Capítulo 5.

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Atenea

Nunca pensé que podría sentirme tan mal conmigo misma, como lo hago ahora.

Porque a pesar de todo, lo que sucedió, yo no lo impedí, fui tan tonta que me deje llevar por lo que estaba experimentando y me entregue a un hombre desconocido.

Si bien todo lo ocurrido es culpa de mis padres, si es que puedo llamarlos así, yo no lo impedí y me siento mal por como actúe en ese momento, porque no me defendí, aunque no es que hubiese podido hacer mucho, el hombre ya había pagado por mí e imagino que de no haber actuado así, me hubiese tomado por la fuerza y ahora me sentiría peor de lo que me siento.

No voy a decir que no me sorprende el cómo actuaron mis progenitores, porque de ellos siempre he esperado lo peor, pero jamás pensé que harían tal cosa conmigo, si contemple la idea de que mi padre me obligaría a casarme con alguien algún día, pero el que me haya ofrecido al mejor postor y entregado así sin más, es algo que me duele, porque después de todo soy su hija, no comprendo como unos padres pueden hacer algo así con sus hijos.

Durante todo el camino al reino Diermissen me la pase pensando una y otra vez en eso, y aunque pudo ser peor, no quita que me duela, y puede sonar no muy cuerdo de mi parte, pero al menos agradezco que no fui vendida a un viejo asqueroso o a un prostíbulo, en todo caso.

Decido dejar de pensar y distraerme con el hermoso paisaje, he dejado de llorar en algún momento, pero aún conservo esa extraña sensación en el pecho. Clarissa, no se ha apartado de mi en ningún momento, no deja de acariciarme, abrazarme y contar chistes, lo que me reconforta un poco y me saca una que otra sonrisa, ante su esfuerzo por alegrarme.

Clarissa, ha sido como la madre que nunca tuve, a pesar de tener una, ella ha estado conmigo desde que tengo memoria o mucho antes, no lo sé con certeza, y ha sido quien me ha enseñado cosas, que no sean oficios como lo hizo mi progenitora; como leer, escribir e incluso tejer, me regala libros y me ayuda a escribir poemas, ha estado conmigo siempre, incluso más que los que son mis padres.

Por eso y más la quiero, y porque parece ser la única persona a la que de verdad le importo y le importa lo que me sucede.

Recuesto mi cabeza sobre su hombro y ella deja un beso sobre esta. Oscar nos avisa que estamos por llegar y me emociono un poco, observando el reino que se alza a medida que nos acercamos.

En algún punto del camino nos hemos salido de detrás de los barriles y sentado en la orilla del carruaje donde podíamos ver el paisaje que íbamos dejando a nuestro paso.

El reino Diermissen es hermoso, muchísimo más que el reino Green. Pienso que tendremos que escondernos para pasar por la entrada custodiada por guardias, pero no es así, nos dejan pasar sin ningún inconveniente. Lo cual me sorprende y llena de preguntas cuando veo que llega otro carruaje y es revisado, hasta el último trozo de madera.

No disimulo mi cara cuando nos bajamos unos metros después, pues Darío va a otro lado, y Oscar se ríe, lo que me deja más confundida.

— ¿Por qué nos dejaron pasar sin revisar el carruaje? — le pregunto sin rodeos — ¿Y a ellos no? — señalo hacia la entrada donde siguen revisando el otro carruaje. Oscar se ríe y acaricia su nuca con una actitud algo extraña.

— Pues, ¿Recuerdas que te dije que soy de este reino?

Asiento — ¿y esto que tiene que ver con eso?

— Pues, porque fui guardia de este reino y los guardias de la entrada me conocen. — responde, pero eso solo me llena de más interrogantes.

— ¿Y cómo terminaste en el reino Green? — el vuelve a llevar su mano a su nuca y yo noto que es una actitud bastante nerviosa, pero pienso que es porque le incomoda mi pregunta.

La obsesión del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora