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Lo había conseguido.

No sé cómo, pero aquí estaba.

Rodeando mi cuello, de color verde, cuatro centímetros de grosor y hebillas de plata.

Era una locura, pero lo había conseguido.

Sin embargo, el precio aún no lo pagaba y aunque el intercambio que teníamos acordado me tenía nervioso, al ver el collar frente al espejo, sin duda había valido la pena hacer lo que el mercenario quisiera.

No podía creer hasta donde había llegado, ni tampoco sabía que sentir sobre esta situación. Así que en lo único en lo que intentaba concentrarme era en la posibilidad que tenía.

Con este objeto habían llegado nuevas reglas, la primera, que me molestó mucho cuando San la explicó, fue que aún no podría abandonar por completo la residencia. Tendría la libertad para andar libremente por la casa a la hora que quisiera, pero no exponerme al exterior. Al menos, no durante los primeros días, y cuando lo hiciera, no podría ir solo. Admito que por un instante pensé que me había engañado, pero... incluso si sólo podía salir de esa habitación ya era reconfortante.

La otra regla era que, mientras decidiera salir a explorar por la casa, tendría que traer el collar siempre puesto. Eso le dejaría en claro a los guardias y sirvientes que no debían preocuparse. San también me había dicho que podría abrir la mayoría de habitaciones con el reconocimiento dactilar, pero que no intentara forzar aquellas para las que no me había autorizado.

Con restricciones o no, sin duda esto era mejor. Y ese día en particular, era el primero en que iba a probar el poder de esta cosa. Estaba emocionado, no lo iba a negar.

Tomé a Monny en mis brazos y me acerqué al panel de la puerta, ese que durante los últimos meses solo había cedido ante mis huellas a las 09: 30 de la noche. Supuestamente tendría que funcionar ahora a cualquier hora.

Un escalofrió me recorrió cuando coloqué mi mano encima de la superficie. No podía creer que Monny había tenido incluso más libertad que yo, pero ahora, descubriríamos este lugar juntos. Él también movió sus patitas con ansiedad, supongo que le emocionaba tener un paseo conmigo.

La puerta cedió.

Observé con cautela al exterior, era extraño ver el corredor con la luz del día entrando por las ventanas. Coloqué mis manos en el barandal, recordando la única vez que había estado ahí, recordé al pequeño bebé, a ese chico de cabello castaño y a Jiwoo. Afortunadamente en esta ocasión no había nadie. Y pensé, que después de todo, tal vez también encontraría respuesta a esa incógnita que tampoco había dejado del todo mi mente.

Decidí descender por los escalones.

La casa estaba tranquila, pero la actividad de los sirvientes me sorprendió. Cuando me vieron se detuvieron un instante, pero al ver el collar regresaron a sus asuntos sin decir nada.

-Buenos días, Yeo -me saludó Nay acercándose a mi lado y esbozando una sonrisa.

Le correspondí porque me alegraba ver un rostro familiar.

-Hola Nay

-El señor San nos dijo que tal vez hoy desayunarías fuera de la habitación.

-Sí, pero antes iré afuera un rato.

-Claro, avísame cuando quieras comer.

Cuando Nay se alejó pude vislumbrar la puerta por la que había intentado escapar el primer día que llegué aquí. Ahora, finalmente, podría cruzarla y nadie iba a detenerme.

En cuanto se abrió respiré profundamente el aire del exterior y me encontré, después de mucho tiempo con la naturaleza. Monny ladró en mis brazos y decidí soltarlo. Se echó a correr en un instante hacia el jardín, totalmente emocionado. Sonreí, porque yo hubiera hecho exactamente lo mismo.

La Casa De La Mafia: SANSANGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora