10| Dejarse llevar

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10| Dejarse llevar

Emma 

Era increíble lo cómoda que me sentía. Creo que no dormía así de bien desde hace meses ¡Si ni siquiera me había desvelado a media noche! Y esta vez sí que no me había olvidado de cerrar las cortinas, ya que mi habitación estaba sumida en la oscuridad.

Me acurruco más contra las mantas y un suspiro de felicidad abandona mis labios. Joder, me encantaría poder seguir metida en la cama toda la mañana, pero tengo que ir a trabajar a la cafetería de Maggie. Era injusto que justo el día que me tocaba trabajar se me había dado por dormir bien.

Frunzo mi ceño cuando el olor a café inunda mis fosas nasales ¿Café? ¿Por qué había olor a café en mi habitación? No solo sentía ese olor, sino que… restregué mi nariz contra la almohada intentando reconocer el otro rico aroma que sentía y mi cuerpo pareció recibir un balde de agua helada y despertar por completo.

Austin.

Ese era el olor a la colonia de Austin.

Abrí mis ojos en dos rendijas y la realización me golpeó el rostro. Mierda, no estaba en mi habitación. Me había quedado dormida en casa de Austin mientras mirábamos la película. Joder, joder. Que maleducada.

Cerré los ojos con fuerza sintiéndome como una completa confianzuda. Demonios, él me había invitado a mirar una película y yo me quedé dormida en su sofá. Seguro estaba siendo una molestia en este momento para él. Ni siquiera sabía cómo lo iba a mirar a la cara sin avergonzarme.

—¡Arriba bella durmiente! Se te va a hacer tarde para ir a trabajar.

Ni siquiera podía escaparme a hurtadillas sin que él se diera cuenta. Y estaba muy segura que no lucia cómo la bella durmiente, sino que me parecía más a una bestia.

Paso las manos por mi pelo, intentando peinarlo un poco y por mi rostro para espabilarme y comprobar que no haya babeado. No podía extender mucho más el momento, así que me incorporo y me encuentro con Austin, que estaba en la cocina mirándome con una sonrisita divertida en los labios. 

Parecía que él también recién se levantaba, con la gran diferencia de que lucía mucho mejor que yo. Su cabello estaba hecho un lío, pero parecía no importarle, y sus ojos celestes claros estaban algo hinchados de dormir. Llevaba la misma ropa con la que lo vi ayer, así que supongo que ese era su pijama. Y su sonrisa, Dios, esa sonrisa un tanto aniñada me provocó algo en mi interior. Creo que su sonrisa me encantaba.

—Buenos días, Emms —dijo con tono alegre. 

Mi vista bajó hacia las dos tazas que había sobre la isla de la cocina junto con un plato con muffins. 

—Buenos días —respondí un tanto avergonzada—. Oye, lo-lo siento. 

Su ceño se frunció, pero no me miró porque estaba concentrado en preparar el café en la cafetera.

—¿Por qué lo sientes? Si babeaste no te hagas problema, todo el mundo babea.

Las comisuras de mis labios se elevan levemente. No había babeado, pero eso sí que hubiera sido súper vergonzoso.

—Por haberme quedado dormida.

Esta vez sí que me miró.

—¿Te estás disculpando por haberte quedado dormida? —asentí un tanto insegura y sus ojos se suavizaron—. Emma, yo fui el que decidió dejarte dormir en mí casa. No tienes por qué disculparte.

—¿Por qué me dejaste seguir durmiendo aquí? Podrías haberme despertado y pedirme que me fuera.

Se encoge de hombros.

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