Prólogo

3.1K 127 6
                                    

La brisa estaba fría el invierno había llegado y la nieve empezaba a acumularse por las calles.

Atenea suspiro y dio un paso hacia el portón del castillo, una vez estuvo allí, y esté estaba frente a ella, lo atravesó y fue guiada por un guardia hasta lo que parecía el comedor del palacio.

No entendía por qué, y tampoco se lo dijeron solo la dejaron allí sin decir nada más que "el rey llegará pronto"

Ni siquiera entendía por qué el rey quería verla, solo sabía que había llegado un guardia y le había dejado una carta de invitación al palacio, por orden del rey.

No era como que hubiese podido rechazar tal invitación, ya que ella había invadido sus tierras hacía ya unos cinco años, luego de abandonar su reino e irse al que hoy consideraba su hogar.

Por temor a que él rey tomara represalias contra ella decidió acudir al castillo, aunque aún no entendía por qué hasta ahora, si antes no la habían molestado y el rey siempre estaba enterado de quién llegaba a sus tierras.

Eso era lo más razonable que podía pensar porque ¿Por qué otra razón la invitaría el rey al palacio?

Decidió no seguir pensando y solo tomo asiento en el lugar que el guardia había apartado para ella, una de las puntas de la mesa rectangular que se extendía frente a ella con un banquete.

No sabía que hacer o cómo actuar, ya que lo que había pensado que pasaría cuando pisará el castillo había sido muy diferente.

Había pensado que tal vez le exigirían dejar el reino o algo peor como devolverla al suyo, esa idea de solo pensarla la aterraba.

No espero nada de lo ocurrido y definitivamente estaba nerviosa por lo que ocurriría.

La puerta frente a ella se abrió y uno de los sirvientes aviso la llegada del rey. Su pulso aumento y su piel se erizó al ver al hombre que atravesó la puerta.

La mirada gélida y grisácea la hizo temblar y tragar duro, pues aquel era un hombre imponente y que le recordaba a alguien que no quería recordar. Y distaba mucho de ser el niño con el que alguna vez jugó a escondidas.

Ella lo único que sabía de aquel rey era que, sabía todo lo que ocurría en el reino y que condenaba a muerte a quienes desobedecían sus órdenes o lo desafiaban y por supuesto que era una persona de temer.

Así que no le habían quedado dudas de que aquel hombre no era el niño que alguna vez conoció.

El rey atravesó la puerta y tomo asiento en su silla, analizó a la chica que estaba en la punta de la mesa y una media sonrisa tiro de las esquinas de sus labios.

Habían pasado años desde la última vez que la vio tan cerca y evidentemente era aún más hermosa, aunque siempre supo de ella y la observó a la distancia, sabía que en ese entonces no era el momento de acercarse y mucho menos para estar con ella.

No dijo nada y empezó a comer haciéndole una seña para que ella también lo hiciera, deseaba guardar la charla para más tarde.

Atenea, aún desconcertada hizo caso a la seña del rey y comenzó a comer, aunque mil preguntas asaltaban su mente.

Una vez terminaron y los platillos fueron retirados el rey se levantó y fue hasta ella para tenderle la mano y ayudarla a levantar.

El roce de sus dedos lo hizo estremecer, pues tenía mucho de no tocar su dulce piel, una vez frente a frente esté le tendió el brazo para que lo acompañará, deseaba estar a solas con ella para por fin hablarle, ya que no sabía cuál sería su reacción.

Atenea tomo su brazo y se encaminaron fuera del comedor, atravesaron algunos pasillos hasta llegar al que parecía ser el despacho del rey.

Esté no la soltó en ningún momento y cuando llegaron al lugar la guío hasta una de las ventanas que, daban a un hermoso jardín cubierto de nieve.

Estaba nerviosa y un poco temerosa por la mirada del rey, pues la había visto y la veía a diario en la mirada de su pequeña hija, lo que le resultaba desconcertante porque su hija tenía los ojos de su padre al cual nunca le vio la cara a excepción de los ojos, un gris tormentoso y a la vez hermoso, tan hechizante como abrumante.

— Con mucho respeto su majestad — se atrevió a hablar por fin — desearía saber porque estoy aquí.

No sé atrevía a mirarlo por lo que hablo mientras seguía mirando el hermoso jardín.

El rey solo sonrió y se posó a su espalda pegando la nariz al hermoso cuello de la joven deleitándose con su olor, está se erizó, pero no dijo nada, por más que estuviese nerviosa.

El rey tomo su cintura y la pego a su pecho, acercó su cabeza al oído de la joven y susurró.

— Porque deseaba verte, mi pequeña diosa. — su voz estaba ronca de la excitación que tenía por estar nuevamente cerca de su diosa.

Atenea se giró abruptamente y se atrevió a mirarlo a los ojos mientras intentaba escaparse de sus brazos que la habían rodeado por completo; el miedo la recorrió pues su peor pesadilla se había desatado, reconoció la voz de aquel hombre que la lastimo en el rey y su cuerpo tembló, ese mote solo lo había escuchado de una persona y si sus sospechas eran ciertas debía huir del reino inmediatamente.

No podía dejar que ese hombre descubriera a su pequeña hija, pues al mirarlo bien descubrió facciones que le recordaban a ella.

— S-suélteme por favor — pidió con voz temblorosa.

— Oh no, pequeña, está vez no te dejare ir. — la acercó más a su cuerpo y rozo su nariz con la suya. — sé que me reconociste, preciosa, y está vez vas a quedarte conmigo.

— No, por favor no — le suplico ella mientras él se inclinaba para dejar un casto beso sobre sus labios.

— Me llamo Alessandro, cariño, y soy tu rey — le susurró en su oído causando que ella se estremeciera cuando mordisqueo el lóbulo de su oreja.

Atenea no conocía bien al rey y mucho menos al que había sido su comprador y verdugo durante aquella noche, lo que si sabía y podía comprobar era que a ambos le gustaban los juegos y ella no estaba dispuesta a formar parte de uno nuevamente.

La obsesión del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora