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Pasó una semana más y todo fue lo mismo. Comencé a tomar los tontos medicamentos que me daban en la comida, aunque admito que al principio pensé en no hacerlo y simplemente arrojarlos al desagüe, pero cómo seguía sin entender esta situación, algo en mi interior me dijo que mejor obedeciera.

Lo único bueno de esa semana fue que tenía veinte minutos diarios en el balcón. Respirar aire fresco después de varios días que me habían parecido eternos fue un alivio. Aunque, admito que San tenía razón en sus recelos al dejarme, para mi no sólo era el aire, sino ver dónde carajos estaba y si podía idear algún plan para escapar.

Era experto en muchas cosas, pero nunca había estado atrapado de esa manera, y estaba pisando terreno desconocido. No tardé mucho en darme cuenta que escapar sería más difícil de lo que imaginaba. Pues alrededor de la casa había literalmente un bosque que no sabía dónde terminaba, podían ser metros o kilómetros para ver la valla, que seguramente estaría electrificada y sería muy alta para escalarla, eso sin contar a los guardias que rondaban todo el tiempo.

¿Habría manera de hacerme amigo de alguno de ellos? Esa fue la primer idea que cruzó por mi mente. Si tenía un aliado tendría una oportunidad, pero veinte minutos al día no eran suficiente tiempo para conseguirlo. Eso sin mencionar lo que había descubierto...

Un día después de que el doctor vino, San me dijo que no le había gustado que le mostrará mi linda lencería al joven doctor alfa y cuando me habló sobre ello me quedaron dos cosas claras: la primera, que el maldito tenía cámaras para poder vigilarme todo el tiempo, y la segunda, que era un celoso de mierda. Me obligó a usar la misma prenda blanca y la rompió con sus propias manos antes de cogerme violentamente, para que no olvidara cuál era mi lugar y a quién le pertenecía, según sus palabras.

Si me viera hablando con alguno de sus guardias, no dudaría en matarnos a ambos. Por lo pronto mis opciones se reducían a lo mismo, seguir sirviéndole para que me diera cosas a cambio, hablando de ello, ya era tiempo de pedirle algo más y esta vez sabía exactamente que.

(-) (-) (-) (-)

-Quiero un par de mancuernas

-¿Qué?

Enarcó una ceja con incredulidad, estaba recargado contra la cabecera de la cama, con los brazos detrás de la nuca y fumando un cigarrillo. Lo odiaba tanto, cómo podía verse tan tranquilo y relajado después de haberme lastimado otra vez.

Esa noche me había colocado unos grilletes en la muñecas, con una barra metálica en medio que servía de agarradera para él, que me inmovilizaban terriblemente, y me había cogido por detrás. Estaba realmente exhausto.

-Creo que he sido bastante servicial contigo -me acerqué más a él hasta quedar, arrodillado a su lado en la cama.

Me observó con curiosidad, la verdad era que ya no tenía tenía miedo estar cerca de él ni de molestarlo un poco, de hecho, creo que le gustaba y a mi no me incomodaba. Era la única persona con la que mantenía un contacto en esa casa y sino podía entretenerme un poco con él, ¿entonces con quién?

-¿En serio crees eso? -dio otra calada al cigarrillo. Me daba igual si fumaba o no, pero en esos momentos el humo me molestaba porque no me ponía atención.

-Ya pasaron nueve días. Quiero un par de mancuernas, de 6kg.

Lo observé directamente a los ojos y él me mantuvo la mirada.

-¿Para qué quieres unas mancuernas? -me preguntó con divertida curiosidad.

-¿Para qué se utilizan? -lo contraataqué fastidiado, yo sólo quería saber si me las iba a dar o no.

La Casa De La Mafia: SANSANGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora