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El guardia me subió por unas escaleras hasta el segundo piso del lugar donde estaban las habitaciones. Lo primero que me sorprendió fue el intenso aroma dulce que llenaba todo el lugar.

El tipo esperaba que yo conociera algo de ese sitio, pero juro que nunca había estado allí. Así que al principio no supe por donde avanzar y prefirió empujarme. Finalmente nos detuvimos frente a una puerta de color verde y literalmente me arrojó dentro.

—Tienes diez minutos —me advirtió después de que cayera de rodillas al suelo. Y con la misma rapidez con la que me empujó, salió dando un portazo.

—¡Hijo de puta! —le grité a causa del coraje.

Me tomé sólo un instante para respirar y recuperarme, cuando levanté la vista vi de nuevo a la chica que me había abrazado en la entrada del lugar.

—¡Yeo! —expresó de forma cariñosa. Se arrodilló para rodearme con sus delgados brazos y ayudarme a ponerme de pie. Era muy linda y desprendía un aroma dulce, que nunca había olido, lo cual me distrajo por un instante. —Escuché la conversación que tuviste con Jay. Intenté guardar tus cosas lo más rápido que pude, pero no creo que te dejen llevar más que esto...

—Espera... —la interrumpí.

No entendía nada ¿Cómo que mis cosas? yo nunca había estado en esa habitación. Pasé a su lado y observé todo alrededor, era una recamara pequeña, iluminada con luces led rojas, y con dos camas individuales, con sencillas, y algo percudidas, sábanas de colores pastel. Me dirigí a la ventana intentando abrirla y escapar por ahí, pero era imposible, tenía seguros y una reja de metal.

—Agh —me quejé golpeando el cristal. Intenté abrir otra puerta pero no era más que el baño, luego regresé a la habitación y corrí hacia la puerta. El maldito matón le había puesto seguro.

—Lo siento mucho —me dijo la chica.

No tenía idea de por qué lo sentía, ni siquiera sabía quien era. Volté a verla, aún llevaba la mochila en las manos.

—¿Entonces esas son mis cosas? —pregunté con resignación. Ella asintió. Le arrebaté la mochila y toqué a la puerta para que me dejarán salir. No había otra forma de hacerlo.

—Yeo... —su voz me hizo volver atrás —¿No vas a despedirte de mi? —me preguntó con los ojos llorosos.

Me quedé sin palabras ¡No sabía quien era, carajo! Por fortuna o maldición, el hombre abrió la puerta y me jaló de nuevo para salir de ese lugar.

(—) (—) (—) (—)

No sabía a dónde nos dirigíamos, me acomodé en el asiento trasero de una camioneta, cuyas ventanas oscuras no me permitían ver el exterior. Estaba harto de no poder hacer nada. Sin embargo, no me atrevía a hacer preguntas, porque no sabía qué terreno estaba pisando.

¿Podía confiar en esas personas? por supuesto que no, sin duda tenía que ser precavido, y concentrarme en la única cosa para la que era bueno: sobrevivir.

El señor Hongjoong me observaba de vez en cuando por el retrovisor, luego se entretenía en el holograma de su brazalete. Moría de ganas por preguntarle qué estaba haciendo, pero me contuve.

—Llegamos —anunció después de lo que sentí horas.

Me incorporé con pesar cuando uno de sus guardias abrió la puerta para mi. Salí cuanto antes y me sorprendí cuando vi el lugar dónde estábamos.

No pude evitar abrir la boca a causa de la sorpresa. Era un jodido palacio; con jardines rodeándolo todo, sin embargo, también me di cuenta de la extrema seguridad que había en cada rincón.

La Casa De La Mafia: SANSANGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora