las manos subían y bajaban lentamente por su cuerpo, realmente se sentía muy bien. No sabía de dónde, pero el ruso sí que tenía experiencia en esto. Sonrió. Las cosas que habría hecho ese diablillo rubio con esa expresión de casto. Divertida estaba su mente imaginando a su eterno rival abandonado a los brazos de fogosos amantes, cuando de pronto algo lo hizo sobresaltar: Yunho se había subido sobre él, con las piernas una a cada lado de su cuerpo.

–¿Te molesta? Es más cómodo así.

Negando con la cabeza, Jongho volvió a recostar su rostro contra los almohadones. No le molestaba, en absoluto, y eso era lo que lo ponía nervioso. ¿Por qué no le molestaba que otro hombre se montara sobre él? Podía sentir la presión de aquellas largas piernas contra su cuerpo, la dureza de aquel sexo cobrando vida con cada balanceo contra sus nalgas... y aún así... no le molestaba. Lo deseaba.

Intentó desviar sus pensamientos hacia otro lado, pero no podía concentrarse en otra cosa más que en las manos deslizándose suavemente por su cuello, sus hombros, sus brazos... Cada vez que Yunho se inclinaba hacia delante, con movimientos lentos pero rítmicos, podía sentir su miembro excitándose... de igual forma que él lo estaba haciendo contra la cómplice y secreta superficie del sillón. Antes de que pudiera reprimirlo, un escalofrío lo recorrió entero.

–¿Qué te sucede?

–Nada –mintió, sintiendo que su respiración se agitaba, sin poder hacer nada al respecto. 

–¿Nada?

Yunho detuvo sus manos lentamente, y por un momento permaneció inmóvil sobre él. Jongho apretó los ojos, expectante. Deseaba con toda su alma que la realidad diera paso a sus fantasías, y al mismo tiempo temía que sucediera. No podría soportar que Yunho se levantara y lo echara por tener esos perversos deseos con él, que en un arrebato de vanidad publicara al mundo el acoso que había recibido a cambio de su gesto de buen samaritano.

Y de pronto el movimiento, el pecho que se recostó sobre su espalda y las palabras susurradas al oído mientras acariciaba sus brazos.

–¿En verdad no sientes nada...?

Jongho dejó escapar un jadeo al sentir la humedad de una lengua en el lóbulo de su oreja. Y tan rápido como su dolorido cuerpo se lo permitió, giró para atraparla con su boca en un beso que no había atrevido a soñado jamás, pero que ahora comprendía que había esperado toda su vida.

–Yunho –susurró abrazándose a su cuello cuando sus cuerpos se enfrentaron, con los ojos abiertos de par en par por el temor y el deseo contenido.

El rubio volvió a besarlo profundamente, con la firmeza y el control que había demostrado con las muchachas, y Jongho pudo comprobar por qué se habían sentido así de subyugadas. Electrizante, abrumador el poder que rezumaba el campeón con sus abrazos y sus besos, otra expresión de la potencia que desplegaba sobre el hielo y la supremacía sobre cualquier otro mortal. Con el cuerpo tembloroso de deseo, agitado, entregado, Jongho se abrazó con las piernas a la cintura de su amante, cuyas manos parecían hacer magia sobre su cuerpo, tanto como aquella boca que febril y húmeda había recorrido un camino prohibido hacia sus rincones más privados. Lo besó hasta casi perder el aliento, y cuando las ropas quedaron desparramadas en el suelo, lo miró a los ojos, apasionado.

Yunho le echó el cabello hacia atrás, para despejarle el rostro. Sus ojos claros brillaban con una luz nueva, casi tan encendidos como cuando volaba sobre la pista en imposibles saltos.

–¿Confías en mí? –preguntó con su mirada firme.

–Sí –jadeó Jongho casi sin pensarlo, temblando de ansiedad.

–Entonces, mi Príncipe del hielo... prepárate para recibir a tu Rey...


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La consciencia penetró en su mente cálida y luminosa como los tibios rayos de sol que bañaban su cuerpo, colándose a través de las suaves cortinas blancas. Junto con la percepción de un nuevo día, también llegaron las primeras señales de dolor, acusaciones de su pobre cuerpo malherido por el odio, y ahora también por el amor. Pero con una sonrisa, por primera vez, supo que no le importaba.

Jongho se desperezó, intentando hacer oídos sordos al dolor que lo invadía desde lo que parecía cada célula de su cuerpo, y aún sin querer abrir los ojos estiró una mano, palpando a su alrededor en  busca de su amante dorado. Pero se encontraba solo. ¿Dónde habría ido Yunho?

"Tal vez se esté bañando u ordenando el desayuno" pensó mientras se enroscaba sobre su vientre, demasiado tibio y perezoso como para averiguarlo. Pero segundos después sus ojos se abrieron de súbito, y de un salto se puso de pie, olvidando por completo las quejas de su cuerpo.

¡La competición!

Miró el reloj de su muñeca deseando que aquello fuera un mal sueño del que pudiera despertar. Pero las pequeñas manecillas le confirmaban que su pesadilla era real, muy real. Si sus cálculos no le fallaban, en apenas diez minutos la presentación habría terminado...

Lo más probable era que nunca en su vida se hubiera vestido tan rápido. Salió de la habitación y del hotel como alma que lleva el diablo, ahora sí llamando la atención de los guardias de seguridad, y echó a correr en dirección al estadio que sabía que se encontraba a unas escasas seis cuadras de allí.

Corrió esquivando personas y autos, sin respetar semáforos ni señales de tránsito, deseando que alguno de esos airados automovilistas lo arrollara y le diera una excusa valedera para no haberse presentado. "Voy a llegar, voy a llegar" se decía a sí mismo, aunque sabía que su esfuerzo sería en vano. No tenía su traje, no tenía sus patines, ni siquiera tenía su pase al estadio, aunque en verdad de nada le hubiera servido todo eso ya. La última exhibición habría terminado al menos media hora atrás, y en escasos minutos las puertas se abrirían para liberar al público. 


Sangre sobre hielo - 2ho / YunjongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora