Capítulo 51

1.5K 238 4
                                    

―¿Lo haz preparado tú? ―su pregunta me crea confusión y él lo nota de inmediato.—La comida, a eso me refiero.

Sonrío por mi estupidez, pero es que él nubla mi juicio cuando está cerca de mí.

―Sí, la he preparado yo mismo ―sonrío complacido―, no es que sea un gran chef, pero al menos se defenderme en la cocina ―por primera vez lo veo sonreír y es la cosa más divina y hermosa de la que he disfrutado en toda mi vida. Sus hermosos y blancos dientes, apenas se asoman a través de las delicadas líneas de sus labios abultados y no puedo evitar sentir unas ganas enormes de besarl una vez más, su dulce y provocativa boca―. Ven ―me levanto de la cama antes de que haga algo que no debo. Extiendo mi mano y se la ofrezco, para que me acompañe.— No quiero que la comida se enfríe.

Toma mi mano y con tan solo su toque, todas las barreras que levanté un día para proteger mi corazón, caen irremediablemente desparramadas en el piso, dejándome más que nunca expuesto e indefenso ante él. Entrelazo sus dedos con los míos y me satisface que no evite que lo haga. Lo llevo hasta la cocina y como todo un caballero, saco una silla para él y lo ayudo a sentarse.

―Espera aquí, Jin ―adoro llamarlo de esa manera.—Voy por la comida.

Me alejo de allí y me permito aspirar una gran bocanada de aire, porque de repente mis pulmones han quedado sin oxígeno. Apoyo mis manos sobre el borde del lavaplatos y cierro los ojos para conseguir un poco de control y calmarme de alguna manera.

―¿Te pasa algo? ―su voz me toma desprevenido, así que volteo de inmediato y lo encuentro parado debajo del marco de la puerta―. ¿Quieres que te ayude con eso? ―susurra algo nervioso y un poco cohibido.

Es hermoso y no puedo dejar de mirarlo por mucho que intente no hacerlo. No quiero ponerlo nervioso, así que aparto la mirada de él y me desvió hacia la estufa, para ir por las cacerolas. Necesito distraer estos inquietos pensamientos, que me tienen a punto de saltar sobre él, para quitarle esa maldita ropa que se amolda perfectamente a su figura y hacerle el amor desenfrenadamente sobre la mesa.

―No, no es necesario ―le digo con la voz un poco gruesa.—Eres mi invitado.

Cuando estiro mi mano para tomar la sartén donde se encuentran las milanesas de pollo, nuestras manos se juntan y una especie de corriente se dispersa por todo mi cuerpo. Nos miramos a los ojos y enseguida comprendo que él también sintió lo mismo que yo.

Nos quedamos callados durante unos minutos, detallándonos minuciosamente y reconociéndonos en el uno y en el otro. Mi corazón cabalgando raudo y veloz como caballo desbocado, al que se le da rienda suelta luego de estar encerrado por largo tiempo.

Aclaro mi garganta, cuando veo que su rostro se matiza de un intenso rojo precioso. Baja su mirada algo avergonzado y toma la sartén antes de que yo lo haga.

—Yo... yo... me encargo de llevar esto, tu ve por el resto.Me dice nervioso, mientras sale huyendo de la cocina. Agradezco por mi fortuna, porque al menos puedo asegurar que causo cierto efecto en él y eso es suficiente para provocar una enorme sonrisa en mi cara.

Tomo la ensalada y las papas y me encaminó hacia la mesa, para dejar los recipientes y volver por el pan y el jugo. Me detengo a mitad del camino y me quedo deslumbrado, cuando lo veo sirviendo el pollo con toda soltura y confianza y desde ese momento, puedo imaginarlo, no solo como el padre de mi hijo sino también como mi esposo y mi compañero.

Retomo mi camino y al llegar junto a él, lo ayudo a servir el resto de la comida en nuestros platos. Compartir estos momentos se siente tan familiar y natural, que me emociono al pensar que sería realmente maravilloso convertirlo en una rutina.

—Voy por los panes y el jugo, solo siéntate a la mesa. Regreso en un segundo.

Me doy prisa, porque no quiero desperdiciar ni un solo segundo lejos de él. Al volver, coloco todo sobre la mesa y me siento frente a él. Comenzamos a comer y entre bocados, iniciamos una cómoda conversación sobre divertidas anécdotas que acaban con la tensión del momento y nos envuelve en un ambiente cómodo y relajado.

Al terminar, recogemos juntos la vajilla y entre los dos, lavamos y secamos todo como si fuéramos una pareja de casados. Me gusta esta sensación de cotidianidad y la forma en que hemos congeniado en estas pocas horas.

―¿Te gustaría un poco de helado? ―pregunto repentinamente, tratando de llegar a él, por cualquier medio.

Miro a sus labios cuando con una preciosa sonrisa, contesto emocionado.

―Me encantaría... lo adoro, realmente.

Me doy la vuelta y vuelvo a la cocina para sacar del refrigerador el helado de mantecado. Busco un par de copas y mientras sirvo un poco de helado para los dos, él aparece nuevamente en la cocina.

―¿Tendrás quizás un poco de galletas de chocolate? ―pregunta con timidez.— Me gusta agregarla en trozos sobre el helado.

Por suerte, siempre tengo guardado un paquete de galletas de chocolate en la despensa.

―Sí, creo que tengo algo de ello, déjame buscarlas.

Abro la gaveta y saco el empaque, coloco las galletas en un tazón y luego deposito todo sobre una bandeja para llevarlos hasta la sala.

El doncel equivocado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora