Hermanos.

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MIKAEL.

Cuando llegó a mi casa después de acompañar a Adara, mi hermano no está. Es algo que suponía, Ares es lo bastante orgulloso como para no esperar a que le echen dos veces.

Después de esa visita comprendo que tengo que darme prisa preparándolo todo para irme. Saco el móvil y marco el número de Black, esta vez responde después de cuatro tonos.

— ¿Cómo va el proceso de convertirte en hombre, niño bobo? — dice burlón en vez de saludar.

— Deja de joder que bastante he tenido por hoy. Necesito que vengas a mi casa para pedirte algo. 

— Necesitas… Adoro cuando me dicen eso los pobres mortales. Cuando termine lo que estoy haciendo iré.

Escuchó el gemido de una mujer y un hombre al otro lado de la línea. Empiezo a imaginar lo que está haciendo, así que me tocará armarme de paciencia. 

— Me urge que vengas pront... — ni terminar puedo porque corta la llamada.

Quería ver si podía contar con su ayuda antes de empezar, pero visto lo visto me pondré ahora a ello. 

Saco el portátil y me pongo a buscar sitios para irme con Adara. Necesito uno que esté lejos de aquí, pero que tenga una universidad cerca. Los pueblos suelen ser más tranquilos pero destacas el doble, en una ciudad puedes mezclarte y nadie te presta atención. Al cabo de tres horas lo dejo porque me está dando dolor de cabeza, justo entonces suena el timbre.

Abro la puerta y veo mi hermano con una camisa blanca a medio abrochar que muestra parte de su torso y unos pantalones negros de vestir, el la mano lleva una bolsa del mismo color que los pantalones. Entra como si estuviera en su casa, va a la cocina y como no encuentra nada de su agrado hace una mueca y regresa para sentarse en el sofá, pero no suelta la bolsa.

— Es realmente lamentable como te alimentas. Tu urgencia debería ser una nutricionista — dice Black.

— ¿Puedes ponerte serio por un momento?

— Salen demasiadas arrugas. ¿Acaso no te has fijado en Bry?

Pongo los ojos en blanco ante su respuesta. Decido ir directo al grano, si no puedo terminar toda la noche con Black divagando.

— Olvida la comida. Quiero salir del país con mi novia y necesito que cubras mi rastro para que nadie que quiera impedirlo o hacernos daño pueda saber a dónde vamos.

— ¡Pero qué romántico! Haber empezado por ahí, Romeo. ¿También hubo la escena de reniega de tu nombre?— pregunta con media sonrisa — Creo que esa es de mis favoritas. En menudo drama shakespeariano te has metido, Mika. Lástima que no ames de verdad a tu Julieta. 

— ¿Y tú qué sabes? — preguntó molesto, dudando si fue buena idea llamarlo. 

— Te conozco a ti y la he investigado a ella. Por más que te esfuerces a un conejito como tu Julieta nunca le saldrán colmillos y aunque a un león le arranques las garras no podrá ser un lindo gatito. Así es la vida, la cadena alimenticia y todo el rollo, en lo alto del todo estamos nosotros, los depredadores y no deberíamos juntarnos con las presas si no es para devorarlas.

— He sido un ingenuo al pensar que me ayudarías.

Se levanta del sofá para darme una palmada en la espalda.

— Arriba ese ánimo, niño bobo. Estoy dispuesto a ayudarte en tu cruzada de amor para que tú solito te desencantes, claro que solo por el precio adecuado. 

Alzó la ceja y le miró intrigado. Sus ojos, de un tono parecido al mío, los ojos de nuestro padre, se ven más oscuros en él. 

— ¿Qué quieres?

— Favor por favor — mete la mano en la bolsa y saca un libro grueso con tapas de cuero — solo tienes que firmar y poner tu huella y tendrás lo que ansías.

— ¿Qué tipo de favor? — pregunto receloso.

— Aún no lo sé, pero mi intuición me dice que necesitaré a alguien con tus habilidades en un futuro. Si firmas podré pedirte lo que quiera, cuando quiera y tendrás que aceptar. 

Resoplo y le miró atónito. ¿Qué clase de trato es ese?

— Es absurdo, ¿de verdad crees que las personas que firman van a cumplir su palabra solo por hacer un garabato? Traelo y lo firmo para mí eso no es vinculante.

Su risa llena todo mi salón y me observa con un brillo apreciativo. 

— No muchos son tan francos, es agradable. Verás este libro es simbólico, como un recuento de las almas que han llegado al infierno. De cada nombre hay un archivo con contenido suficiente como para que su propietario deseara acabar con su vida el mismo. Si no cumple su palabra, yo… bueno te lo puedes imaginar.

Eso no lo esperaba.

— ¿Tienes algo mío?¿Serías capaz de hacer algo contra tu hermano?

— Puede que sí, puede que no. Esa es la gracia de pactar con el demonio, nunca sabes cuándo va en serio o solo te está manipulando. 

Mis músculos se tensan al darme cuenta de que esto es más peligroso de lo que me había planteado. Pero hay algo con lo que Black no ha contado. 

Cojo el libro para firmar y poner mi huella. Creo que eso le toma por sorpresa. 

— No me importa firmar en ese ridículo libro, Black, porque confío en ti. 

Por una vez no tiene una réplica aguda o extravagante, solo se queda en silencio mientras me anoto en el libro y lo guarda cuando termino. 

— Dime día y hora. Te prepararé pasaportes con nuevas identidades y una cuenta bancaria lo bastante jugosa, para poder vivir como un señor, a nombre de tu nuevo yo. También me ocuparé de que nadie te siga y despistaré a nuestros hermanos.

Me sorprende lo rápido que ha pensado en todo, yo llevo tres horas buscando y no se me había ocurrido todo eso.

— Todavía no tengo día pero será aproximadamente dentro de dos semanas, cuando acabe el instituto. ¿De verdad vas a dejar que me vaya a pesar de que no tengo intención de volver a veros? — es todo tan fácil que me cuesta creerlo.

— Me gusta ser un observador, no interfiero a menos que como en este caso consiga un beneficio. Además, no soy el viejo que nos toma como sus posesiones, si quieres irte, adelante. Ya te dije mi opinión, no durareis ni un año. 

Mete la mano en el bolsillo y saca algo brillante. Dejo de respirar un segundo al darme cuenta de lo que es. Una moneda del Deadly-sin, la llave para entrar en el club de Black. Cuando la deja sobre la palma de mi mano frunzo el ceño contrariado.

— ¿Por qué ahora? Te la pedí hace mucho, ya no me interesa. 

— ¿Estás seguro? Mírala bien. 

Doy vueltas a la moneda y la observó por las dos caras, entonces me doy cuenta de a lo que se refiere. 

— No está a mi nombre, no podría pasar. Te estás riendo de mí o es una prueba.

En la moneda solo pone Hunter. 

— Ni lo primero, ni lo segundo. La moneda no está a tu nombre porque no estás preparado para entrar. No se la estoy dando al niño bobo que eres, sino al hombre en el que te convertirás. Cuando estés preparado para aceptar tu verdadera naturaleza, ven a buscarme — explica con su oscura sonrisa.

— No pienso usarla — respondo desafiante.

— Eso ya es cosa tuya — se encoje de hombros y va hacia la puerta con su bolsa en la mano — recuerda, día y hora, y prepararé todo.

Cuando sale me doy cuenta de que no le he preguntado si leyó el mensaje en el que le pedí que conociera a Blanca. La amiga de Adara no ha vuelto a hacer de las suyas y espero que siga así al menos hasta que nos vayamos.

Falsa apariencia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora