12| La abuela Gaga, pizza y cartas

1.9K 119 58
                                    

12| La abuela Gaga, pizza y cartas


Emma

Vacío.

Era una palabra que odiaba pero que, por alguno motivo, me sentía identificada con ella. Y lo detestaba. Detestaba ese sentimiento de no estar completa, de que algo me faltaba. Que, por más que estaba rodeada de miles de personas, ninguna de ellas eran mis amigos, solo conocidos. Que cada vez que miraba hacia el pasado, sentía que nada en mi vida había valido realmente la pena para recordarlo con orgullo. Y en el presente me pasaba exactamente lo mismo: me sentía estancada… o quizá vacía. 

Y ese sentimiento me asfixiaba y perseguía durante todo el jodido día. Odiaba mirarme al espejo y no ver nada de brillo en mis ojos, mi expresión apagada y la sonrisa forzada que practicaba por si alguien me preguntaba cómo estaba y yo contestara con un “estoy bien” pero detrás de esa respuesta había un enorme nudo en mi garganta y unas  incontrolables ganas de llorar. Y a veces, ni siquiera sabía por qué. Simplemente, cuanto más me miraba al espejo, y más vacía me veía, más ganas de llorar me daban.

A veces me preguntaba si había algo malo conmigo porque nunca lograba llenar ese espacio vacío con nada ¿Vieron cuando te esfuerzas en hacer miles de cosas para sentirte bien, pero, por alguna razón, esas cosas nunca funcionan? Bueno, eso era lo que me sucedía. Parecía que, cuanto más me esforzaba en sentirme mejor, peor me salía todo. Y era tan frustrante no estar bien. Sentir que nada estaba en su lugar y que, cuando te centrabas en acomodar una cosa, las otras cosas parecían desacomodarse aún más, metiéndote en un constante círculo vicioso en dónde te levantas todos los días prometiéndote que ese día va a ser mejor y a la noche, cuando vas a acostarte, te das cuenta que ha sido igual o peor al anterior. 

Y ese sentimiento venía acumulándose por años. 

No estoy segura qué fue exactamente lo que lo desencadenó, solo sé que desde que tenía diecisiete años sentía que mi vida iba cayendo en picada cada vez más y no sabía cómo demonios frenarla. 

Creo que llegó un punto en el que dejé de esforzarme por cambiarlo y permití que las cosas siguieran avanzando sin más. Y ese quizá fue mi error. 

Puede que la mejor opción habría sido ir a un terapeuta, pero nunca me animé a decírselo a mis papás. Y mis papás tampoco sabían todo el caos que sentía dentro de mí porque yo no les contaba nada. Y sigo sin hacerlo. 

Pero ese vacío últimamente no había hecho acto de presencia, era como si me estuviese dando un respiro antes de regresar a Londres y volver a atacarme. Y Dios, necesitaba de ese respiro al menos por unos días. Necesitaba un respiro de todo, la verdad, e Italia parecía estar siéndome de gran ayuda con ello. Aunque no al cien por cien, porque dentro de mí seguía esa vocecita que me recordaba que, cuando vuelva a Londres, tengo que hacer algo con mi vida. 

Me hubiera gustado nacer ya sabiendo qué coño iba a hacer de mi vida. Todo habría sido más fácil de esa forma.

—Noah —rezongué—. No es tan difícil. 

Su mala cara a través de la pantalla de mi móvil me hizo reír. Había pasado todo el día en casa cocinando y distrayéndome de todo, hasta que me llamó mi hermano pidiéndome que lo ayude a cocinar pizzas porque esta noche mamá y papá tenían un cumpleaños de unos amigos suyos y Noah iba a invitar a alguien a comer.

No especificó quién era ese alguien, pero estoy segura de que se trata de una chica, porque mi hermano no le cocina a sus amigos ni aunque le paguen.

—Sí es difícil.

—¿Por qué no simplemente compras una y listo?

—Porque es más rica la pizza casera —murmuró, concentrado en amasar la especie de masa que había formado.

Todo lo que somos juntos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora