MIKAEL.
Todos mis instintos me piden que acabe con esos tipos, pero ella me ha pedido que me quede a su lado. Está tan vulnerable con su camiseta rota que solo puedo pensar en protegerla. Por eso, me quito la sudadera para ponérsela. Adara me contempla en silencio con sus enormes ojos color de océano y siento que me ahogo en ellos. Creo que no es consciente de que aún sigue derramando lágrimas.
— Vamos, te llevaré a tu casa.
Se aferra a mi brazo con fuerza y niega con la cabeza.
— No, a mi casa no. Si mi madre me ve así le dará un ataque.
— Entonces, ¿dónde quieres ir?
Se queda en silencio, pensando. Parece completamente pérdida. sólo deseo rodearla con mis brazos, pero no quiero asustarla después de lo que acaba de vivir.
— No lo sé — responde y cae otra tanda de lágrimas.
Yo necesito irme de aquí o no podré seguir conteniéndome. Saber que esta chica tan fuerte está así por culpa de esos desgraciados hace que solo pueda pensar en hacerlos sufrir.
— ¿Quieres venir a mi casa? — ofrezco.
— Y tu familia…
— Vivo solo — digo interrumpiéndola.
Agacha la cabeza. Sé lo que está pensando. Irse a la casa de un chico que acabas de ver golpear a tres hombres, no es lo más inteligente del mundo. Soy peligroso y más cuando estoy con este humor, pero no para ella. Pienso protegerla a toda costa, incluso de mí mismo.
— Te prometo que estarás a salvo.
La ayudo a levantarse y al ver que le tiemblan las piernas, rodeo su cintura con mi brazo para sostenerla.
— Vale, llévame a tu casa.
Con el brazo que tengo en su espalda, para que no me vea, hago el antiguo gesto que hacían en los combates de gladiadores para juzgar al perdedor, pongo el pulgar hacia abajo. Sé que los hombres que me siguen por orden de Brayton lo van a interpretar de la forma correcta.
Yo no puedo ocuparme personalmente de esas basuras, pero los eliminarán de forma eficaz para que no vuelvan a hacer daño a nadie.
Tenemos que caminar unas cuantas calles hasta llegar a mi coche, que dejé lejos por precaución. Tenerla a mi lado me tranquiliza como un bálsamo, no me importaría caminar el doble.
— ¿Este es tu coche?— pregunta impresionada cuando llegamos.
El Aston Martín plateado, con sus complementos de lujo, es como un unicornio en este barrio de mierda. No obstante, ningún ratero se atrevería a tocarlo, tiene el símbolo de los Rinaldi en la parte trasera. Si lo rozan aunque sea un poco saben a lo que se exponen. Aunque no me guste reconocerlo, a veces el miedo es el arma más eficaz contra algunas personas.
Cuándo entramos al coche sigue igual de atónita.
— Si eres rico, ¿qué haces yendo a un instituto como Jatun?
He dejado que descubra una parte de mí por ayudarla, pero tengo que ocultar la otra parte a toda costa. Arranco el coche con la esperanza de que olvide su pregunta, pero no parece dispuesta a ceder.
— Yo te he visto bajar del autobús. Vas andando y tienes este coche… No tiene ningún sentido.
— Ya hablaremos de eso en otro momento — digo para ganar tiempo — ahora lo importante es que estés bien.
Llevarla a mi ostentoso apartamento en el centro no mejora las cosas.
— Esto parece una pesadilla y un sueño, todo mezclado — dice haciendo alusión a lo que ha vivido esta noche — ¿Quién eres?
— Soy quien te ha salvado — le recuerdo para ablandarla — y si preguntas por esto.
Abro los brazos señalando la casa.
— Es heredado, mi madre murió hace no mucho y me dejó bastante dinero.
Todavía cuando hablo de mi madre siento que me hunden una daga en el estómago, igual que la daga que me regaló esa misma noche. La fascinación por las dagas la tengo desde pequeño, por eso, mi padre me buscó un profesor para que aprendiera a usarlas como armas. Siempre dice que los talentos hay que explotarlos. Y la lucha muy a mi pesar es mi mayor talento, artes marciales, dagas, espadas... irónico ¿no?
Lo siento — dice poniendo una mano en mi brazo — estoy muy alterada todavía. No quería remover recuerdos dolorosos.
Poco a poco su mano sube y ese noble gesto que ha tenido intentando reconfortarme se convierte en un abrazo. No sé cuál de los dos lo necesita más, pero nos tiramos varios minutos abrazados, respirando el olor del otro.
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Falsa apariencia
Teen FictionMikael Rinaldi juró que dejaría el estilo de vida de su familia y la violencia atrás. Se independizó siendo aún menor de edad y se matriculó su último año de instituto en un barrio normal, nada que ver con el lujo al que estaba acostumbrado. Solo qu...