5|Entre anécdotas vergonzosas y vibradores

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5| Entre anécdotas vergonzosas y vibradores


Emma

Bueno, está noche tenía una cena con Austin.

La verdad es que me parecía bastante normal; era mi vecino y lo estaba conociendo. Lo que sí, estaba un poquitín nerviosa porque yo sería la encargada de cocinar la cena está noche y, por más que crea que cocino bien, no podía evitar sentir esa inseguridad de que quizá al otro no le guste lo que yo prepare.

Y más cuando no sabía qué era lo que le gustaba a Austin, porque antes de que se vaya le pregunte qué era lo que quería cenar y me dijo que lo sorprenda. Solo esperaba sorprenderlo para bien y no para mal.

Desde la cocina lo pude ver en su porche. Estaba regando las plantas y sacudía ligeramente la cabeza al ritmo de la música que, seguramente, salía por sus auriculares. Átomo estaba echado a su lado mascando un juguete en forma de zanahoria.

No sé por qué, pero por un momento deseé que Austin levantará la cabeza y nuestras miradas se crucen. Ese pensamiento fue efímero en mi cabeza.

Como en las películas, ese bonito momento en dónde los protagonistas por primera vez cruzan miradas y es como si todo a su alrededor se detuviera. Ese amor a primera vista que tanto deseamos, pero que a la vez muy en el fondo sabemos que no existe.

Solemos pensar que, cuando vemos a una persona por primera vez, todas esas reacciones en nuestro cuerpo son amor a primera vista, pero no es así. Ese amor a primera vista que todos idealizamos no es amor; es atracción. Todas esas emociones arrolladoras son atracción física. Esa necesidad de mirar los labios de la otra persona e, inconscientemente relamer los tuyos. Que tu piel se erice y un escalofrío recorra tu espina dorsal cuando accidentalmente rozan sus manos. El desviar la mirada para saber si la otra persona te está mirando y, cuando esas miradas se encuentran retener la respiración. El sentirte orgulloso por hacer sonreír a la otra persona. Esa mirada que te hace sentir cosas agradables, desconocidas... ese aroma que despierta tus sentidos y se convierte en una droga de la cual quieres más.

Todas esas reacciones eran atracción, pero en algún momento, con el pasar del tiempo, se convierten en algo más.

Se convierten en la necesidad urgente de ver a esa persona a cada maldito segundo.

De ver su sonrisa.

De ver sus ojos.

Sus labios.

Sus pequeñas cicatrices y lunares.

De abrazar ese calor que emana su cuerpo y sentir esa seguridad cuando están juntos.

Y te das cuenta que esa necesidad es amor.

Ese amor que puede destrozarte o que puede salvarte.

Y algo dentro de ti, quizá tus miedos y la razón que quieren proteger a tu corazón, te gritan que huyas.

Pero, a veces, hay que hacerle caso al corazón. Hay que dejarse llevar por esas emociones y apagar por un momento la razón.

Eso puede salir mal o puede salir jodidamente bien. Quizá, con el tiempo, te arrepientes de no haber oído esa vocecita que te advertía que todo podía ser una catástrofe, pero, en el instante en que esa persona invade tu cabeza y te despierta miles de sensaciones arrolladoras, sientes que estas en la cima del mundo. Y todos alguna vez en la vida queremos sentirnos en la cima del mundo.

Por eso mismo apague esa vocecita en mi cabeza y me quedé.

Porque ese no iba a ser el final, no estaba destinado a serlo.

Todo lo que somos juntos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora