Capítulo 47

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—Mami... tengo hambre... mucha hambre.

Mi barriga duele. Hace un día que no como nada, porque mamá ha estado indispuesta y no ha podido ir al supermercado a comprar algo de comida.

—Déjame dormir maldito engendro. Ve a la cocina y prepárate tú mismo algo de comer.

Sé que no debo insistir, porque si lo hago, me irá mal... muy mal. Así que prefiero ir a la cocina y revisar una vez más en la despensa. Aunque ya lo hice y no encontré nada, pero nada pierdo con volverlo a hacer.

Busco un banco para escalar sobre él y alcanzar la despensa. No soy muy alto, pero supongo que no he crecido lo suficiente, porque apenas si tengo 4 años. Mamá, dice que aún me quedan muchos años para poder crecer y alcanzar la altura ideal y que cuando lo haga, seré un doncel hermoso y de mucha utilidad. No sé para qué, pero es lo que siempre dicen ella y papá.

Abro cada una de las puertas de la alacena, buscando con desesperación, ya que no aguanto el ardor que hay dentro de mi estómago. Al fin puedo divisar una caja de cereal escondida en lo más profundo de uno de los gabinetes. Me adentró en él y cuando lo hago tomo el empaque y mi estómago ruge de inmediato al saber que pronto podré disfrutar de un poco de comida... luego de tanto padecer por hambre.

Bajo del taburete, y emocionado, busco un tazón y una cuchara y los dispongo sobre la mesa. Luego me voy al refrigerador para ver si aún queda un poco de leche, pero lo encuentro vacío. Ya no hay rastro de ningún otro alimento.

Debido a que ya no aguanto el hambre, me siento a la mesa y sirvo solo el cereal, al menos, he encontrado algo para comer y eso me basta para calmar el gran sonido que hay en mis tripas.

Comienzo a comer con desesperación y cada bocado que doy es un delicioso manjar. Es como si hubiera durado una eternidad sin darle nada a mi estómago. No es la primera vez que nos quedamos sin comida, pero si la primera ocasión que paso tantas horas sin ingerir ningún alimento.

Papá nunca está en casa y eso lo agradezco, porque me da terror cuando está cerca de mí. Cada vez que vuelve de la calle, llega completamente borracho y en ese estado es bastante violento. Así que siempre que lo oigo llegar me voy corriendo espantado a mi habitación y me escondo de él, para evitar que me vea. Tengo mucho tiempo sin verlo, porque ahora bebe todos los días y desde entonces, prefiero evitarlo a como dé lugar.

El cereal está delicioso y estoy tan emocionado con cada bocado, que me olvido de la hora y es entonces cuando mi plato sale volando y va a dar contra la pared... papá ha vuelto a casa.

—¿Quién te dijo que podías comer de mi cereal? Pequeño holgazán—me grita furioso, mientras aterrado me levanto de la mesa y me ubico en uno de los rincones de la habitación, para quedar fuera de su alcance—. Te he dicho una decena de veces que no toques nada a menos que te lo diga y me has desobedecido. ―Noo por favor, no... no...no―. La desobediencia tiene un costo y es hora de que lo pagues.

Tiemblo cuando lo veo quitarse el cinturón y una vez que lo dobla, se acerca a mí y no se detiene hasta que mi brazo queda hecho trizas.

―Jin―la voz de Tae me despierta, arrancándome de la espantosa pesadilla, que más que pesadilla es un terrible recuerdo de mi infancia― hemos llegado a la clínica.

He comenzado a temblar. La sola idea de hacerlo, está causando inmensas contradicciones dentro de mí. Ya no estoy seguro de nada, sin embargo, anoche lo pensé profundamente y cada pretexto que me dije para no hacerlo, fue rebatido una y otra vez por circunstancias de mi presente y mi pasado, que influyeron de manera decisiva sobre cualquier posible determinación.

Nunca podré ser un buen padre, porque nunca tuve uno que al menos me diere un buen ejemplo o me haya enseñado como serlo. Tengo mucho miedo, tanto que incluso cada pensamiento me hace temblar cuando me imagino teniendo un pequeño bebé entre mis brazos y no ser lo suficiente adecuado para él.

Taehyung y yo, bajamos del taxi y a medida que me acerco siento un profundo estremecimiento y un intenso frío que me cala hasta los huesos. Subimos los escalones de una casa que tiene aspecto a cualquier cosa menos a clínica y, cada uno de ellos, me aproxima hacia una especie de pelotón de fusilamiento que amenaza con acabar con mi vida. Cruzo los brazos al frente de mi pecho y con mis manos alcanzo mis brazos y froto mi piel intensamente en busca de un poco de calor.

Las sensaciones son confusas e inquietantes y la culpabilidad es una sombra que me persigue a medida que me acerco. Tocamos la puerta y una mujer de cabello rubio desteñido nos escudriña de pies a cabeza, antes de preguntarnos la razón por la cual estamos allí.

―¿Quiénes son ustedes y que desean? ―Nos pregunta en tono despectivo.

Esto se está transformando en una experiencia aterradora y mis ganas de huir se hacen cada vez más grandes.

―Llamé ayer por la tarde y hablé con alguna de las personas que trabajan en este lugar ―explica Tae ―. Mi amigo Kai, los recomendó y he venido con mi hermano Seokjin, para hacer uso de sus servicios.

La mujer nos da un nuevo repaso, mientras entrecierra sus ojos y nos mira con dudas

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El doncel equivocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora