11| ocean blue eyes looking in mine

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11| ocean blue eyes looking in mine


Emma 

Ya llevaba una semana trabajando en la cafetería de Maggie y…. me gustaba. Creo que era la primera vez que podía decir que disfrutaba tanto de mi trabajo, puesto que todos los trabajos que tuve no eran los mejores considerando que, o trabajaba más horas de las necesarias sin que me paguen bien, o el ambiente laboral era pésimo.

Al principio tuve este leve pánico de que suceda lo mismo en la cafetería, pero no podía estar más equivocada. Trabajar con Maggie era increíble. Aunque tenía que admitir que lo que más me gustaba no era servir mesas, sino que cocinar.

Había estado toda esta semana cocinando cantidad de tartas, pasteles, postres y otras cosas. Maggie prácticamente me había dejado a cargo de hacer todo eso una vez descubrió que se me daba bien. A veces, cuando terminaba mi turno, me quedaba unas horas más allí cocinando u otras veces practicaba las recetas en mi casa y luego las comíamos con Austin.

Sí, nuestras juntas nocturnas a mirar películas se habían repetido todas las noches. Se había vuelto como una especie de ¿rutina? Luego de cenar, a veces en mi casa o en la de él, me cruzaba hasta su casa dónde Austin ya me esperaba con su enorme sofá hecho cama, los pochoclos con caramelo sobre la mesita junto al vino rosado y luego nos turnábamos para elegir una película. Cualquier película menos de terror, porque en ese aspecto los dos éramos asquerosamente miedosos. 

No podía negar que me gustaba la rutina que iba formando, pero por más que me gustase, no podía olvidarme que había venido aquí con el principal objetivo de aclarar mi mente y saber qué es lo que voy a hacer este año.

Y lo que más me preocupaba era que seguía sin saber qué hacer. Sentía que mi futuro era como una hoja en blanco y lo único que estaba dibujando en ella eran nudos. Nudos y más nudos imposibles de desenredar. Como cuando guardas las lucecitas de navidad y al año siguiente las buscas y son un enredo total; así sentía que era mi vida en este momento. 

Y yo, yo no era buena desenredando nudos y ya me estaba cansando de intentarlo. Sentía que los últimos años solo había intentado luchar conmigo misma y seguir adelante, pero siempre había algo que se me interponía y me obligaba a comenzar de nuevo. Y no ver los resultados de todo ese esfuerzo me frustraba. 

A veces, simplemente, quería cerrar mis ojos, apagar mi mente y despertarme cuando me sienta más feliz o, aunque sea, cuando sea capaz de fingir mejor que lo estaba, porque honestamente, a estas alturas no lo estaba. 

Pero, ¿era posible estar siempre feliz? Comenzaba a creer que la felicidad se componía de momentos. Solo eso. Momentos. Enormes o pequeños, pero que dejan una marca en tu alma. Momentos que, cuando están sucediendo, por dentro piensas “Joder, me siento tan feliz” y luego te dices a ti misma que tienes que archivarlos en tu memoria porque es muy probable que no se vuelvan a repetir. Esos momentos que se transforman en recuerdos y cuando vienen a tu mente, así de la nada, no puedes evitar que una sonrisa se forme en tus labios. 

Uno no siempre podía estar feliz, por esa misma razón guardamos esos momentos en lo más profundo de nuestra mente, para recordarlos y pensar “mierda, vale la pena seguir adelante si eso significa que tendré más de esos momentos”

Y quizá mi mente, justo ahora, estaba archivando todos estos recuerdos de Positano para cuando regrese a Londres. Las mañanas en la cafetería de Maggie, el olor a masa recién horneada, las noches de películas y vino rosado, la sonrisa pícara de Austin y sus pequeñas cicatrices. Estaba segura que eso se quedaría grabado en mi mente como si de un tatuaje se tratase. Y solo deseaba poder crear esa misma clase de recuerdos en Londres porque, a pesar de haber vivido allí durante toda mi vida, a veces sentía que ese no era mi lugar.

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